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En teoría, se trata de una calle de 2,7 kilómetros en pleno Parque Natural de La Breña y Marismas del Barbate, plagada de casas bajas, restaurantes y bares. En la práctica, es un auténtico paraíso de acantilados roba-alientos y playas eternas, donde los azules del cielo se mezclan con los del océano regalando escenas irrepetibles que parecen haber sido pintadas (o soñadas).
Durante julio y agosto, la magia se conserva, pero acompañada de bastante más bullicio que en los primeros y últimos días del verano, cuando la tranquilidad es absoluta. Ya en otoño, todo son escenas familiares: los perros se revuelcan libres en la arena, las escasas sombrillas mantienen decenas de metros de distancia entre sí, los hippies retirados pasean y saludan a quien se cruce en su camino, y los camareros sirven cervezas y tortillitas de camarones en bares en los que la prisa no existe y las caras largas, mucho menos. Mientras, casi todos los turistas siguen el mismo ritmo: el del que solo busca pulsar el merecido off sin tener que pelear por un sitio en la playa, una mesa en un restaurante o un ratito de lectura en silencio.
Todo arranca en el tómbolo de Trafalgar, declarado monumento nacional en 2001. Además de haber sido el escenario de la emblemática batalla homónima en 1805, cuenta con un importante valor geológico y allí se alzan el característico faro y los restos de una torre vigía instalada en el siglo XVI con el fin de proteger la costa de invasiones piratas.
Se trata del enclave perfecto para ser testigo de una de las mejores puestas de sol del mundo. Por eso, a partir de las siete de la tarde, cuando el clima empieza a pedir el bienvenido jerseicito, ya se empiezan a ver en el camino que llega hasta allí a los primeros visitantes, ansiosos por conseguir la primera fila del espectáculo y hacerse con la mejor instantánea de todas (aunque recomendamos probar a presenciarlo sin pantalla de por medio, en línea con el ambiente de desconexión que se genera).
Pero no solo de escenas de película vive este islote: allí también se esconden importantes restos arqueológicos. "La cornisa del faro actual la fabricaron con piedras de lo que en época romana fue un templo dedicado a la diosa Juno. Cuando está la marea baja, se ve la base", cuenta Antonio Morillo, un boticario "de 85 tacos" -como él dice-, natural de la vecina localidad de Vejer. Lleva toda la vida veraneando en Los Caños y presume de haber sido, junto a su padre y su abuelo, el primero "en poner las pisadas en esa playa".
Como experto extraoficial de la zona, también sabe que, en 2018, junto al faro, un temporal de lluvia y viento dejó al descubierto una piscifactoría romana. "Los atunes vienen desde el Atlántico a desovar al Mediterráneo y, ya en época romana, eran capturados ahí. Estas almadrabas han sido importantes a través de las distintas civilizaciones", señala haciendo referencia a la técnica artesanal de pesca que se practica tradicionalmente en esta parte de la costa gaditana.
Es complicado dar con alguien que no sonría en esta pedanía del municipio de Barbate. Algo tendrá que ver esa eterna sensación de estar haciendo lo que te da la real gana. En bañador, vestido o como te trajeron al mundo: tú eliges cómo quieres pasear por esas interminables extensiones de arena fina que tan bien sientan a las plantas de tus pies y sumergirte en las frescas aguas de un océano Atlántico que te resetea al instante. Solo tienes una obligación y te la recuerdan los cubos de basura y ceniceros habilitados en varios puntos de las playas: cuida la naturaleza.
Otra de las opciones más elegidas para recorrer Los Caños es mediante rutas a caballo o en bicicleta, aunque también hay quien decide sumarse a alguno de los deportes náuticos que allí se practican, aprovechando el fuerte viento que azota habitualmente la costa gaditana. "Kitesurf, piragüismo, surf, submarinismo... Quien viene aquí tiene multitud de opciones para gozar del entorno, de las puestas de sol, y de la tranquilidad del parque natural", nos cuenta Chari Marín, guía turística de la zona.
Mientras, para Morillo, el principal atractivo de la pedanía gaditana es que "tiene playas muy sui generis, distintas, lo que hace que sea un sitio admirable, abrigado, y muy bonito", expone. "Fíjese si tiene encanto que mi madre antes de morir nos dijo: 'Heredáis el campo de tu padre, la casa donde vivimos, y Los Caños de Meca'. Menos mal, porque cada uno le tiene amor a su terruño".
Y como para no tenérselo. Pese a que su fama de lugar predilecto de peregrinación para hippies, bohemios y naturistas forma parte del recuerdo de lo que fue en los años 70, aún se conserva esa esencia en los mercadillos de artesanía del pueblo y de la playa, y en el buen rollo que se respira en los chiringuitos, sobre todo en los que se mantienen abiertos fuera de la temporada alta.
Uno de ellos es el 'Ohana' (Pago de Los Caños de Meca, 259), ubicado justo a la entrada de la playa y donde, además de cerveza fresca, pescaíto frito y contundentes montaditos de queso de cabra, chorizo criollo, lomo o boquerones en vinagre, se ofrece música en directo cada día. No es raro pasar por delante un lunes cuando cae el sol y escuchar al público coreando un "volare, cantare, oh oh".
Ese ambiente es fácil de mantener cuando el entorno que te rodea está plagado de manifestaciones de la naturaleza en estado puro. En el extremo de Los Caños contrario a Trafalgar, las playas abandonan la inmensidad del cabo para formar calas más pequeñas, íntimas y ubicadas bajo imponentes acantilados, como la de los Castillejos o la nudista las Cortinas, donde la ropa y el pudor solo estorban.
Desde allí parte un camino –ojo: únicamente accesible cuando la marea está baja–, donde quizás puedas ver caer desde las rocas algún chorro de agua dulce. En su día abundantes, hoy su caudal es menor debido al impacto de la extracción de los pozos y al agua que necesita el parque natural que abraza a localidad desde atrás.
De hecho, muy cerca de estas playas arrancan algunos de los senderos que se adentran en el espacio protegido y recorren los acantilados desde las alturas. Las 5.000 hectáreas que conforman el parque de la Breña dan como resultado el que es "el mayor pinar litoral de la provincia de Cádiz", según Chari Marín. Además, aúna todo lo que hace especial a Los Caños de Meca, ya que "abarca cinco ecosistemas en un mismo sitio: el acantilado, el pinar, el sistema dunar, la franja marina protegida y las marismas". ¿Alguien da más?
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