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“Es como si hubiera estado dormida y ahora despertara”. Con esta frase resumen la guía turística talavera, Helena Rueda, la situación de la ciudad de cara al turismo. Y lo cierto es que hay muchas actividades para hacer, lugares por descubrir, cerámica para comprar, restaurantes en los que comer y una comarca llena de una naturaleza sin igual. Guía Repsol te da unas pautas, con la ayuda de Helena, para que sepas qué visitar a través de los imprescindibles de la urbe, para que no te pierdas nada si decides acercarte hasta aquí.
La Plaza del Pan sigue siendo uno de los centros neurálgicos de la ciudad donde confluyen poder civil, político y religioso. La esencia de Talavera se congrega en esta plaza donde hay desde una placa que recuerda al famoso Juan Ruiz de Luna, el que devolvió el esplendor cerámico a Talavera a principios del siglo XX, hasta una estatua de Fernando de Rojas (sí, el autor de La Celestina), que también fue regidor de la ciudad.
Muy cerca del río Tajo, en esta plaza encontramos el origen de la ciudad en lo que fue el Hospital de la Misericordia (hoy centro cultural), uno de los hospitales más antiguos de Castilla porque era donde paraban los peregrinos que se dirigían a Guadalupe. “Tiene un patio renacentista muy bonito y se puede visitar”, cuenta Helena antes de explicar que esta plaza se llama del pan porque en el siglo XVI había una calahorra que daba este alimento a los más pobre en tiempos de escasez.
Está el ayuntamiento, palacio renacentista, y la famosa Colegiata, que en realidad es la Iglesia de Santa María la Mayor, dejó de ser Colegiata desde mediados del siglo XIX. Unas palmeras terminan de darle un toque especial a este espacio tan simbólico de la ciudad.
El río ha definido Talavera como solo saben hacerlo los grandes ríos que atraviesan las ciudades. Fue la frontera natural que separaba la España musulmana de la cristiana durante más de un par de siglos. “Hay cuatro puentes y estos van representando los cambios de Talavera y su progreso”, asegura la guía turística.
El Puente Reina Sofía, conocido como el Puente de Hierro, cuenta con 426 metros de longitud y fue inaugurado en 1908. La Revolución Industrial había apostado por el hierro como material de construcción, un hecho que se materializó en muchas construcciones durante finales del siglo XVIII y principios del XX. Pero aquí en Talavera, que solo tenía un puente para cruzar el río y que se veía obligada a usar barcas cada vez que este se venía abajo, fue un hito para la ciudad. Con esta obra mejoraban la comunicación con la comarca de la Jara, Extremadura y Andalucía. Un imprescindible, especialmente si quieres presumir de foto en las redes sociales.
Otro de los puentes más emblemáticos de la ciudad es el Romano, “que en realidad es medieval”, según aclara Helena, y la confusión viene de que había uno romano antiguo, sobre el que se cimentó el actual, que se lo llevó la corriente. Cuando lo hicieron, ya en el medievo, esta parte del río se resistía a tener zona de paso y siempre ha tenido muchos problemas. “Por eso lo llamamos el Puente de los Remiendos”, se ríe la guía que ya va desvelando cómo le gusta a los talaveranos poner sus propios nombres a los lugares sin importarles el oficial. Enfrente de este puente hay un tesoro escondido: una isla, donde hay un quiosco que abre los fines de semanas y que los talaveranos visitan para picar y tomar algo.
El tercer puente sería el que se levantó en los años 70 con la única intención de permitir que los coches cruzaran a la otra comarca. Y, por último, el Puente de Castilla-La Mancha, con 52 tirantas, fue inaugurado en 2011. La espectacularidad de este puente reside en sus 192 metros de altura, que lo convierte en el más alto de España.
Más allá de los puentes, en los últimos 25 años se ha producido un cambio en Talavera que ha permitido aprovechar el río, al menos, sus vistas y el frescor que genera en los paseos que se han ido realizando a lo largo de su orilla y que la gente disfruta como espacio de recreo. Desde luego, una de las mejores vistas de la ciudad está precisamente al lado del Puente Romano, con el río detrás y de frente el convento de San Jerónimo.
