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Dice Gloria Bosch, investigadora, varias veces comisaria de exposiciones y crítica de arte contemporáneo, residente en Tossa, que la razón, seguramente, es el fuerte carácter de Nancy. En una sociedad masculinizada y en un período de guerras, lo resolutiva y eficaz que era la dueña del Casa Johnstone, el hermoso hotel levantado por los periodistas Nancy y Archie con obreros de Tossa y un proyecto racionalista del arquitecto judío Fritz Marcus, sacaba de quicio a muchos caballeros y no tan caballeros.
“De hecho -apunta Gloria en su casa de Tossa, donde guarda copias de originales y cartas de Nancy- hay testimonios de que el mismo cónsul británico no podía con ella”. Ni Nancy con el cónsul, como se deduce de sus dos estupendos libros. Al fin y al cabo, el matrimonio británico Johnstone desafío a las autoridades y rechazó subirse a ninguno de los cuatro barcos británicos que se acercaron a la costa para recogerlos. Nancy y Archie eligieron quedarse en Tossa con sus vecinos y proteger a los niños refugiados de la guerra que acogieron en su hotel. Los sacaron de España hasta Francia, bajo los bombardeos de la tropas sublevadas.
Pero eso es adelantar la historia que nos lleva hasta Tossa de Mar, en busca del Hotel Johnstone, que ¡Oh, milagro! se mantiene en pie. Eso sí, engullido por un enorme proyecto de turismo del siglo pasado, el hotel Don Juan.
¿Qué es y qué fue Casa Johnstone? El hotel más antiguo de la costa dicen, levantado con el dinero de dos periodistas locos, que huían de Fleet Street, de la peste a tinta y alcohol. Una “casa diseñada por Herr Fritz Marcus, el conocido arquitecto berlinés… Las paredes son blancas, los suelos de baldosas. Los muebles son de madera sin pulimentar….”, escribían la pareja en el tríptico de presentación de hotel en 1934. No añadían que Marcus, judío, había huido del ascenso de Hitler en 1933, como otros artistas alemanes que encontraron refugio en el pueblecito rodeado de montañas de la Costa Brava.
En “La Casa Blanca”, como la denominó la familia que se quedó el hotel en 1939, se mantiene la chimenea de la sala de reuniones, donde tantos artistas y políticos discutieron, pintaron y escribieron; a la terraza racionalista de Marcus -influido por Gropius y la Bauhaus- se le añadieron unas balaustradas coloniales de dudosísimo gusto; la piscina -a la que se sube por unas escaleras mecánicas- y el bar están en la parte de abajo de la casa de Nancy y Archie.
Las vistas no muestran los montes de Tossa con píceas, la playa grande y las rederas o los barcos desde los que en la guerra ya se avisaba ¡barco a la vista! pero, la evocación de la escritora y su amor y aventura ninguneada en esta villa es tan fuerte, que produce alegría.
Es fácil, desde la habitación -hoy espartana- que se mantiene igual que la de Nancy y Archie, coincidir con ellos: "La Costa Brava es el lugar más bonito y más acogedor del mundo… la botánica de esta costa es tan interesante que han enviado durante un año a un técnico de los Kew Garden para que estudie con detalle los árboles y las plantas…”.
Y esta es la historia que contaron para atraer a los británicos. Mejor a sus amigos periodistas y escritores. "Tossa fue el lugar elegido para construir 'Casa Johnstone' después de una inspección exhaustiva de toda la costa: en el pueblo viven 1.700 personas catalanes y una animada colonia de artistas -el lugar pide a gritos que lo pinten- de escritores y de personajes inclasificables… el casco viejo son fortificaciones y torres que se remontan a las invasiones moras… la parte nueva tiene aire para pintores, de un pueblo andaluz… hay un casino para bailar, un bar con bebidas a precios irrisorios… playas excelentes, no hay mareas y bañarse en Tossa es completamente seguro, tanto para buenos nadadores como para quien no sabe nadar…".
