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"Esto no es Portaventura". Es lo primero que advierte Concha, una de las guías del Museo minero de Escucha, antes de iniciar la visita. Estamos en la bocamina, el agujero por donde se entraba y, si todo iba bien, se salía de 'Se verá', que es como se llamó esta mina de lignito que cerró en 1968. Estamos en un museo en el que los cuadros son el carbón y en el que las galerías no son precisamente de arte.
Nada más entrar, nos llama la atención un tablero colgado a nuestra izquierda, en la roca, con decenas de llaves y números, como en la recepción de un hotel. "Cada minero tenía su llave. Era la forma de saber quién faltaba cuando terminaba la jornada", nos cuenta.
Estamos en Escucha, en el corazón de Teruel. Aquí en la actualidad apenas viven 900 vecinos, pero todavía hay vestigios del esplendor minero. "Lejos quedan los años 60, cuando los comercios, bares y restaurantes de la localidad no daban abasto para dar de comer a los 400 mineros que trabajaban aquí y a sus familias". Su cierre en el año 1968 fue dejando paso al olvido y aislamiento de la comarca –Cuencas Mineras – hasta que en 2002, con imaginación y trabajo, sus propios vecinos encontraron la receta para resurgir de sus cenizas y, de paso, reivindicar la historia de un pueblo ligado al carbón.
Buena culpa de este resurgir la tiene el Ayuntamiento de Escucha y sus vecinos, creadores del Museo Minero de Escucha que, con su conciencia de protección y conservación del Patrimonio Industrial Minero, consiguieron en 2002 la apertura de la mina Se Verá como mina visitable (actual museo). A éste proyecto, y venido desde Linares (Jaén), se unió de forma casual el Ingeniero Técnico de Minas Juan Cañizares como técnico de seguridad desde 2004, y desde 2013 como gerente de la actividad turística que se desarrolla en el museo.
Una vez cerrada la mina, el Ayuntamiento supo ver el potencial turístico que podía tener como museo. Y lo puso en práctica: con ayuda de la administración y de los vecinos en la parte que corresponde a la recreación histórica, ha acondicionado las instalaciones de esta mina, de la que se siente muy orgulloso. "Es la única que tiene un tajo de carbón abierto al público en España y una de las dos únicas en toda Europa, junto con otra mina en Alemania", enfatiza.
A partir de ese punto, nos unimos al grupo de 20 personas que comienza la visita de hora y media. Puede parecer mucho, pero Concha se encarga, con sus anécdotas e historias contadas por sus ancestros, de hacerla corta. Eso sí, imprescindible reservar la visita con tiempo, ya que los grupos son reducidos.
Equipados con casco, pila y auto-rescatador, como auténticos mineros, comenzamos la visita por el Museo Minero de Escucha. La primera impresión es la incertidumbre. Tenemos que subirnos en las vagonetas que nos transportarán a casi cien metros bajo tierra, en un plano inclinado a 36º de desnivel del que no alcanzamos a ver el final. Como si fuésemos a subir en una montaña rusa a ciegas, no podemos evitar cierto vértigo. Por eso, Concha siempre calma a los visitantes más miedosos: "Tranquilos, iremos a una velocidad de un metro por segundo, similar al del paso de una persona".
"Lo primero que tenéis que saber es que por aquí no bajaban los mineros a la mina, sino el carbón", nos dice. "La vida de los mineros valía mucho menos. Ellos bajaban a pie por una gruta paralela en la que tenían que ir agachados la mayor parte del tiempo y de la que vemos solo el principio, pero mejor no probamos". Cuenta incluso que muchos se tiraban como si fuese un tobogán –sí, un tobogán de roca y piedras– y salían con magulladuras.
"La explicación era muy sencilla: tantos kilos, tanto ganabas, porque el tiempo que tardabas en bajar y subir de la mina no contaba", relata nuestra guía, con la pasión –y las anécdotas– que solo se pueden transmitir si se viene de una familia minera como ella. "Imaginaos después de una dura jornada de trabajo y con las pesadas herramientas a cuestas, volver a subir por esta pendiente. Así que algunos se escondían a la hora de subir entre las vagonetas, lo que provocaba accidentes".
Es tal la pendiente, que al llegar al final tenemos la sensación óptica de que vamos a subir una cuesta, cuando en realidad es una superficie plana. "Es alucinante, nunca había sentido algo así", dice Ferrán –nuestro fotógrafo–, que va en primera fila.
Una vez en el fondo de la mina, podemos ir a izquierda o derecha para visitar las distintas galerías. Conforme avanzamos, nos encontramos con recreaciones de mineros que nos dan una idea de cómo trabajaban. "Esto era como en el ejército, cada minero tenía su función y eso implicaba distintas categorías, en función de la peligrosidad: estaban los dinamiteros, los artilleros, los picadores, los vagoneros, los entibadores…".