Que la Unesco le haya echado el ojo a la cerámica de Talavera no viene de cualquier cosa. “En Talavera siempre ha habido cerámica, incluso conocemos el nombre de un alfarero romano: Calvinus”, empieza a adentrarse Helena en uno de sus temas favoritos de la ciudad, tanto que estuvo en la comisión que presentó a la Unesco la cerámica como candidata a Patrimonio Cultural Inmaterial. “Aunque también hubo hornos árabes, lo importante llegó con Felipe II, que decidió hacer El Escorial con zócalos de cerámica e hizo traer a Talavera a Juan Flores, un buen ceramista del norte de Europa, que se instaló aquí y fue cuando empezó la llamada cerámica renacentista”, prosigue la guía turística. Lo que comenzó haciendo el rey lo imitó toda la nobleza. Y así fue cómo floreció durante el Siglo de Oro la cerámica de Talavera. Con los Borbones llegó la decadencia, ya que preferían la porcelana francesa.
A principios del siglo XX, cuando ya solo quedan dos talleres en la ciudad, aparece Juan Ruiz de Luna, quien se asoció con Enrique Guijo y en septiembre de 1908 inauguraron su taller de cerámica, Nuestra Señora del Prado. “Ellos se inspiraban en esas piezas del Siglo de Oro y se convierte de nuevo en un boom. Empiezan a hacer exposiciones y ganan un premio en Madrid”, relata Helena. A ellos, les siguieron otros y se suceden los encargos de cerámica desde muchas partes del mundo: Angola; Santa Fe o Rosario en Argentina; o La Habana, entre otros muchos lugares.
Hasta que llegó la crisis de los 90 y, de nuevo, todo empezó a decaer. Sin embargo, con la declaración de la Unesco, Talavera vive un resurgir y se aprecia en sus centros cerámicos, donde se sigue trabajando en obras que viajan por todo el mundo. No se puede visitar la ciudad sin pasar por sus talleres más conocidos y llevarse alguna de sus joyas.
Para saber más sobre la historia de la cerámica está el Museo Ruiz de Luna. Y, aunque la ciudad entera es una exposición al aire libre de sus hermosos azulejos con el azul como color predominante, también hay una ruta de murales. El primero que se hizo es el de la Asociación de San Jerónimo y se encuentra cerca del río. Se trata de un homenaje a los pescadores del Tajo, en el que se ve un día desde el amanecer hasta el atardecer, con los diferentes tipo de pesca (a caña, a red o con barca) que se practicaban en el río y la cuatro especies de peces. “Fue realizado cuando se murió el último pescador del Tajo”, explica la guía.
Las visitas turísticas en Talavera suelen empezar en donde están las letras de la ciudad escritas con azulejos de cerámica, pero también desde donde se tiene una visión increíble de las torres albarranas y el distrito amurallado, símbolo indiscutible de la ciudad. Pero, ¿qué son las torres albarranas?
Helena cuenta que se trata de “una estructura perpendicular que sale para defender la muralla. Son cristianas y se subía por una puerta hasta otra que había en lo altos, desde donde se oteaba todo el horizonte y permitía tirar piedras -o lo que fuese- para defenderse”. Su nombre viene del árabe y significa torre adelantada. En Talavera, estaban ocultas entre la arquitectura de la ciudad y al excavar fueron apareciendo. Para suerte de los talaveranos y los visitantes.
Las pulseras turísticas se han puesto de moda en algunas ciudades dando la posibilidad de visitar más lugares por menos dinero. En el caso de Talavera, esta pulsera, que depende del Arzobispado, cuesta 7 euros y ayuda al mantenimiento del patrimonio, que de otra forma sería difícil. Mayte Pino, la coordinadora de la iniciativa, está muy orgullosa de las cuatro iglesias que se pueden visitar gracias a este servicio. Pese a que comenzaba a despegar justo cuando se desató la pandemia, Mayte confía en que ahora vuelva a funcionar bien porque “Talavera es la gran desconocida. Ni siquiera yo, que soy de aquí, conocía lo que se puede enseñar y lo que falta por sacar a la luz”.
Con la pulsera se tiene acceso libre –cuantas veces uno quiera durante al menos dos días- a “la Iglesia del Santiago El Nuevo, un referente del mudéjar y donde destaca su órgano del siglo XVIII; la Basílica del Prado; la Iglesia de San Andrés y la joya de la corona: la Colegial”, explica Mayte, que para ella se parece mucho a la Catedral de Plasencia. “Cuando entras te impacta ver una iglesia así en Talavera”. Ojo, porque a esta solo se puede entrar con la pulsera y tiene sorpresa: con ella se accede al rosetón del gótico flamígero que corona esta belleza. “Se sube por una escalera de caracol realizada en piedra y lo curioso de este rosetón es que está separado de la vidriera. Hay una gran cámara que permite tocar por un lado la vidriera y por otro el rosetón. Después puedes darte un paseo entre los arbotantes del siglo XV”. Una maravilla de la que presume Mayte.
