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Su linterna se encendió el 31 de enero de 1865 utilizando aceite de oliva. Desde entonces, el faro de Cabo de Palos ha guiado (casi) siempre a los barcos que se acercaban a su costa. Sus 54 metros de altura lo convierten en el segundo más alto de España después del de Chipiona (en Cádiz), aunque si incluimos el promontorio de tierra en el que se encuentra –30 metros más– pasa a ocupar el puesto número uno. Tras 155 años cerrado al público, desde enero de 2019 es posible visitar el interior de esta obra del siglo XIX. Su ascenso por los 269 escalones está lleno de historias, anécdotas y una buena recompensa: sus magníficas vistas sobre la Manga del Mar Menor y Cabo de Palos, declarado como una de las mejores zonas del mundo para bucear por National Geographic.
Varios ciclistas de 'Sobikes' dejan aparcadas sus bicicletas antes de comenzar la visita. Sergio González es el guía de 'Planout' que conducirá al pequeño grupo por los entresijos de esta construcción cilíndrica hecha con sillares de piedra de la cantera del Sabinar, a unos 170 kilómetros. Cada metro de ascenso se ameniza con historias que se remontan a los primeros asentamientos fenicios del 2000 a. C; a los romanos que bautizaron la zona como Capus Paludis (Cabo de la Laguna); o a la Edad Media, época en la que surge el dicho Mata al rey y vete a Murcia, por ser una tierra fronteriza y peligrosa donde se enviaba a prófugos y desterrados.
Aunque no hay historia que guste más como la que habla de los ataques de los piratas berberiscos que llegaban del norte de África –entre ellos el famoso Barbarroja– allá por el siglo XVI. "Aprovechaban la espesura del sotobosque mediterráneo que antes cubría la Manga para llevar a cabo sus robos y escaramuzas", cuenta el guía, "hasta que Felipe II mandó arrasar el bosque para frenar a los piratas", añade.
"Fue también este rey el encargado de pedir al ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli un complejo sistema de defensa que consistía en construir una muralla desde Cádiz a Barcelona. Un proyecto caro que se quedó reducido al levantamiento de varias torres vigía repartidas por toda la costa, entre ellas la de San Antonio, que ocupaba parte del peñón donde hoy se encuentra el faro", detalla este joven murciano. De esa torre ya no queda nada, pero sí de otras similares como la de San Miguel (en San Javier), la de Santa Elena (en la Azohía) y la de Horadada (en Pilar de la Horadada).
Sergio marca el ritmo de la subida. El espacio es pequeño y la primera parada es todo un alivio. Sobre todo cuando abre la ventana y el viento de Levante se cuela por ella refrescando la visita. Un poco más arriba aparece un pozo de 40 metros de profundidad usado en los orígenes del faro para subir el aceite de oliva que mantenía encendida la linterna. Al aceite le siguió la parafina, el vapor de petróleo y en el año 1963, llegó por fin la electricidad.
"Ninguna noche desde su puesta en marcha en 1865 ha dejado de cumplir su función. Salvo que fuera un apagado intencionado", desvela el guía. "Durante la Guerra Civil española, la base naval de Cartagena era la más importante de la República y este faro funcionaba además como estación de radio. Si el barco no se identificaba o detectaban que era del bando nacional, el faro se apagaba con la esperanza de que se estrellara", explica.
Y no era difícil naufragar en aguas de Cabo de Palos. "Nos encontramos dentro del Sistema Bético. El punto más alto es Sierra Nevada, luego la sierra va costeando, sigue por debajo del agua –lo que se conoce como los bajos–, emerge en Isla Hormiga y se vuelve a perder hasta las Baleares". Son muchos los barcos que han quedado aquí atrapados, como los cargueros de El Naranjito, El Minerva o el North América, cuyos restos permanecen bajo las aguas siendo un paraíso para los buceadores más aventureros. Aunque el naufragio más famoso fue el de El Sirio, conocido como "el Titanic del Mediterráneo". Sergio cuenta que "el barco realizaba la ruta Génova - Argentina, parando en Barcelona, Cádiz y Brasil. Presumía de ser el barco más rápido en cruzar el Atlántico, pero las paradas extra que hacía para cargar polizones, provocaban cambios en sus horarios".
En 1906 ocurrió la tragedia: "el barco pasó a gran velocidad cerca de Isla Hormiga rozando con uno de los bajos que estaba a menos de 3 metros bajo la superficie. El choque originó una chispa que incendió la sala de máquinas y partió el barco por la mitad". En el pie del faro, una foto en blanco y negro recuerda a Vicente Buigues, el marinero y pescador que lideró el rescate de casi 400 pasajeros. "Murió mucha gente, algunos están enterrados alrededor del mismo faro", desvela el guía.
Un antiguo suelo hidráulico y una escalera de hierro forjado de estilo modernista indica el final del recorrido. Ya solo queda asomarse al exterior del faro y deleitarse con sus vistas de 360 grados sobre todo el Cabo de Palos y la Manga del mar Menor. "En la cúpula tenemos la linterna, la parte más importante del faro que ilumina hasta 24 millas", cuenta Sergio. A pesar de no estar encendida, la linterna lleva una rotación que no puede perder: "7 segundos de oscuridad, 1 segundo de luz, 3 de oscuridad, 1 de luz. Es una secuencia plasmada en el Libro Mundial de Faros que servía a los barcos antiguamente como GPS. Según la secuencia, sabían en qué parte del mundo se encontraban", detalla el murciano que recuerda a su público que ya no existen fareros en España, sino "técnicos en ayuda a la navegación". En la actualidad, vive una familia de ellos junto al faro.
Las vistas dan auténtico vértigo. Las olas chocan ferozmente contra la Manga, un cordón de tierra que se extiende durante 21 kilómetros. Es posible divisar alguna de sus islas, como la del Barón, donde cuentan la leyenda de una princesa rusa asesinada por el barón Benifayó cuyo espíritu ronda entre los pescadores. También se ven, a vista de pájaro, las boyas amarillas que marcan la Reserva Marina de Cabo de Palos e Islas Hormigas de casi 19 km2; las cristalinas calas que rodean el faro, el perfil de las montañas del Parque Regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Peña del Águila; o las bonitas casas del pueblo marinero. "No hay mejor lección de geografía que subirse hasta aquí", concluye Sergio.