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El municipio vive un proceso de transformación en el que ha querido conjugar su origen de pueblo pesquero con el desarrollo turístico y zonas de lujo. Una mezcla especialmente palpable en su centro histórico, donde relucientes hoteles boutique conviven con casitas de pescadores. Y donde el bullicio del turismo tiene su contrapunto en decenas de callejuelas en las que sacar una silla al fresco de la mañana o a última hora de la tarde en un rotundo silencio.
Pasear es, por tanto, toda una delicia en la Estepona de hoy. Hay 120 calles peatonales que suman 17 kilómetros prácticamente prohibidos para los coches. En su lugar hay más de 10.000 macetas, callejones de adoquines y una decena de nuevos pasajes ganados al cemento. "Por estas calles descubre el viajero la grandeza de tu pasado, la belleza de tu presente y un soñar hacia el futuro, abierto al cielo", dice la escritora Cristina Maruri en uno de los muchos azulejos que decoran las fachadas del centro histórico. El jardín de los poetas andaluces es el epicentro literario. Con bustos de autores como Juan Ramón Jiménez, Vicente Alexandre, Luis Cernuda o Luis Rosales, entre otros, es uno de esos rincones que se descubren a pie.
Un poco más al norte, más allá de la plaza del Rocío, se abre uno de los espacios más interesantes –y refrescantes– de la ciudad: el orquidiario. "Tenemos unas 1.500 especies de orquídeas que, en realidad, son 1.500 maneras de interpretar su lenguaje y darle lo que necesitan exactamente", dice Manuel Lucas, conservador del recinto, cuyo interior es como una pequeña selva húmeda repleta de secretos.
En cualquier momento del año hay alrededor de dos centenares de especies en floración. Este bosque de orquídeas ofrece un recorrido en el que encontrar desde enormes y diminutas flores, descubrir todo tipo de colores y olores y conocer las mil y una estrategias que posee esta familia botánica para atraer a los insectos que las polinizan. De paso, nada más gustoso que pasear a la sombra y bajo un manto vegetal en pleno verano andaluz.
Los alrededores del orquidiario cuentan con unos enormes grafitis. Forman parte del más de medio centenar de murales que el municipio está impulsando en muchos de sus rincones para dar más vida a los edificios (los diez últimos se hicieron justo antes del confinamiento, así que están nuevecitos). La Venus de Estepona, El Bosque de las Maravillas o Keep on Tracking son tres de los que hay apenas a unos pasos. Muchos están instalados en barriadas alejadas de los focos. Algunas humildes, otras menos. Pero, en todo caso, una gran oportunidad de visitar esa otra Estepona que no siempre aparece en los folletos turísticos.
Uno de los trabajos más interesantes está muy cerca del orquidiario: un Día de Pesca, en la barriada Isabel Simón, conformado por las fachadas de siete edificios y componiendo una obra espectacular. Hay que elegir el punto exacto para verlo en plenitud, porque unos metros a un lado u otro y queda deslavazado. La mirada de un niño, Reflejos del jardín, 4M o Pasen y vean son los títulos de otras obras de altura.
Muchas se encuentran también en la calle Terraza, que se dirige directamente a la playa. Pero, antes, merece la pena callejear. Es la única manera de encontrar preciosos pasajes como el de Alicia Padierna o el de María Cintrano, cuyas escaleras están plagadas de macetas cuidadas por los vecinos. Algunos son amantes de los cactus, porque hay un precioso rincón dedicado íntegramente a las suculentas a modo de minúsculo jardín botánico.
En su extremo sur, ya en calle Sevilla, se empieza a divisar el núcleo del casco histórico. Sobresale, entre los tejados, la torre de la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, en plena plaza San Francisco. También destaca entre blancas fachadas la Torre del Reloj: un alto minarete originalmente construido en el siglo XVI que fue reconstruido varias veces en siglos posteriores. A su alrededor hay mucho por hacer, además de tomar algún refrigerio para luchar contra el sol.
A un lado, el Museo Arqueológico, que recoge piezas de la prehistoria, ánforas fenicias y romanas o cerámica andalusí. Brilla con luz propia la llamada Venus de Estepona, una figura femenina de arcilla de cinco centímetros y otros cinco milenos de antigüedad, que fue encontrada recientemente durante las obras de un hospital. Al otro lado hay un pequeño mausoleo romano construido en el siglo IV después de Cristo del que apenas quedan ahora unas cuantas piedras. Un poco más abajo quedan algunos restos más del antiguo castillo de San Luis, una fortaleza levantada en el siglo XVI. Sus murallas son el recuerdo de un lugar que un día defendió la plaza esteponera.
