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Hay una Astorga romana –Austurica Augusta– capital de las minas de oro que explotaron los emperadores y que ya alababa Plinio el Viejo; una Astorga de leyenda, como la de la batalla de Clavijo –otra de reconquista a los árabes– en la que incluso participó el apóstol Santiago–; una Astorga de Napoleón, que pernoctó en la ciudad varias noches durante la ocupación francesa; la Astorga del obispo Grau y el joven Gaudí –con su Palacio Episcopal– o la Astorga de los Panero. Incluso la Astorga de un presidente norteamericano, John Adams. Siete disfraces, con el de la Maragatería y Pedro Mato, para elegir una visita. O varias.
Y es que sobre todos esos trajes, en el imaginario de los astorganos planea el de un personaje misterioso, héroe vestido de maragato, que vigila sus sueños día y noche. Pedro Mato es el arriero encaramado al tejado de la catedral y a quien atribuyen presencia en casi todos los episodios históricos de esta villa, dos veces milenaria.
No se sabe a ciencia cierta quién fue este Pedro Mato, ni cuánto tiempo lleva ahí arriba (la estatua original se llevó al Museo de Zamora a mitad de los años 80), pero es un héroe popular. Unos defienden que luchó en la batalla de Clavijo al lado del mismísimo apóstol Santiago, pero hay historiadores que cuestionan hasta la batalla misma. Otros, los más, se apuntan a la leyenda del maragato que luchó contra los franceses ayudando a los resistentes y que fue muerto por los de Napoléon cuando lo descubrieron. Los hay también que le vinculan con un Pedro Mato de Zamora; incluso su nombre aparece en una herencia para sobrinos, hace siglos.
Si atendemos a los datos, pocas de estas historias se sostienen, porque hay un cuadro de la catedral, de mitad del siglo XVII, en donde Pedro no aparece. Algunos defienden que Mato está encaramado sobre las tejas desde 1798 pero, ¿por qué? Da igual. Nadie ata la imaginación de ningún visitante y menos aún, de ningún astorgano, que echa a volar en cuanto vislumbra a Pedro sobre el tejado.
Recorrer la capital de la Maragatería con Mato, cual Peter Pan sobre el reloj de Westminster, está tirado. Cada rincón es un trocito de historia y misterio, también a futuro. Porque en las esquinas, uno puede toparse con cualquier peregrino que trae sus propios cuentos, desde allende las fronteras. La ciudad es parada acogedora del Camino de Santiago.
Los martes hay mercado y la plaza del Reloj se viste con los puestos de ropas y de hortalizas que resisten al invierno –repollos, escarola, lombarda, berza– pero se van los ojos tras los embutidos: las cecinas, los chorizos, lomo, tocino, panceta. ¡Estamos en León!
Todo este lío de la plaza, con las voces de los vendedores, jubilados, estudiantes que salen a comer, amas de casa que ya han puesto el puchero y peregrinos que hacen un alto es ambientado por los arranques de Juan Zancuda y Colasa, los dos maragatos del reloj del ayuntamiento, que mantienen un diálogo continuo con Pedro, a su espalda en la catedral. Los golpes al reloj de la pareja maragata marcan la vida cotidiana, alimentada con el aire limpio y a veces cortante que llega desde el monte Teleno, azul y alegre en los días despejados, amenazante cuando sopla a través de las grises nubes que le cubren durante el invierno.
Juan y Colasa están a pocos pasos de su paisano Mato, y si cobraran por cada sonrisa que provocan en peregrinos, visitantes o niños, hace tiempo que serían millonarios. "¿Véis a Colasa y Juan? Desviad un poco la vista, hacia el escudo. Le falta la torre que representaba a los marqueses de Astorga. Los franceses obligaron a borrarla o a quitar el escudo. La opción menos mala era borrarlo". Emilia Villanueva llegó a Astorga desde Oviedo para una temporadita y lleva décadas enganchada a este cruce de caminos a 37 kilómetros del antiguo Reino de León.
Villanueva, alma del Ayuntamiento astorgano en cuestiones de cultura, se esponja con el relato de las hazañas de la tierra, de las culturas milenarias o del último logro, la placa puesta en la Casa Consistorial en recuerdo de la visita de John Adams, el segundo presidente de los Estados Unidos y vicepresidente de Washington, que durmió en la ciudad en enero de 1780. Le llamó la atención el mercado y la belleza del lugar y lo escribió, recuerda Emilia ante la recién estrenada placa en la entrada del concejo.