Caminamos entre mampostas y trabancas, que es como se llaman a las vigas de madera con las se sujeta el techo y que se han reforzado para el museo. Una buena parte del trayecto se hace a oscuras, con la única luz de las linternas del casco, para aportar más realismo a la visita. Un lujo que solo tuvieron los mineros a partir de los años 50. Hasta entonces, iban con candiles de carburo o de aceite. "Cuando se apagaban, sabían que tenían que ponerse un pañuelo mojado en la boca y salir corriendo de la mina porque se había acabado el oxígeno".
Tampoco llevaban la ropa y el calzado adecuado: "Entraban con zapatillas de esparto y con lo que se tenía en casa”. De hecho, el casco tampoco existía. "Llevaban un alambre atado a la boina con una especie de antena y cuando rozaban con algo, es que el techo estaba cerca y se tenían que agachar".
En otra de las recreaciones nos encontramos con una mula. Este animal, fruto de cruzar una yegua con un burro o un caballo con una burra, entraba en la mina y ya no volvía a salir nunca en su vida. "Solían quedarse ciegas", dice Concha. "Aunque en esta mina no entraron nunca, en las que lo hacían, era común emplearlas para que tirasen de las vagonetas cargadas de carbón en el interior de las minas", aclara.
En otra de las galerías conoceremos a "la Peca". No es ningún animal, ni ningún minero. Era como se conocía aquí a la máquina rusa que fue la estrella de la mina cuando llegó la modernización, a principios de los años 60. Una especie de tuneladora de unos tres metros de diámetro con dos brazos –"los cangrejos"– con los que iba recogiendo el carbón que acababa en las vagonetas, eso sí, previa ayuda de los mineros con sus palas.
Muy cerca, otra recreación nos ayuda a entender cómo se hacían las detonaciones dentro de la mina. "Lo más importante era no quedarte encerrado, así que siempre había que ir de adentro afuera, desde el final hacia la calle", explica Juan. Para ello, previamente habían creado dos galerías, una para entrar y otra para salir. Y para evitar la asfixia, vemos que había también pozos de ventilación que conectaban el interior de la mina con el exterior.
Las guías del Museo minero de Escucha no escatiman en detalles para dar más realismo a la visita. Es importante saber, explican al grupo, que este trabajo lo llegaron a hacer niños de ocho, 12 y 14 años, hasta que en 1908 se aprobó una ley que prohibió su incorporación al trabajo hasta los 16. "¿Entiendes ahora por qué tus padres te dicen que estudies? ¿Te gustaría ser minero?", pregunta Concha dirigiéndose a un adolescente del grupo. Afortunadamente, hoy encontramos la mina con todas las medidas de seguridad necesarias. De hecho, tiene una rampa de emergencia –la puerta está tapada, así que apenas la vemos– por la que puede entrar una ambulancia en caso de que alguien tuviera algún problema de salud o sufra un ataque de claustrofobia.
Llegados al punto donde nos dejaron las vagonetas, ahora toca volver subir, no sin antes hacer otro alto en el camino, donde podemos ver, tocar y oler el carbón. Y no solo carbón, también otros minerales, como el azabache, muy cotizado en la joyería. "Especialmente en el franquismo lo llevaban las viudas por su color negro", explica Concha. De hecho, los inicios mineros de esta comarca estuvieron dedicados a este mineral. El primer testimonio documental en el que aparece la minería en la zona data de 1683, cuando se recoge que Asensio Xorcas de Escucha, fallece por enterramiento extrayendo azabache en una partida del Barranco Malo. "El carbón llegaría años después, allá por 1901, cuando se funda la compañía Minas y Ferrocarriles de Utrillas (MFU) que se dedica a explotar el lignito en toda la cuenca".
Gracias a la explicación de Juan y a los mapas distribuidos por la mina, seguimos las vetas de carbón. "Gracias a estas vetas se podía calcular cuánto carbón había en términos de metros cúbicos". Y es que en la mina también había ingenieros como Juan, que destila entusiasmo al explicarnos cómo se forma el carbón en las profundidades de la tierra. "Es un proceso de descomposición de vegetales terrestres que tarda varios millones de años. El carbón no es otra cosa que hojas, maderas, cortezas y esporas que se acumulan en zonas pantanosas de poca profundidad", nos cuenta. Es como una clase de naturales –y sociales– pero a cien metros bajo tierra.
Antes de terminar la visita, no podemos evitar preguntar a Juan sobre el origen nombre de la mina 'Se verá', de la cual existen dos versiones diferentes: la oficial documentada y la no oficial. La explicación, curiosísima, no queremos desvelarla. Os dejamos que la preguntéis vosotros mismos.
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