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El primer acercamiento al mar de todo buzo es el bautismo. En el puerto de Cabo de Palo espera Juan Carlos Farra, buceador desde hace 20 años y director del Club de Buceo Islas Hormigas, donde realizan todo tipo de cursos de buceo: recreativos y técnicos, y de todos los niveles. Creado en 1991, es el más antiguo del pueblo y abre todo el año, de lunes a domingo, siendo septiembre y octubre la mejor temporada para sumergirse por la visibilidad de las aguas.
El ambiente del club es de lo más animado, entran buceadores que vuelven de la reserva marina, mientras otros se ponen los trajes para embarcarse en esta aventura. Hay trajín de gente de todas las edades, ya que el bautismo se puede realizar desde los 12 años. "Incluso hay buzos con 80 y 90 años. No hay que ser un atleta para bucear", tranquiliza Juan Carlos ante los nervios de los que se estrenan. "El buceo recreativo demanda un nivel físico como el que se requiere para hacer senderismo. Es el buceo más técnico el que precisa una mayor preparación física, como el alpinismo".
Antes de empezar, hay que rellenar un test donde dar cuenta de que no padecemos ninguna enfermedad ni problema grave de salud. De la formación teórica se encarga el instructor Gabriel de Robert, que explica durante una hora, más o menos, en qué consisten las diferentes partes del equipo: las botellas, el tanque de la botella, el regulador, el respirador con su boquilla como la del snorkel, el respirador auxiliar (en el buceo la seguridad siempre es redundante), el barómetro que indica la presión del tanque y un latiguillo conectado a la tráquea que nos permite añadir aire al chaleco. Todo ello forma el equipo pesado que manejan los guías en todo momento.
De lo que sí se tiene que encargar el buceador es del equipo ligero: el neopreno, los escarpines, las aletas y la máscara (las gafas). "Lo importante es respirar con normalidad. Son nuestros pulmones los que nos permiten flotar hinchándose al descargar más o menos aire. Llenando nuestros pulmones de aire y vaciándolos podemos ascender o descender en el agua", explica Gabriel, que comenzó siendo instructor hace tres años y ya lleva 800 inmersiones.
Gabriel también alerta sobre el común problema de la presión y los oídos. "Bajo el agua estamos constantemente sometidos a cierta presión. Por ello, si duelen los oídos, nos pinzaremos la nariz y soplaremos suavemente cuando estamos descendiendo, nunca ascendiendo. Si de molestia pasase a dolor avisamos al guía, subimos y volvemos a intentar el descenso más despacito. No hay que aguantar la respiración", comenta este francés criado en Cabo de Palos. Por último, enseña el significado de las señas que ayudarán a los buzos a comunicarse entre ellos bajo el agua.
Fin de la clase teórica, toca ir a la práctica. Vestidos ya con el traje de neopreno, es el momento de subirse al barco. Hace un día maravilloso, el mar está tranquilo y brilla el sol. El patrón busca una cala protegida, un entorno seguro y tira el ancla donde no haya posidonia. Gafas bien colocadas y al agua. Ni pizca de frío. Lo primero es hacer unos pequeños ejercicios para aprender a vaciar el respirador y sacar el agua de la máscara en caso de que haya entrado algo.
Gabriel ayuda al grupo a colocarse el chaleco con las botellas y busca la flotabilidad neutra. Ese momento de ingravidez en el que parece que uno vuela. "Para nadar, hay que evitar colocarse en vertical barriendo el fondo marino, hay que extender bien las extremidades", avisa el instructor, que recuerda al grupo que la aventura transcurrirá entre 5 y 8 metros bajo el agua.
La sensación es única, te sientes ligero, todo ocurre despacio como en un sueño. Al principio te cuesta controlar los movimientos hasta que, por fin, entiendes que todo tiene que ser tranquilo y que se trata de tirar burbujas, flotar y disfrutar del fondo marino. La clave está en tener poco gasto energético, cuanto más relajados estemos, más se disfruta de la actividad. Hay que dejarse llevar.
Es un nuevo mundo, las tres dimensiones son más reales, a partir de los cinco minutos estamos más sosegados y la vida empieza a interactuar delante de nuestros ojos, arriba o abajo. Cuando te relajas los peces no se alejan y un grupo de salpas nada alrededor de nosotros. La posidonia se mece en el fondo, en una roca hay una estrella roja, en otra un cohombro de mar y muchos peces diferentes.
El bautismo se produce en una cala en la zona de amortiguación de la Reserva Marina Cabo de Palos-Islas Hormigas, donde habitan especies de tamaño mediano y muchos pececitos. Para acceder a la reserva se necesita la titulación mínima de buceo –una estrella de la Federación española de actividades subacuáticas, cuyo curso dura cuatro días y te permite bucear sin instructor–; o un Open Water de alguna organización internacional.
La belleza del paisaje subacuático es inabarcable. La prolongación de la cadena Subbética finaliza en Cabo de Palos, formando bajo sus aguas unas montañas en las que confluyen las corrientes marinas del Atlántico y del Mediterráneo. Allí hay praderas de posidonia, paredes de 40 metros con hermosos corales en las que encontrar grandes meros, doradas, abadejos, peces luna, morenas y un largo etcétera de peces que, sintiéndose seguros, campan a sus anchas entre los buceadores. Y en sus fondos más de 50 barcos hundidos, pecios que son auténticos museos vivientes bajo el agua.
Ya han pasado 50 minutos desde la inmersión y es hora de que los nuevos "bautizados" regresen a tierra donde recibirán su merecido diploma. En esta experiencia, siempre hay un mensaje que aboga por la concienciación sobre el medio natural en el que nos movemos. "Cuando vamos al mar lo único que podemos dejar son burbujas. Disfrutamos de fondos marinos y dejamos burbujas, no podemos tocar la vida ni los restos que veamos", dice Gabriel con una gran sonrisa antes de despedirse del grupo.