"Astorga está mencionada en el Arco del Triunfo de París como uno de los éxitos de Napoleón, pero el general Santocildes se rindió con honra, por eso aquí se le respeta". Habla mientras sube hacía el despacho del alcalde y la sala de reuniones, para mostrar al visitante la riqueza arquitectónica del ayuntamiento y el estandarte de la batalla de Clavijo, verdadera reliquia que se venera en la ciudad con amor patrio. Durante años, los hilos fueron cortados para regalar trozos a las gentes ilustres.
Los maragatos del ayuntamiento compiten en atenciones con el Palacio Episcopal, obra de Gaudí. ¿Qué hace un palacio de un obispo, levantado por el artista catalán en el centro de la meseta? La respuesta está en Juan Bautista Grau y Vallespín, 128 obispo de Astorga "fiel al gobierno de la nación", recogen los escritos del palacio. El 27 diciembre de 1886 se incendia el afamado palacio y en febrero de 1887, Grau comunica al pueblo de Astorga que ha recibido permiso para rehacerlo. El obispo llevaba muy poco tiempo ejerciendo en el lugar cuando se quemó la sede del obispado –donde Napoleón había dormido durante la ocupación francesa– y se apresuró a reconstruirlo.
Su "Ilustrísima" y Gaudí eran de Reus y para quienes no lo recuerden, el arquitecto era muy católico. Aunque Grau no vio la obra acabada –murió de gangrena– y Gaudí tuvo que abandonar el proyecto por falta de apoyos, allí ha quedado plantado el obispado-palacio de un artista que por entonces tenía 35 años. Recorrer el lugar tras un grupo de catalanes de Reus tiene su aquel; tanto como observar la magnificencia del comedor y la sala de reuniones diseñada para el ocupante y sus visitas.
Para el común de los andarines, desde fuera el palacio transmite sensación de pieza para un parque temático o el castillo de Herodes colocado en un Belén. Los jardines y la muralla son buena visita. En el interior, el recuerdo de la mezquita de Córdoba en las pinturas de los arcos de Gaudí se cruza con el estilo orgánico y natural. Las hojas y flores en cerámica características del artista –en honor de San Efrén, el primer obispo de la diócesis– los volúmenes y la naturaleza avanzan al hombre capaz de concebir después la Sagrada Familia.
Al lado de la obra de Gaudí, la Catedral de Santa María resiste el envite de la modernidad desde hace siglos. El misterio de Pedro Mato sobre el tejado engancha al visitante, y poco a poco, entra en un lugar enorme, como se asombró el escritor holandés Cees Nooteboom. "Un monolito que ha caído en un lugar demasiado pequeño por una fuerza cuya envergadura ya no entendemos", escribe en 1986.
Diseñada para pasar por el museo primero –merece la pena pararse en las imágenes románicas de las vírgenes, aunque algunas estén muy restauradas– y visitarla sabiendo que presume "la catedral gótica de ser el único referente alemán en la península ibérica" según canta la audio-guía. Pero es un gótico tardío, que mezcla después Renacimiento y Barroco e incluso neoclasicismo. Lo mejor es no perderse el retablo Mayor, obra de Gaspar Becerra.
Cumplido el grueso del recorrido turístico clásico, uno puede optar por la visita al Museo Romano (interesante) o la Casa Museo de los Panero. La casa de Leopoldo Panero –el escritor y poeta oscurecido por sus hijos y la película de Jaime Chávarri, para muchos de forma injusta– se ha convertido en un centro literario y de cinéfilos de lo más activo.
Otra alternativa para quienes viajan con niños es una visita al Museo del Chocolate (curioso). También se puede rematar con las vistas sobre la muralla, desde donde se extiende en lontananza el País de la Maragatería y las tierras del antiguo Reino de León.
Acabada la parte lúdica y cubierta la conciencia cultural, una ya puede lanzarse a zampar el cocido maragato que sirven Nati y sus hijas: Rebeca y Jessica, en 'Casa Maragata' (la 1 y la 2, ambas muy buenas). O a comprar los mantecados famosos en 'La Mallorquina', donde Fernando Rodríguez y sus hermanos presumen, con razón, de haber cumplido ya los 100 años en el negocio.
Un siglo también tiene el 'Chocolate Santocildes', cuya fábrica sigue abierta y sus chocolates –herencia del cacao traído de América que los maragatos trasladaban desde los buques de los puertos del Cantábrico– mantienen renombre. O la cecina que venden en la jamonería del último maragato, Antonio el Jamonero.
Si no quedan muchas ganas de andar, lo mejor es pasar por 'La Despensa' de 'Casa Maragata', en donde se encuentran todas las delicatessen de Astorga y León, incluidas las legumbres, todo un lujo.
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