Ahora, el recinto protege (y da nombre) a un antiguo mercado de abastos convertido en espacio gastronómico. Se levanta a los pies del castillo y cuenta con establecimientos especializados en tapas, arroces, carnes, sushis y productos gourmet junto a los cuales, a veces, suena la música de un dj en directo. El corazón hostelero de Estepona empieza aquí a latir con especial pulsión. Hay pequeños bares donde tomar el vermú con una buena tapa, como la 'Bodeguita del Chato'; o una refrescante cerveza entre una amplia variedad pequeños bocados en 'La esquina del arte'.
El arte del tapeo también se puede practicar en 'Casa Doña Jerónima', donde sirven un rico salmorejo y una sabrosa anchoa con queso. También hay multitud de terrazas con mesas desplegada en lugares como la plaza de las Flores. Otra parada posible es 'La Casa del Rey', un gastrobar que se expande por las habitaciones de una casa con 200 años de historia para ofrecer bocados tan diversos como unas croquetas estilo thai, una tabla de quesos o una ensalada de bogavante. Muy cerca, en 'La Cocina', también hay arroces.
Merece la pena, eso sí, acercarse de una vez a la playa de La Rada. Ya va siendo hora. Tiene 2,5 kilómetros de largo y es una de las preferidas de los vecinos de Estepona. Sus aguas son generalmente tranquilas. Hay opciones para practicar actividades deportivas. Y en plena arena hay varios clásicos chiringuitos de la Costa del Sol. Eso sí, para comer pescado los residentes en la ciudad suelen preferir otro lugar justo en el extremo oeste de este arenal Mediterráneo: 'La Escollera', ubicado bajo el faro de Punta Doncella y muy cerca del popular barrio de pescadores, que aún mantiene su original fisonomía de pequeñas casitas.
El establecimiento abrió sus puertas en 1940. Era entonces apenas un barecito pesquero junto al varadero. Un muro de piedras le protegía de los arrebatos del mar. De ahí tomó su nombre incluso cuando cambió de ubicación unos metros más allá. El restaurante está escondido entre viejas naves de pescadores donde éstos cosen sus redes y tiene aparcamiento propio. "Es el típico lugar de marineros, con producto llegado directamente del mar, sin más lujos ni pretensiones que un buen producto", dice José María Valero, uno de sus responsables, que selecciona el producto directamente de la lonja, ubicada prácticamente al lado.
'La Escollera' tiene dos espacios. Al norte, una larga barra y una terraza con barriles. Es el rincón para tapear, vivir la bulla de los bares andaluces. Al sur, un comedor y una terraza donde el aroma del pescado asado se mezcla con la brisa salada. La ensalada de pulpo no falta en ninguna mesa. Y las sardinas en adobo uno de los emblemas de la cocina del negocio. De la costa de Estepona ofrecen cigalas, almejas y gambas blancas. También boquerones, salmonetes de roca y las tradicionales conchas finas de Málaga. Hay pescados a la brasa y, por supuesto, espetos de sardinas, que para eso estamos en la Costa del Sol.
Otra opción es trasladarse al otro extremo de La Rada para apostar por la carne en 'Las Brasas de Alberto', un restaurante abierto en 2007 especialmente dirigido a los carnívoros, aunque también hay pescados y verduras de temporada. "Nos dimos cuenta de que apenas había sitios en la Costa del Sol dedicados a la carne que no fueran asadores argentinos, así que decidimos lanzarnos y proponer algo diferente", relata Ángel Ibáñez, su propietario.
Buey, chuletón, solomillo de tenera con foie, chuletitas de cordero y piezas muy especiales de vacas de distintas razas nacionales y alguna internacional son parte del secreto del local, donde toda la carne se cocina a la brasa. "Aporta textura y un sellado que permite la concentración de sabor", dice Ibáñez, que también cuida su carta de vinos: tiene un centenar de referencias en la carta y prácticamente la misma cantidad fuera. "Nos gusta sorprender", asegura.
Más al este, camino de la Punta de los Mármoles, el paseo marítimo se dirige hacia una bonita pasarela de madera que serpentea entre árboles. Antes aparecen locales como 'La Buena Vida' o 'Kamaleon', óptimos para la sobremesa. Desde ahí, la caminata también es posible: la senda litoral continúa hacia Marbella por pequeñas y grandes playas, muchas de ellas especialmente tranquilas como las que discurre bajo la vieja torre vigía de El Velería o la existente junto al arroyo de Las Cañas.
Allí, precisamente, se esconde el chiringuito 'Sonora' y, un poco más allá, la torre de Guadalmansa. El término municipal esteponero cuenta con 18 kilómetros construidos de este sendero que, en el futuro, unirá todo el litoral malagueño. Para montañeros, el puerto de Peñas Blancas y el Paraje Natural Los Reales de Sierra Bermeja ofrecen sendas entre pinsapos. Macetas, murales, historia, gastronomía, mar y montaña hacen que pasear por Estepona sea casi una obligación. Mejor elegir zapatillas.
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