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La isla de los guanches conserva 43 espacios naturales protegidos que ocupan el 48 % de su territorio y lo convierten en un continente en miniatura, de 2.000 kilómetros cuadrados, cargado de vida. Los volcanes, las corrientes y los vientos alisios han moldeado durante millones de años la mayor de las ínsulas de la Macaronesia (Azores, Canarias, Cabo Verde, Madeira e islas Salvajes) para crear un cóctel de ecosistemas y climas que van cambiando desde el océano Atlántico a los 3.718 metros del pico del Teide. Hoy vamos descubrir los principales ingredientes de este combinado natural tinerfeño.
El litoral de Tenerife, de más de 400 kilómetros, está dibujado por dos caras opuestas. La cara norte es más abrupta y selvática, de playas de arena negra y calas inaccesibles junto a roques resquebrajados al final de barrancos verdes. La cara sur, más turística y domesticada, árida y rojiza, está salpicada de arenales de tonalidades blancos, dorados y negros, donde los vientos soplan con fuerza haciendo las delicias de los amantes del windsurf y el kitesurf, tal y como sucede en El Médano.
Empezamos nuestro recorrido paisajístico en una de las zonas más salvajes del litoral, en el extremo noroeste y en territorio de Anaga. Una carretera desierta bordea la línea costera que se retuerce y separa los precipicios, que se desploman sobre la playa de Benijo, de las ásperas laderas de roca negruzca donde crece el cardón y la tabaiba, matorrales endémicos y protagonistas del primer escalón vegetal de la isla.
Frente a los acantilados costeros emergen del Atlántico una sucesión de islotes puntiagudos o roques, como el de Benijo y la Rapadura, que preceden a los imponentes Roques de Anaga, el de Dentro y el de Fuera. Estas antiguas chimeneas volcánicas plantadas en mitad del océano constituyen uno de los sistemas ecológicos más característicos de Canarias, de gran interés científico y paisajístico.
Esta visión dramática al norte del Parque Rural de Anaga se completa con playas de arena negra y fuerte oleaje como Roque Bermejo, solo accesible en barco o a pie cruzando el barranco de su mismo nombre, o la de Almáciga, que se ha convertido en un punto obligado para surfistas. También en este litoral nos encontramos aldeas aisladas como Benijo o Draguillo, de casitas blancas que se asoman desde las laderas donde empiezan a dominar los dragos, las palmeras y otros roques prominentes, esta vez terrestres, como el de las Ánimas o de Aderno.
QUÉ HACER: Los fuertes vientos hacen de esta zona un buen lugar para la práctica de la vela, sus olas para la práctica del surf y sus fondos marinos claros para la del buceo. El kayak es el mejor medio para acercarse a contemplar los roques de Anaga.
Sin salir del Parque Rural de Anaga, una Reserva de la Biosfera de 14.500 hectáreas, ascendemos por las colinas, que, según va aumentando la altitud, van envolviéndose por el verdor y la niebla que se acumula entre este macizo y el Atlántico. Aquí se oculta otro de los ecosistemas más representativos de la Macaronesia: la laurisilva o Monteverde.
Los caminos se pierden en este vergel de laureles, líquenes, sanguinos, brezos, sauces, mocanes y viñátigos entre una veintena de árboles que componen este bosque frondoso y húmedo con un microclima diferente en cada colina. La laurisilva es un vestigio vegetal de la Era Terciaria (hace 40 millones de años) que abunda en los macizos del Teno y Anaga, entre los 500 y 1000 metros de altitud. La auténtica selva de Tenerife.
Exploramos los recovecos de esta abrupta cordillera de cumbres recortadas, roques, diques –fisuras rellenas de magma solidificado–, valles y barrancos profundos que se extienden hasta el mar. La bruma se propaga por los senderos que se abren paso entre helechos, píjaras y troncos retorcidos cubiertos por el musgo, creando un halo de misterio a lo King Kong o Jurassic Park.
Esta zona alberga, además, una fauna y una flora rica en endemismos. De hecho, la Cruz del Carmen, situada en la cara occidental del parque rural, es el punto con mayor biodiversidad concentrada de todo el continente europeo. "El macizo de Anaga es una de las áreas geológicamente más antiguas de Tenerife y eso, junto a las diferencias de altitud, de clima y de suelo, permiten una enorme variedad biológica", explica Nauzet Delgado, geógrafo y guía de la isla.
Chamorga, El Bailadero, Las Casas de la Cumbre, Taganana… Entre esta jungla canaria se esconden hasta 26 caseríos, cuyos habitantes siguen fieles a las tradiciones de hace siglos, como el cultivo de la papa, la batata, el ñame y la vid. Destaca también su pequeña producción de queso de cabra.
