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Antes incluso de que despunten los primeros rayos, que tímidamente tratarán de atravesar las densas nubes que encapotan el cielo, los zarauztarras más madrugadores ya han tomado el paseo marítimo. La pleamar de la noche ha cubierto de arena el malecón y en los establecimientos de primera línea de playa han blindado puertas y ventanas con listones de madera para plantar cara al fuerte oleaje. Nada impide, sin embargo, que los paisanos salgan, ataviados con anorak y con el preventivo paraguas, con o sin la compañía del perro, a ritmo tranquilo o paso ligero, para recorrer los 2,8 km de la playa más extensa de Euskadi. Muchos ciclistas y runners extienden el trayecto unos 5 km más, los que comunican Zarautz con la vecina Getaria por el paseo que va paralelo a la N-634.
"En verano por aquí casi no se puede ni andar. Pero ahora da gusto, incluso si acompaña este sirimiri, que le da encanto a la costa", apunta un vecino. Las toallas, sombrillas y toldos de franjas azules o verdes que cubren el arenal durante los meses de estío ceden su protagonismo a los surfistas, que tratan de coronar las olas más espectaculares que rompen en el espigón de Santa Bárbara, con la silueta del Ratón de Getaria (el monte San Antón) al fondo. "Aunque los días de fuerte oleaje, la mayoría prefiere ir a coger aquellas con grandes tubos que se forman en las playas más cerradas de Mundaka y Deba", advierte Indar, el entrenador técnico de la escuela 'Shelter', una de las siete que hay en Zarautz y que dirige el campeón Aritz Aranburu.
"De niño se pasaba todo el día metido en el agua", recuerda su padre Rafa mientras apura un café en el bar que montó hace cuatro años su hijo. El local, a pie de playa y con varios guiños en su carta a esos lugares con los que Aritz siempre soñaba surfear –açai brasileño, pitaya del Caribe, poke hawaiano...– está ubicado justo donde arranca la pasarela de madera que recorre el Biotopo de Iñurritza, donde se dan la mano acantilados, marismas y dunas. Estas semanas son menos numerosos los golfistas que patean en uno de los campos de golf más antiguos de España (inaugurado en 1916) y que cuenta con casi 165.000 metros cuadrados de hierba sobre estas dunas, con vistas al monte Talaimendi y al islote de Mollarri.
Tras el desayuno, toca acercarse al mercado. Aunque abre mañana y tarde entre semana (los domingos es día de descanso), a primera hora es cuando más ambiente hay. Las baserritarras, las señoras de los caseríos diseminados por los barrios de San Pelaio, Santa Bárbara, Urteta o Argoin, exhiben en el centro del merkatu las verduras, hortalizas y flores recogidas apenas hace unas horas de sus huertas. En los puestos laterales, que han visto ampliado su espacio tras la reciente reforma, cuelgan las chistorras caseras junto a los quesos elaborados con la leche de las ovejas que pastan en los prados de Aia, los tarros de guindillas y las botellas de txakoli.
Sin embargo, las que más triunfan son las pescaderías (arrandegia) 'Itziar' y 'Batela', donde lucen ejemplares de pargos, txitxarros, perlones –"se llaman solteronas cuando son más grandes", aclara el pescadero a una clienta–, y grandes piezas de besugos y rodaballos traídos de los puertos de Pasajes de San Pedro, Getaria y Ondárroa. Cuentan que no es difícil encontrarse, dando la vez, con Karlos Arguiñano, el cocinero que lleva 30 años haciendo recetas en televisión y que tiene su hotel-restaurante en primera línea de playa.
Se va abriendo el apetito y, aunque es más habitual por las tardes, nunca es pronto para irse de potes en el País Vasco. En Zarautz, además, no es necesario ser un avezado en esto del poteo, ni contar con cuadrilla si se es de fuera. La empresa 'eXperientziak' ofrece la actividad Entre amigos (Lagun Artean) "en la que enseñamos a los turistas cómo salimos de pintxo-pote los vascos", apunta su copropietaria, Olaya Landa.
Se organizan grupos de hasta 12 personas, que no tienen por qué conocerse, y se recorren algunos de los locales del municipio, sin que falte la figura del botero –el encargado de llevar las cuentas y pedidos–. En la calle Mayor está el 'Euskalduna', bar de estilo más moderno y cuya especialidad, entre tanta variedad que atesta su barra, es el txipiron frito con gamba, jamón serrano y pimiento verde. Cerca de la plaza del Pilar, donde las noches de los miércoles se concentran centenares de jóvenes en sus soportales, está el 'Lukas', una vinoteca con más de 150 referencias y donde no hay que dejar de probar, mientras se charla o se echa un vistazo a las obras de artistas locales que cuelgan de sus paredes, los oricios o el salmón ahumado relleno de txaka y coronado con un boquerón. En el 'Txiki Polit' (Plaza de la Música), además de tapeo también se puede uno sentar a probar un menú tradicional de sidrería junto a las kupelas donde se practica el 'txotx' en temporada.
