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Desde que se deja en la margen derecha de la carretera la finca de La Almoraima, uno de los latifundios más grandes de España, y se comienzan a subir los 248 metros que separan el castillo de Castellar del nivel del mar, todo comienza a hablar. Las piedras, el paisaje, las cortezas de corcho del parque natural de Los Alcornocales, los ríos Guadarranque y Hozgarganta, las mariposas, los bosques en las laderas, las setas, las aves rapaces que sobrevuelan el verde de las masas de alcornoques y el azul del embalse... todo murmura y susurra. Como si contaran la historia de cómo pudo empezar todo. Y se respira paz, aunque cuenten que hace siglos hubo guerra.
Desde sus orígenes en el Neolítico –muy cerca están los yacimientos de Cuevas del Cancho, Tajo y Abejera– y la Edad del Bronce hasta el reino visigodo, múltiples civilizaciones pasaron por Castellar Viejo, uno de los tres núcleos poblacionales de Castellar de la Frontera, municipio situado en el Campo de Gibraltar, en el extremo sudeste de la provincia de Cádiz. Todas quisieron dominar un terreno estratégico ideal. La que más dejó más huella fue la conquista musulmana, que empezó a erigir con fines defensivos, cerca del reino de taifa nazarí de Algeciras, una villa fortaleza que se remonta al siglo X, pero que adquirió su actual fisonomía durante los siglos XIII y XIV.
Al llegar a la cima, la barbacana saluda al visitante. También lo hace una cierva que acaba de cruzarse en la carretera y Juan Carlos, que atiende el punto de información turística a los pies de un irregular recinto amurallado desde el que se divisa la Bahía de Algeciras, el Peñón de Gibraltar y la costa africana.
Castellar Viejo no conoce la temporada baja. El turismo de interior se ha hecho fuerte en esta villa que se alza sobre un promontorio empinado y repleto de encanto, después de muchos siglos en los que su razón de ser era otra muy distinta. "Aquí no hay temporada baja, como mucho hay temporada media entre semana durante finales de septiembre y Semana Santa porque las casas rurales y el hotel están completos todos los fines de semana del año", cuenta el guía.
Juan Carlos Fraile no es natural de Castellar, pero como si lo fuera. "Encontré trabajo aquí hace unos años, pero vivía con mi mujer y mis hijos en la zona de Manilva, y para no recorrer todos los días cien kilómetros, pues nos vinimos a vivir aquí. Es un pueblo pequeño, pero con mucha actividad y muy completito", asegura.
Las opciones turísticas del pueblo son múltiples: senderismo, kayak en el pantano de Guadarranque, avistamiento de aves, excursiones micológicas o a la berrea del ciervo, degustación de manjares gastronómicos en torno al arte de guisar la carne de caza… y, por supuesto, la impresionante experiencia de respirar, pasear, comer y pernoctar en una fortaleza medieval habitada y cercada por naturaleza en estado puro.
Los exuberantes arriates, las callejuelas sinuosas, los muros encalados con macetas colgando, el empedrado del suelo, las pequeñas ventanas, los patinillos interiores… todo recuerda a esa herencia andalusí y todos estos detalles conforman el decorado interior de uno de los pocos ejemplos de fortificación medieval habitada que existen en la actualidad. Estos habitantes han mantenido en las últimas décadas el castillo de Castellar como una especie de Torre de Babel, pues entre sus 200 residentes se cuentan múltiples nacionalidades: norteamericanos, ingleses, daneses, belgas, holandeses...
De Alemania es originaria Ursula Goldbach, que pinta pañuelos de seda en su atestada tiendecita en el interior de la fortaleza gaditana. Llegó a mediados de los 80 por unas vacaciones, pero el desastre de Chernóbil y el nacimiento prematuro de su hija provocó que se alargaran lo que iban a ser tan solo unos días en España. Poco tiempo después, ya era una vecina más de Castellar Viejo.
"El pueblo está ahora muy masificado, no como antes. Y no es que no queramos turismo, es que lo que nos interesa es ese turismo que se queda aquí alojado, que vive esto, el que coge cariño al pueblo y vuelve, no el que viene para media hora como las abejas en el autobús", cuenta.
Ahora mismo hay unas 50 personas viviendo todo el año en la fortificación, y como mucho son unas 15 las que viven en Castellar Viejo de toda la vida. El desarrollismo franquista construyó bajo el cerro uno de los últimos pueblos de colonización de España, en 1971, con comodidades que eran impensables en un espacio tan limitado como el que dispone el castillo de Castellar.
Ahora, en el perímetro amurallado, "el precio del metro cuadrado es como en Madrid o Barcelona", relata Juan Carlos, quien señala: "¿Ves a esa mujer del galgo? Es norteamericana y ha sido una de las últimas en comprar un caserío". Muchos de esos caseríos son ahora fondas rurales, pero también establecimientos dedicados al buen yantar. Nada más traspasar la barbacana, por ejemplo, está 'La Posada', un buen sitio para comer comida casera y buenos guisos, "muy auténtico y vintage", propiedad de un tenista australiano que abandonó la masificada Costa del Sol hace más de 30 años por esta villa de ensueño.
La incorporación de Castellar Viejo a la Corona de Castilla se produjo en 1434, pero no sería hasta finales de los 70, ya con la mayoría de sus aldeanos con las maletas hechas para mudarse al nuevo Castellar, a unos ocho kilómetros ladera abajo, cuando no comenzó una restauración de la fortaleza que culminaría hace década y media con la apertura del complejo turístico 'Castillo de Castellar', gestionado por la Diputación de Cádiz y diseñado por el arquitecto y humorista cántabro José María Pérez Peridis.
Con seis habitaciones dobles, una triple, una cuádruple, y una suite distribuidas en el Alcázar del castillo, el establecimiento hotelero de tres estrellas cuenta también con el restaurante 'El Aljibe', muy romántico y con platos tan suculentos como unos cubos de jabalí al tomillo o de venado en salsa de vino tinto. Para finalizar la visita, es casi imperativo asomarse al mirador del Alcázar-hotel y divisar un horizonte en 360 grados, con el parque natural y el embalse en una espectacular panóramica que llega hasta África. Es el punto más alto de Castellar Viejo y donde la historia de este pintoresco pueblo-fortaleza de leyenda resuena más fuerte.