Esas cosas escriben los Johnstone en el folleto de presentación y en las cartas de respuesta a aquellos que ya se interesan por su Casa-Hotel aún sin terminar en 1934. Los andamios ya se levantaban por la ladera de Tossa, entre pinos y montañas, con Marcus Fritz planos en mano y azuzado por Nancy, que le pedía que lo hiciera en un lugar alto.
Por entonces, la pareja británica tuvo el primer aviso, con la proclamación del Estado Catalán en 1934. Fracasado -como el movimiento en Asturias que los Johnstone siguieron de cerca, ya con sus ahorros invertidos-, eligieron seguir adelante. El resultado es que por esta terraza, por esas habitaciones, durante 1935, 36 y 37 pasó lo más granado del periodismo británico, amén de todos los amigos de Archie Johnstone y el News Chronicle. La voz se corrió tan pronto que no daban a basto a repartir habitaciones.
Durante 1935 y parte de 1936, aquí se desarrollaron tertulias de poetas, periodistas y pintores con pantagruélicos desayunos con mantequilla y huevos frescos, pan blanco y esponjoso, leche traída de las cabras de al lado. Con todo, siempre había parejas jubiladas o viudas a quienes había que explicar que “bañarse es del todo seguro… no sé a qué se refiere cuando pregunta cómo se bañan los nativos”.
Por la tarde, las cenas eran aún mejores. A horario británico, con pescados capturados unos metros más abajo y verduras del huerto de los vecinos al principio, del de Archie después. El bar de Marcus era el cierre nocturno por excelencia con el alcohol tirado de precio y debatiendo sobre la Europa que se avecinaba o sobre literatura…
Desde el Paraíso azul, una pintura hoy famosa y el nombre con que bautizó Marc Chagall a Tossa, pasando por los pintores como Oskar Zügel, arquitectos como el mismo Fritz o la casa estudio de Zügel realizada por Gerhard Planck: aquí estuvieron los poetas, primero los que no vivieron la guerra, luego los que vinieron de excursión a escribir sobre ella y que criticaban a Auden, el poeta “panocha” amigo de Nancy que pasó aquí un tiempo, cuando aún no era el gran W. H. Auden.
En la terraza y la sala de Casa Johnstone, Frank Jellineck, el escritor y periodista que retrató también la Guerra Civil, contó con el apoyo de Nancy, noche tras noche, para poder trabajar a deshoras, aunque él fuera insoportable. Y como Jellineck, tantos y tantos plumillas y escritores a quienes los Johnstone apoyaron para que pudieran enviar sus crónicas y obras a Europa. A veces, ofreciéndoles descanso cuando llegaban del frente, comida compartida aunque hubiera poca, apoyo si habían visto muchos horrores.
En tan solo cinco años, hubo historias apasionantes que ambos libros retratan con precisión, picardía y sentido crítico. Dice Miquel Berga, el especialista en escritores británicos de la Guerra Civil y profesor de la Pompeu Fabra, que el libro de Nancy Johnstone era mejor que el de George Orwell.
De hecho, Orwell lo despachó con desprecio. Pero ¡ha sucedido tantas veces que los escritos de las mujeres han sido ninguneados! Y sin embargo, es la visión de la retaguardia, menos masculinizada y más cercana a la población civil, lo que hace realmente apasionante llegar a Tossa y pasear con las páginas de Nancy bajo el brazo, recordando a los vecinos que protagonizan el libro.
Por allá, lo que queda del Hotel Rovira, el primer hotelito del pueblo que hoy asombra por su fragilidad. En 1947, los Rovira levantaron otro en primera línea de playa, hoy derruido y en obras, camino de otro proyecto de apartahoteles. Por allí, quizá por ese lado del mar llegó el avión del novio de Greta Garbo, un piloto que se enamoró de la chica quizá más fea del pueblo, como cuenta Nancy.
Según decían, el piloto era un riesgo para el pueblo o eso temían los Tossens y que menos mal que un tiempo después, ese piloto se estrelló en otro punto de la costa, porque ponía en peligro a los vecinos. El humor negro de Nancy también en el libro y en guerra es una muestra más de que en las guerras también se ríe uno cuando tiene hambre y hay que hacer las hojas de coliflor con 20 recetas distintas durante tantos días.