QUÉ HACER: Perderse en el pulmón verde de la isla siguiendo cualquiera de los senderos que lo conectan desde Benijo a Roque Bermejo, o desde la Cruz del Carmen al Bosque Encantado. Las rutas a caballo o en BTT también son muy populares en el lugar, como la observación de la avifaunia en esta zona de especial protección para las aves. Dentro del parque existen varias zonas cuyo acceso está regulado por lo que lo mejor será consultar el Área de Medio Ambiente del Cabildo Insular de Tenerife.
Dejamos la selva de Anaga para tomar rumbo al corazón de la isla. El día parece no estar de nuestra parte; todo está nublado, llueve incluso y tratar de vislumbrar hoy el volcán del Teide parece una ilusión desde la cara norte. Avanzamos por la carretera Dorsal TF-24 que discurre entre el valle de la Orotava y el de Güimar. Poco a poco va ganando altitud y desapareciendo en otro de los elementos paisajísticos más especiales de la isla: el mar de nubes.
Los vientos alisios vienen de las Azores cargados de la humedad que se condensa al toparse con el relieve del Teide y la parte septentrional de Tenerife, creando así un cúmulo de nubarrones muy presente entre los 800 y los 1.400 metros de altitud. Sobrepasado ese límite parece que entramos en otra dimensión en la que las nubes no están arriba sino abajo, el cielo siempre está azul y el mar también, y el Teide se contempla más espectacular que nunca abrazado por el profundo bosque de pinos que hoy nos disponemos a recorrer.
El Parque Natural de la Corona Forestal es, con sus 46.614 hectáreas de extensión, el mayor espacio protegido de Canarias. En los años 40 se empezó a repoblar con el pino canario estas laderas que rodean el Parque Nacional del Teide, vertebradas por tres grandes cordilleras volcánicas que convergen en el centro de la isla.
Sin perder de vista el Teide, respirando el aroma a pino y en medio de un silencio absoluto solo alterado por el sonido de nuestras pisadas en este suelo acolchado de acículas. Aparquemos el coche, por ejemplo, a la altura del Cruce de Arafo para caminar por senderos como el GR-131, aprovechando antiguas veredas para domar boscosas lomas, vaguadas y barrancos. Esta zona está surcada por 200 galerías subterráneas para la extracción de aguas y poblada de especies endémicas como las palomas rabiche y turqué, y de reptiles como la lisa, el perenquén y el lagarto tizón. También hay murciélagos, pero se esconden en cuevas y tubos volcánicos de la zona.
QUÉ HACER: Escucha el murmullo del agua del barranco del Río, visita los pueblos de Las Dehesas y de Los Pelados, descubre el Paisaje Lunar en los Altos de Vilaflor o camina por la zona de Cuevas Negras. Por el parque se reparten diversos campamentos, aulas de naturaleza y áreas recreativas.
Terminamos nuestro recorrido natural en la zona más joven e icónica de la isla de Tenerife, el Parque Nacional del Teide. A partir de los 1.650 metros de altitud descubrimos un entorno sobrecogedor de 19.000 hectáreas dominado por la silueta de este volcán de 200.000 años de edad y 3.718 metros que, medido desde su lecho oceánico, es el tercero más elevado de la Tierra. Estamos ante una de las manifestaciones más espectaculares de vulcanismo, un crisol de paisajes de otro planeta sacudidos por cientos de cráteres, coladas de lava que se derraman por sus laderas, cuevas, parajes desérticos y de alta montaña.
Es increíble cómo la vida ha conseguido colonizar este territorio yermo abrasado por el sol en forma de plantas endémicas de Canarias como el tajinaste rojo, que puede llegar a medir tres metros de altura, la violeta del Teide, emblema del parque solo visible por encima de los 2.500 metros de altitud, la hierba pajonera o el alhelí.
Las Cañadas del Teide conforman una enorme caldera de 17 kilómetros de diámetro coronada por esta cima nevada en algunas épocas del año, acompañada por enclaves tan emblemáticos como el Alto de Guajara, el Llano Ucanca, las Siete Cañadas, La Fortaleza, los roques de García o el Pico Viejo.
QUÉ HACER: La forma más sencilla de conocer el parque es recorrerlo por la carretera que se escora entre las coladas de lava y descubrir la inmensa variedad de paisajes de norte al sur en este espacio protegido. Tomar el teleférico (reserva previa) y ascender desde los 2.356 metros hasta los 3.555 de la estación superior es también una experiencia obligada. Para los más aventureros, lo es tomar el sendero para subir por Montaña Blanca, hacer noche en el refugio Altavista (entre 10 y 20 euros) y después coronar el Pico del Teide para disfrutar de un amanecer incomparable. Para realizar esta ruta es necesario obtener un permiso especial a través de la web de Parques Nacionales.
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