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El viajero puede adentrarte en la ciudad amurallada de Coria por una de sus cuatro puertas. A mí me gusta acceder por la de la Virgen de la Guía, al oeste de la ciudad, en el Arrabal de San Francisco. En esta puerta se halla el escudo de armas de la Casa de Alba, que se sitúa en Coria allá por el año 1470, una imagen de la virgen –estrella que guía y señala el camino a seguir en los momentos difíciles– y la campana de vela (del siglo XVI), que alertaba a la ciudadanía en caso de ataque del enemigo portugués.
Tras cruzar el umbral de la puerta, seguimos a las 'cuatro calles': coge la de la Alojería o Albaicín, ambas nos llevarán a la plaza de la Catedral. Esta iglesia del siglo XIV (de estilo gótico-manierista) alberga un museo con importantes pinturas, orfebrería eclesiástica y, sobre todo, el venerado 'mantel de la Sagrada Cena'. La catedral no es muy grande, pero al ser de una sola nave, llama mucho la atención. También su magnífico coro –si damos la vuelta a los asientos de los canónigos cantores descubriremos las misericordias, que guardan bellos ángeles, demonios y monstruos, que soportan las posaderas de sus ilustrísimas–. En la puerta del oeste, la más bella y original plateresca, disfrutamos de una panorámica sobre la vega del Alagón, y a la izquierda, el palacio de los duques de Alba, con un patio y belvedere espectaculares. Y observando este panorama hallaremos respuesta a ese dicho salmantino que reza, "si vas a Coria por un deleite, verás un puente sin río y un río sin puente". Efectivamente, el río, por una de sus crecidas del año 1600, se deslizó por uno de sus brazos y dejó sin agua al puente medieval, construido a imagen de puente romano, hasta que en el 1910, imitando la ingeniería Eiffel, se inauguró el 'puente de Hierro'.
Continuamos nuestra visita callejeando hasta llegar a la plaza de España, donde admirar las balconadas, las ventanas de la casa de Zugasti o conversar con Marcial en 'El Bobo de Coria', que nos ofrecerá unos buenos boletus edulis. También podemos entrar en el convento de clausura de la Madre de Dios y comprar unos corazones de San Francisco, para endulzar la caminata. Visitamos el Museo de la Cárcel Real de 1688 o la excelente espadaña de la Iglesia de Santiago para abandonar la ciudad por una de sus otras puestas, la del ‘Sol’ o ‘San Pedro’.
Si salimos hacia el río, en el 'Hotel-restaurante Montesol' –con buen horno de leña– nos deleitaremos con sus asados y comidas caseras; o bien si cruzamos el cauce podemos acudir a 'Percor', con sus deliciosa tapas y menú diverso –no te pierdas su tarta de manzana–. Si no queremos río, tenemos la opción del Rollo y en la plaza del Norte hay tapas y bocadillos como en el 'San Juan' o en el 'Molino'. O bien siguiendo la carretera que te sacará de la ciudad, las tapas del 'Candilejas' o el 'Copacabana' –frente al hospital– son los viernes muy concurridas y excelentes. Y aunque no tengamos que arreglar el coche –o sí– podemos acercarnos al polígono industrial Los Rosales y probar las ensaladas y huevos del 'Izarra'.
Tanto hacia el sur como al norte (por la carretera Ex-109), podemos visitar pueblos entrañables y disfrutar de paisajes que en algunos casos nos sorprenderán por su belleza.
Si la opción es el sur, los recomendables son un paseo por la dehesa de Portaje (a 5 km) y visitar el paraje de Los Canchos De Ramiro (Cachorrilla) –no olvidemos la cantimplora y los prismáticos–, donde encontraremos el sorprendente estrechamiento del cauce del río Alagón, el llamado ‘salto del gitano’, en el que los buitres, milanos y otras rapaces otean desde la sierra de la Garrapata. En la vertiente contraria de la sierra, Ceclavín nos agradará por sus casas señoriales –restos de antepasados potentados– y junto al río Alagón completamos la jornada dando buena cuenta de las carnes asadas en 'La Cabaña'.
Si elegimos el norte, la carretera nos llevará a la Comarca de la Sierra de Gata. Visitamos Moraleja –donde tomamos unas tapas en 'El Rincón Manolo'– y continuando nuestra ruta, abandonaremos la dehesa y encontraremos los robles, quejigos, alcornoques, pinos y olivares que dan fama al aceite que se extrae de su aceituna manzanilla cacereña, el oro de la sierra. Seguimos por Hoyos, Acebo –su piscina natural con restaurante de comida argentina es agradable– y 'Lalita' –un centro de meditación donde se puede comer, si hubiese grupo suficiente, comida vegetariana–. No hay que olvidarse de Santibáñez el Alto, con su castillo de origen árabe que en siglo XIII pasaría a la Orden de Alcántara; Torre de Don Miguel, con su ermita renacentista con gárgolas sorprendentes e irreverentes (en 'El Corral de la Higuera' nos darán estupendamente de comer); Cadalso, con la Iglesia del siglo XV parece más una fortaleza y aún se conserva la que fuera Casa del Rey, residencia del monarca Alfonso IX en épocas de caza (en el centro, en 'La Canal', se sirven buenas tapas); Gata y Robledillo de Gata todavía conservan la arquitectura popular serrana, con entramados, pasadizos, casas de adobe y madera y bodegas repletas de vino de pitarra.
Hacia Portugal, pasando por Trevejo , antigua fortaleza musulmana, visitamos Villamiel donde el restaurante 'La Azuela' nos sorprenderá con sus buñuelos de bacalao y otras exquisiteces y con la amabilidad de su dueño; San Martín de Trevejo, con hospedería y comida casera muy sabrosa, amén de una ternera propia del lugar, en 'Los Cazadores'; Eljas y Valverde del Fresno, con el palacio de los Frades del siglo XVIII, en cuya portada vemos el escudo de los dDuques de Medinaceli, y el bacalao al horno en el restaurante 'A Velha Fabrica', son dos de sus encantos.
Si decidimos ir al este, a unos 15 km, Montehermoso nos deparará sorpresas artesanas de campanas y gorros de paja, además de sus monumentos megalíticos –dólmenes impresionantes– y sus antiguas zahúrdas en un entorno de encinar espectacular. En esta opción no olvidemos tampoco los prismáticos y la cantimplora.