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"Si no puedes subirte a un barco este fin de semana, no viajes al Estrecho". Así de radical se muestra David Alarcón cuando le preguntan por Tarifa. Para él, sería como quitarle la crema al pastel. Este periodista lleva trabajando más de una década como responsable de comunicación de CIRCE, una organización afincada en el Campo de Gibraltar que se dedica a la investigación, conservación y estudio de los cetáceos. "Cádiz es un destino turístico que se relaciona automáticamente con la playa y el surf, pero la verdadera aventura está mar adentro", remata con poder de convicción.
Según los datos de la Asociación de Avistadores del Estrecho, Tarifa y Andalucía (ASACETA), cada año unas 70.000 personas se embarcan en las expediciones que organizan los operadores Turmares, Aventura Marina, Firmm y Whale Watch en el puerto de Tarifa. Allí se reúnen en plena tarde de septiembre unos sesenta pasajeros novatos, la mayoría refugiados en sus cortavientos, a excepción de algún valiente que se resiste a abandonar la manga corta. Justo antes de subir a bordo del 'Pirata de Sálvora', una madre reclama en inglés el teléfono móvil a su hijo y le reta a ser el primero en avistar una ballena. "Liar! No whales here!", responde enfurruñado.
Al muchacho no le faltan razones para la desconfianza. Las ballenas son los seres más grandes del planeta y la mayoría de la población nunca ha visto una de cerca. ¿Quién podría pensar que las tenía al alcance de la mano por un ticket de 35/50 euros y dos horas de mar?
Un estudio elaborado por CIRCE en 2014 recoge que 27 de las 82 especies de cetáceos que se conocen habitan en el Atlántico en la zona del sur de la Península Ibérica y Marruecos. "El Estrecho es mágico por ser el nexo de unión entre el Mediterráneo y el Atlántico. Ese choque genera una gran cantidad de nutrientes que alimenta una cadena de vida ascendente hasta llegar a los cetáceos, los principales depredadores del área", explica Alarcón. "En estas aguas hay cuatro especies residentes: el delfín común, el delfín listado y el delfín mular, además del calderón común. Pero ahí no acaba la diversidad de la zona. También podemos ver especies que, sin ser consideradas residentes, pasan buena parte del año aquí, como la orca y el cachalote", detalla. "Luego tenemos al rorcual común, que es una especie que migra por el Estrecho entre el Mediterráneo, el Atlántico y viceversa".
De pronto, los grandes acróbatas del mar hacen acto de presencia. Primero, cuatro mulares intrépidos surcan las olas divertidos para regocijo de los turistas. Más allá, dos calderones. Todo el pasaje se escora del lado donde aparecen los mamíferos y el barco, también. La congoja por el miedo a volcar que experimentan los primerizos se despeja pronto, tras descubrir a lo lejos una estampa inolvidable. Decenas de delfines se elevan con medio cuerpo fuera del agua, como si quisieran saludar a la concurrencia con sus característicos 'chasquidos'. Sus mortales de espalda no parecen impresionar a Chano L., un capataz forestal sanluqueño y residente en Logroño, que no se despega de sus prismáticos. "Aquí arriba hay otro espectáculo que os estáis perdiendo", espeta este amante de las aves. "¡Fíjate, una pardela cenicienta!", señala a su pareja.
"Estamos en uno de los cinco puntos más importantes del planeta de migración de aves. Por aquí pasan cigüeñas, milanos negros, águilas calzadas, culebreras y halcones abejeros", indica Laura Pérez, del touroperador Turmares. Esta compañía realiza excursiones todos los días, de marzo a octubre. "El otoño es un buen momento para observar cerca a los grandes mamíferos marinos. Solo se necesita protección solar, gorra, abrigo y calzado cómodo", anima esta empleada del departamento comercial. "Es una experiencia preciosa, sobre todo, para los niños. El asombro de verlos tan de cerca que casi pueden tocarlos, no tiene medida", añade.
Poco después de seguir el falso rastro de un bloque de poliespan, llega el plato fuerte. Montículos grises, una aleta… Los protagonistas muestran pequeños fragmentos de su anatomía y cuesta recomponer el puzle para reconocerlos. Son cachalotes. Resoplan, como agotados por los flases. "Ahí donde los ves, son muy divos", bromea una de las guías.
El avistamiento de cetáceos suele relacionarse con destinos exóticos pero, en realidad, siempre han estado ahí. En la ensenada de Getares (Algeciras) persisten las ruinas de lo que en su día fue la Factoría Ballenera de Getares, uno de los epicentros del comercio de derivados de la caza de cetáceos en el Estrecho de Gibraltar. A principios del siglo XX, el ámbar gris de los cachalotes era un objeto de deseo para los perfumistas, mientras que la grasa de los rorcuales servía para elaborar aceite. Afortunadamente, el paso de los años ha dado paso a otras actividades productivas que no ponen en peligro a estos mamíferos marinos.
Si se está usted planteando la posibilidad de salir en su búsqueda sin intermediarios, dejé de pensarlo. "Los avistamientos están regulados por el Real Decreto 1727/2007 y las empresas se comprometen a minimizar su impacto en el medio marino", recuerda Alarcón, de CIRCE. "No se trata solo de una cuestión legal. Aunque puede parecer fácil acercarse a estos animales, no es tan sencillo encontrarlos. El uso del sónar está prohibido durante las aproximaciones. Podría alterar los sistemas naturales de orientación de los cetáceos", advierte.
Tan esquivas pueden resultar algunas especies que, justo ese día, las orcas se hicieron las tímidas. "Los calderones y las orcas mantienen una pugna eterna por el territorio. Los primeros suelen ganar el pulso, para proteger a sus crías", aclaran desde Turmares. Pero existir, existen. "Tenemos comprobado que desde mediados de julio hasta mitad de septiembre se pueden avistar en la zona alrededor de 50 orcas, agrupadas en cinco familias", promete la guía. No pudo ser esta vez y, como compensación, facilitan a los turistas un descuento para hacer un segundo intento. El Estrecho bien vale un bis.