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"Todo lo que sé, lo he aprendido en Horta". Así de contundente se mostraba Pablo Picasso al evocar este pueblo de montaña que le acogió en 1898, cuando tenía 17 años y trataba de superar la escarlatina.
Permaneció allí doce meses, invitado por su amigo Manuel Pallarès, y regresó un decenio después, junto a su compañera Fernande Olivier. Fueron dos periodos cortos, pero intensos e iniciáticos. Su primera estancia aquí le permitió descubrir los placeres de la vida campesina, a él, que era un urbanita convencido. La segunda, pintar hasta la extenuación lienzos que hoy se exponen en los museos más importantes del mundo. Iniciaba, entonces, su gran aventura cubista.
El Centro Picasso de Horta de Sant Joan, en Tarragona, recoge una muestra austera pero ilustrativa de esa presencia del gran pintor en la localidad, a través de dibujos, esbozos y reproducciones. Desde la casa renacentista que alberga la colección se divisan, además, las Roques de Benet, monolitos que definen el paisaje y que sedujeron al artista. También la montaña de Santa Bárbara, que algunos creen sagrada.
Salvador Carbó, vecino de Horta, historiador y vicepresidente del Museo Picasso, asegura que el artista "se inspiró en la forma de este monte para pintar el cuello de Fernande", y que su silueta se parece, además, a la de la montaña Sainte-Victoire, en Aix-en-Provence (Francia), que inspiró a su maestro Paul Cézanne. Carbó traza un recorrido por los lugares en los que vivió Picasso, como el café donde pasaba las tardes, la cueva en la que se refugió o los paisajes del Parc Natural del Ports. A este territorio, mezcla de roca y agua, con cascadas y pozas como las de Sotorres o Les Basses Olles, llegaron en el siglo XIII los caballeros templarios para fundar el convento de Sant Salvador. Situado a los pies de Santa Bárbara, ahora alberga conciertos y actos culturales.
La experiencia de conocer esta cubista zona de Tarragona crece si se hace en bicicleta. Recorrer el antiguo trazado ferroviario de Zafán, que se extiende por 100 kilómetros entre La Puebla de Híjar y Tortosa, es conectar con esta naturaleza abrupta. Salpicado de túneles y viaductos, hoy está habilitado como sendero. El tramo hasta Benifallet a través del desfiladero del Santuario de la Fontcalda, con pozas de agua cristalina, es quizás el más espectacular. Existen empresas, como Esgambí, que permiten alquilar las bicis en Horta e incluyen recogida al finalizar.
Pero el paisaje, aquí, también acoge sorpresas: los viñedos. Hasta llegar a Pinell de Brai las cepas aparecen sin freno; es la comarca de Terra Alta, la denominación de origen reina de la garnacha blanca, donde está la magnífica Bodega Cooperativa. Templo modernista firmado por un discípulo de Gaudí, esta catedral del vino alberga en la actualidad la Bodega Pagos de Híbera (Pilonet, 8) y su restaurante, cuya carta está asesorada por el chef Fran López, de 'Villa Retiro' de Xerta (1 Sol Repsol. Molins, 2). "Es un lujo estar en un edificio tan especial, así que organizamos visitas guiadas para darle la proyección que se merece", explican desde la bodega. No es la única parada que hay que hacer en la zona. Con una tradición vinícola milenaria, esta tierra factura un tercio de la producción mundial de garnacha blanca, por lo que es obligatorio visitar alguna de sus 60 bodegas. Con cata incluida, por supuesto.
A 16 km de Pinell de Brai está Vilalba dels Arcs, donde los hermanos italianos Gino y Marco Bernava producen sus vinos junto con Ruth Fullat. Llegaron a Terra Alta hace apenas diez años y crearon la bodega Bernaví. "Deseamos transmitir la emoción del vino con nuestros productos y con actividades que permitan comprender mejor la tierra y el proceso de elaboración", cuentan. Para ello promueven catas con maridajes y música. También vendimias nocturnas bajo la luna llena, en las que se recolecta la uva que se convertirá en uno de sus productos estrella: el vino Notte Bianca.
Si la noche no se ha alargado demasiado, merece la pena levantarse pronto para cruzar el Ebro en barcaza a la altura de Miravet, a 15 km de Pinell de Brai. Al timón de este bote está Paco Navarro. Gracias a su pericia, sumada a la fuerza del agua, la barca atraviesa el río sin la ayuda de motor, permitiendo escuchar el murmullo del agua. Calma total.
La llegada a Miravet, con su castillo templario reflejándose en el río, no puede ser más espléndida. La historia de esta fortaleza es apasionante y se remonta a los íberos, sobre cuyo poblado los musulmanes erigieron su alcazaba. Un breve paseo por el recinto descubre la organización de la Orden de los Caballeros Templarios, que se hicieron con el lugar en 1153.
Aurelio Monge es una de las personas que, por su trabajo como guía, mejor conoce el pueblo. Junto a su compañero, Joaquim Marsal, está rehabilitando el Palau de Miravet. Quieren convertir este edificio del siglo XIV, antigua residencia del comendador de la Orden de los Caballeros Hospitalarios, en centro de arte y residencia de artistas. También buscan recuperar la memoria del pintor Joaquim Mir, que residió en el pueblo entre 1929 y 1930 y "tan bien supo captar la luz de Miravet".
En una sala diáfana, con vistas al río, se exponen sus piezas inspiradas en la localidad. Este municipio siempre fue refugio de artistas. No en vano, la población alberga unos ocho talleres artesanos activos en su Raval dels Canterers o barrio de alfareros, junto al río. Ferrán Segarra es uno de los veteranos, con una espléndida colección de cerámica que se desvive por mostrar, secándose aún las manos del purificador barro.
La vida aquí está marcada por el Ebro. El laúd Lo Sirgador, pequeña embarcación típica del Mediterráneo, permite recorrerlo desde Xerta hasta Tortosa. Mientras el bote avanza, la cantante Pili Cugat y el guitarrista Carlos Lupprian entonan sus Cantos del Agua. A última hora de la tarde y envuelto en la melodía, el entorno se vuelve hermoso, con el sol ocultándose tras las montañas de Els Ports y arrojando su luz mágica. Seguro que a Picasso le habría encantado.
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