Zarautz sigue manteniendo ese estilo señorial que dejó huella en sus calles y gentes hace tiempo. Aquí se sale arreglada y maqueada de peluquería hasta para ir a la compra. "Desde mediados del siglo XIX, la villa se convierte en un importante destino turístico. Por aquel entonces, los marqueses de Narros y duques de Granada invitaron a la reina Isabel II a pasar tres veranos a su Palacio. Y con ella, claro, vino la corte de Madrid. Luego le siguieron la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, su hijo el rey Alfonso XIII, los duques de Alba, la familia Sartorius, Balduino de Bélgica y su esposa Fabiola...", recuerda con detalle María José Larrañaga, guía turística de 'Kultur Lanbi', mientras recorre la Calle Mayor. El Palacio de Narros no se puede visitar, pero su jardín de estilo inglés sirve de escenario para muchos reportajes de novios zarauztarras y durante las Navidades se instala aquí el Belén.
La calle Mayor, eje vertebrador de la vida del municipio, cuenta con dos "hermanas de piedra": la Torre Luzea (del siglo XV) y la Torre Motza (del XVI). "La primera, de arquitectura renacentista, fue la casa de los Zarauz, la familia más pudiente a finales de la Edad Media que dio nombre a la villa –aunque otras versiones apuntan al revés–. Es la única de Gipuzkoa que se conserva en perfectas condiciones", presume Larrañaga. Muy cerca de ahí, en el número 38, vivió Juan Sebastián Elcano, "que aunque era de Getaria, se vino a vivir aquí tras completar la primera circunnavegación de la Tierra", apunta Olaya Landa. "Y en el 32 residió el padre Borrascas, cura aficionado a la meteorología que tuvo la primera estación méteo de la provincia", añade su marido Iker.
Olaya recuerda que sus abuelos le contaban que cuando ellos eran jóvenes, hombres y mujeres recorrían la calle en sentido contrario, "para cruzarse miradas"; y que el primer paso del noviazgo era compartir un chocolate con churros en 'Serras'. "Hace 20 años cerró aquella mítica pastelería, que durante las Navidades exhibía en su escaparate un enorme cocodrilo de mazapán que iba menguando con cada pedido de la clientela".
Si la chispa del amor surgía en verano, lo lógico era ir a la verbena a bailar. Es cierto que durante esos meses de calor la Plaza de la Música está más animada con la banda tocando pasacalles que hacen girar a todos alrededor del kiosko, pero este lugar sigue siendo en invierno un punto de encuentro perfecto para acercarse al Museo de Arte e Historia de Zarautz, que se aloja en la Torre-Campanario –el edificio más antiguo de la villa–, o a la parroquia de Santa María la Real, con su retablo barroco de Andrés de Araoz.
Quizá después de Donosti, Zarautz sea el punto de la costa guipuzcoana que más turistas atrae –de hecho duplica en verano su población censada de 23.000 habitantes–. Por eso, la oferta de alojamientos es muy amplia y variada en la localidad. Hace cinco años, dos amigas, Bakarne Zabala y Marina Lertxundi, decidieron montar su empresa 'Egona', que se dedica al alquiler de apartamentos y agroturismos, sobre todo en esta villa, pero también en otros municipios de Urola Kosta (Geteria, Orio y Aia).
En primera línea de playa cuentan con varios apartamentos sencillos, ideales para parejas, cuyo principal atractivo es la gran luminosidad que tienen, gracias a los grandes ventanales que rodean toda la estancia. De hecho se les bautizó con los nombres de los montes que se ven desde cada uno de ellos, Mollarri y Mutxio. Uno puede desayunar contemplando el batir de las olas a escasos metros de distancia o dormirse con el rugir de un mar embravecido.
Y de dos amigas, a dos hermanas, Aberri y Amaia, que gestionan el alquiler de varios apartamentos y lofts a través de su empresa 'Aterian'. Aunque la niña bonita de las Olaskoaga es la casa Lezkano enea, "que nos recuerda a las casas típicas de Iparralde (el País Vasco francés)". Tiene capacidad para 10 personas, rodeada de árboles frutales y de una vegetación frondosa propia de la zona, y se ubicada en el monte Santa Bárbara, en el mismo camino de Santiago muy cerca de Getaria. Ambas hermanas coinciden en resaltar "la excepcional panorámica que se tiene sobre el mar, desde donde antaño se oteaban las ballenas". Aquellas que guiaron a Elcano en su vuelta al mundo.
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