Hasta que entre finales de 1938 e inicios del 39, llegaron los niños refugiados de la guerra, desde Aragón sobre todo, perseguidos por el avance de las tropas franquistas… No hay que tener mucha imaginación para oír aún las risas de Leonor, Josefa, Josefina, Primitivo, José y el pequeño brutito Justo, la caprichosa y pequeña Pilar de ojos azules de estrella correr por esta terraza del Don Juan, cuando los niños bajaban a la playa grande para bañarse e invitar los que tenían sarna de la colonia de al lado…
Durante los tres años de la guerra, esta casa se convierte en un punto de referencia para periodistas, brigadistas internacionales -Marianne y Ulrich- espías, comisario políticos, gentes del POUM, del PSUC, comedor de “lujo” dentro de lo que se podía del Gobierno de la Generalitat, que traía hasta aquí a parlamentarios extranjeros, embajadores, gentes que apoyaban la República y también los del Gobierno central de Madrid, en tensión permanente con la Generalitat, con lo que Nancy tenía que lidiar en esas tensiones.
De esta forma, el libro y las historias de Nancy, con rostro humano, se transforman en un maravilloso inicio de los primeros tiempos del turismo -el primer libro- y una crónica vivida, humana, brutal, y a veces tragicómica, de la guerra en España, en Cataluña y sobre todo en Tossa
Las risas de los alemanes como Marcus y señora, Nikolaus y las dos alemanas, prisioneras en la cárcel de Tossa -todo obra de un policía emborrachado de poder que veía espías por todos los sitios- a los que Nancy logra animar en la cárcel, se oyen por la noche, entre terrazas que rodean la muralla. O se vuelven más intensas cuando uno entra en el Museo Municipal, el único lugar donde es posible encontrar el rastro de Nancy Johnstone.
Nancy dejó el hotel en manos de Francisca y su familia, volvió aquí dos veces, una en el año 50 y luego en 1951. Cuenta Gloria Bosch que, ella y su colega, Susanna Portell -ambas llevan años siguiendo el rastro de Nancy- investigaron hasta después de la última visita de Nancy y el intento por recuperar el hotel. Pero fue imposible. Además, a su segundo marido, un francés, no le gustó la Tossa franquista. Y Nancy renunció a escribir un tercer libro que ya había ofrecido a Faber&Faber, la editorial de los otros dos.
Gloria ha mantenido viva la esperanza, la siguieron hasta que se pierde en Brasil, en 1951 y “unos familiares de Nancy de Bath (ella nació en la ciudad británica de los famosos baños) me escribieron para ver si teníamos más pistas. No ha sido posible”, se lamenta. Por cierto, alguien ha escrito que Nancy murió en un accidente de coche en Guatemala, cuando viajaba con Constancia de la Mora Maura, la aristócrata comunista que llevó las relaciones con la prensa internacional durante la Guerra Civil. El accidente fue real, pero quién murió fue Constancia. Nancy y la rica norteamericana que las acompañaba (sin tener ni idea de las ideas políticas de Constancia) sobrevivieron.
En diferentes momentos de las últimas décadas, desde que Tusquets recuperó los libros que ha editado y fusionado Berga, se han barajado proyectos, documentales e historias sobre Nancy, pero nadie remata. Tampoco hay una ruta por los lugares de los Johnstone en Tossa de Mar y Josep Veray, el director del hotel Don Juan, explica que son más los españoles que preguntan por Casa Johnstone que los británicos. La presencia del libro en una vitrina de la recepción es obvia, pero la playa y la toalla tiran más que la visita al Museo Municipal y la historia de Nancy. Quizá algún día alguien haga algo por los pioneros del turismo y amantes de este país.
De esta forma, el libro y las historias de Nancy, con rostro humano, se transforman en un maravilloso inicio de los primeros tiempos del turismo -el primer libro- y una crónica vivida, humana, brutal, y a veces tragicómica, de la guerra en España, en Cataluña y sobre todo en Tossa.