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"En Roncesvalles no hay ruinas. Aquí nunca se ha tirado nada. Se ha reaprovechado todo", dice Asunta Recarte, la guía turística de esta tierra de bandidos, pastores, soldados y peregrinos, y que nos resume en hora y media de visita. Roncesvalles es una sucesión de reconstrucciones sobre las estructuras anteriores, desde el medievo hasta la actualidad. Las edificaciones funcionales que se han sucedido lo han hecho siguiendo una estética uniforme.
Nunca lo habitaron monjes, sin embargo, el sitio se parece a un monasterio. Austero, sobrio, alpino y gélido, sobre todo en el exterior, aunque en el interior de los mismos, difíciles de calentar, también hace frío. La colegiata de Santa María, un antiguo hospital de peregrinos, es la propietaria del término municipal de Roncesvalles. En sus 15 kilómetros cuadrados se acomodan la colegiata y su claustro del siglo XVII, un museo-biblioteca en el que se exhiben pinturas y esculturas, así como valiosas muestras de orfebrería.
A destacar, una curiosa pieza de plata, la llamada esmeralda de Miramamolin, que según la tradición, Sancho VII el Fuerte arrebató al rey árabe en la batalla de Las Navas de Tolosa; y el ajedrez de Carlomagno, un relicario de plata que, según otra leyenda, perteneció al emperador franco. Además de las capillas de san Agustín y del Santo Espíritu o Silo de Carlomagno, donde se cree que Roldán clavó su espada tras ser derrotado por los vascones en la batalla de Roncesvalles.
La colegiata de Santa María, de estilo gótico francés, la mandó construir Sancho VII el Fuerte, un rey navarro célebre por su victoria en la batalla de Las Navas de Tolosa y por su estatura. "De 2,20 metros de altura no te lo baja nadie", nos dice Asunta junto a la gran tumba en la que se hizo enterrar este gigantón. Que el interior de esta iglesia, fría y oscura porque un tejado añadido tapa las ventanas, nos recuerde al de la parisina Notre Dame no es casual. La idea era que los peregrinos al llegar lo hicieran a un lugar que les resultara familiar.
A estos edificios hay que sumar otras tantas construcciones civiles: un molino, la hospedería, la Casa de los Beneficiados, un albergue y un hotel. Todos se encuentran en una vaguada al abrigo del puerto de Ibañeta, que protege al sitio y a los peregrinos del clima de montaña propio de la zona. El paisaje, dependiendo de la estación, es verde o blanco y no hay casa que no tenga un tejado a dos o cuatro aguas para facilitar la caída de la nieve al suelo. Por aquí nieva igual que si fuera una estación de esquí.
De los 20 vecinos de Roncesvalles los canónigos son mayoría respecto a los laicos. Esa pequeña comunidad religiosa es la que acoge y bendice a los caminantes que se echan a andar en Saint Jean Pied-de-Port, pasan por Luzaide/Valcarlos, un pueblo fronterizo pirenaico, la puerta de entrada a Navarra del que se conoce como Camino Francés y llegan a Roncesvalles, donde empieza el Camino del Norte.
Desde Luzaide/Valcarlos se asciende, entre castaños, abedules, avellanos y hayas, al puerto de Ibañeta. En la cumbre, además de panorámico mirador de la zona, hay un monolito en memoria de Roldán y la capilla de San Salvador. En este paraje de bosques, prados y senderos arbolados tuvo lugar la batalla de Roncesvalles. Icónica por ser la única que perdió Carlomagno a mano de los vascones y que el Cantar de Roldán hizo eterna.
Desde la cumbre de Ibañeta los peregrinos emprenden el descenso a Roncesvalles. Lo hacen por un sendero vertiginoso que atraviesa un bosque de hayas en el que la vegetación cubre una serie de búnkeres abandonados desde los que nunca se disparó nada. Algunos están tan cubiertos que, si no te acompaña Koldo Villalba de Diego (de 'Itari Natura'), olvídate de dar con ellos. Estas construcciones de carácter defensivo se construyeron, por si acaso, un poco antes del fin de la Guerra Civil Española y unos años después de la II Guerra Mundial.
Estos búnkeres franquistas son parte de una línea fortificada que recorre todo el Pirineo, desde el mar Cantábrico hasta el Mediterráneo. Los hay de varios tipos: anticarros, antitanques, nidos de ametralladoras y para morteros. Todos tienen la entrada mirando al sur, donde iban a estar los defensores, y están orientados hacia el norte, por donde se supone que iban a entrar los invasores, a la postre fantasmas. Hay búnkeres de dos y hasta cincuenta personas de capacidad. En algunos hay que entrar agachados y en otros es como hacerlo en una casa campo. Los búnkeres nunca se llegaron a armar.
Además de guía, Koldo es un druida y nos advierte de los peligros del azafrán salvaje autóctono. No es recomendable echarlo en el arroz, dice. Su sabor, literalmente, mata. En este entorno la pureza del aire se mide por los líquenes que decoran los árboles. Y así, casi sin aire, pero con ánimo se llega a Roncesvalles.
El Camino de Santiago no fue solo una peregrinación religiosa y política, socialmente también fue muy importante. La idea era unir el norte cristiano peninsular con el resto de Europa y traer presencia cristiana activa en aquella España musulmana de la posreconquista. Para ello se incentivó a los caminantes por medio de la exención de pagos de peaje, infraestructuras y atenciones gratuitas, como en el hospital de Roncesvalles, además de beneficios espirituales, como los perdones e indulgencias, lo que animó a la gente a salir de casa y echarse andar, desde a saber dónde, hasta Santiago.
El Camino se sabe dónde acaba, pero no dónde empieza. Tampoco se sabe exactamente cuándo dieron comienzo las peregrinaciones, ¿en el siglo IX?, ¿en el X? Una vez se consolidan las monarquías cristianas los peregrinos se ponen a caminar hasta Santiago. Con la difusión del protestantismo en Europa ese trasiego de caminantes mengua y hay que esperar hasta finales del siglo XX para que el Camino vuelva a experimentar un boom, por la fe, la cultura y el deporte.
Antes de los 90 del siglo pasado por Roncesvalles pasaban unos mil peregrinos, a partir de ese momento son unos 70.000 los que lo hacen anualmente. Desde entonces no se deja de oír "Buen camino" a modo de despedida entre los caminantes. "A día de hoy el Camino de Santiago es un producto de consumo", dice Koldo, al tiempo que nos cruzamos con peregrinos de todas las edades y de diferentes nacionalidades que descienden desde lo alto de Ibañeta a Roncesvalles. Un cobijo de caminantes y centro religioso, a 755 kilómetros de distancia de Santiago, en el que la orografía y la épica se cruzan.