Helena revela un detalle para los turistas: el rosetón se ilumina por la noche y es un espectáculo verlo en ese momento. “De estuco de ladrillo aplantillado es muy parecido al de Guadalupe. Hay quienes creen que pudo tener la misma autoría”, subraya la guía mientras lo mira encandilada desde abajo.
Los Jardines del Prado son los más antiguos de la ciudad. “Ya aparece en mapas a principios del siglo XIX”, asegura la guía turística. Aquí encontramos la Fuente de las Ranas, obra de Ruiz de Luna y Francisco Arroyo, la Casa de los Patos, el Templete de la Música, entre otras sorpresas trabajadas con cerámica dignas de las mejores imágenes para recordar la ciudad. “Es una especie de Parque de María Luisa (el de Sevilla), pero en miniatura”, concluye Helena. Y ahí mismo, se encuentra, además, la Plaza de Toros de 1890, dónde murió el famoso torero Joselito.
Muy próximo está el Parque de la Alameda, que “se hizo donde estaba el antiguo mercado de ganado de Talavera, uno de los más importantes de España”, explica la guía sobre el otro gran pulmón verde de la urbe y con mucho éxito entre sus habitantes. Nada queda de ese mercado tan próspero que generó tanta riqueza en Talavera, excepto las ferias de mayo y septiembre que nacieron con la ganadería. Sin embargo, los lagos, los puentes que los cruzan y los árboles de la Alameda son garantía de una buena tarde de paseo.
La Basílica de la Virgen de Nuestra Señora del Prado, ubicada al final de los Jardines del Prado, pudo ser en época romana un templo dedicado a Ceres, diosa de la agricultura. “En la época cristiana se convierte en una ermita a la Virgen del Prado (patrona de la ciudad), donde tenemos una pequeña imagen de ella, probablemente del siglo XII, muy chiquitita, de 50 centímetros”, afirma Helena indicando el tamaño con las manos. Eso sí, pequeña pero con muchos mantos: “El más antiguo es el de los Reyes Católicos, que está en el museo”.
Se la conoce como la Capilla Sixtina de la Cerámica porque, ampliada en varias ocasiones, exhibe una excelente colección de murales hechos con los azulejos de la ciudad. “La del pórtico es del siglo XVI; una vez dentro, tenemos la vida de la virgen en azulejos, desde que nace, su infancia, su madre, ella con niño huyendo de Egipto... Es una iconografía muy original porque después del Concilio de Trento se cambia este tipo de imágenes y no es habitual verlas”, subraya orgullosa la guía turística, quien explica que son del s.XVII aunque muchos fueron restaurados por Ruiz del Luna. A la izquierda de la basílica, la genealogía de Cristo según el Evangelio de San Mateo; más allá los púlpitos, uno antiguo y otro de Ruiz de Luna; y el retablo de San Antón del siglo XVI, cerrarían las obras cerámicas de la iglesia. Al menos, por dentro. Fuera continúa la exhibición. ¡Una maravilla!
Durante un tiempo, se sospechó que el huerto de La Celestina podría estar realmente en Talavera y no en Salamanca, porque Fernando de Rojas pasó gran parte de su vida en la ciudad toledana. Descartado este misterio, el final del escritor no deja de sorprender: “Cuando encontraron sus restos los dividieron. Una parte de los huesos fueron para La Puebla de Montalbán, su lugar de nacimiento; y otra parte, para Talavera”, asegura Helena.
Otra curiosidad que esconde esta ciudad es por qué es de la Reina. El rey Alfonso XI se la regaló a su mujer, María de Portugal, como dote de boda. Sin embargo, y pese a lo que presagiaba tan bonito regalo, el monarca estaba prendado de Leonor de Guzmán, a la que eligió como favorita y con la que tuvo más de una decena de hijos. Al morir el rey, Leonor quedó desprotegida, perdió todos sus privilegios hasta que, finalmente, María de Portugal ordenó asesinarla en el Alcázar de la ciudad. Poco a poco, y tras unos sucesos tan violentos y tristes, Talavera acabó finalmente como regalo al Arzobispado y se convierte en villa arzobispal.
Talavera cuenta con un embajador de lujo, el chef Carlos Maldonado, que después de ganar MasterChef es reconocido en todo el mundo gastronómico a nivel nacional. El cocinero no solo hace propaganda de la historia culinaria de la zona, sino que además ha puesto en valor la artesanía de Talavera, como su cerámica, por ejemplo, entre otras cosas. Muy recomendado su restaurante ‘Raíces’ (1 Sol Guía Repsol).
Tapear es otra de las grandes actividades que se pueden disfrutar en la ciudad, sobre todo ahora en el casco antiguo de la ciudad donde los bares de moda se han llenado de Soletes.
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