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Al abrigo de la Sierra del Rincón, un pequeño bosque de apenas 250 hectáreas con 30.000 hayas presume de ser uno de los hayedos más meridionales de toda Europa. "Es la joya natural de la Comunidad de Madrid", afirma Javier Mantecón, concejal de Turismo del Ayuntamiento de Montejo de la Sierra, que nos acompaña en la visita. "Estamos a 90 kilómetros de Madrid, en el Monte de El Chaparral, pasando el Alto del Cardoso -1358 metros-. Aquí se da un microclima especial que permite el crecimiento excepcional de estas hayas en estas latitudes", comenta mientras cruzamos el control de visitantes, para después emprender la primera ruta de la jornada: la del río.
El Jarama marca la frontera natural entre Madrid y Guadalajara. Ahora no lleva mucho caudal, pero sus aguas corren limpias y transparentes, sorteando las rocas del fondo y jugueteando con las hojas caídas. Sin salirnos del sendero marcado, esta ruta de 3 kilómetros -ida y vuelta- es lineal y la más fácil para hacer con niños pequeños. Siempre discurre paralela al río, acompañada del sonido de su corriente, hasta llegar a la antigua Carbonera, una explanada rodeada de álamos temblones donde antiguamente los vecinos del pueblo cortaban leña y hacían carbón.
La majestuosidad de las hayas te hace pronto levantar la vista. Algunas superan los 20 metros de altura y los 250 años de vida, incluso más. También hay robles, chopos, pinos silvestres y rebollos. "Fijaros bien en las hojas de estos robles", sugiere Javier a un grupo de niños que corretean por el camino. "No son planas, sino que están abiertas. A través de esos huecos que véis, se cuelan los rayos del sol. El roble crece hacia arriba y el haya lo hace a lo ancho. El hayedo puede crecer junto al roble porque éste permite la entrada de luz para que el haya se puede alimentar. Es una simbiosis perfecta".
Durante el recorrido encontramos hayas muy singulares: como la de los Pies de elefante, cuyas raíces simulan las patas de este animal, alcanzando los 30 metros de altura; la de la Roca o la del Beso. Todas merecen una parada para observarlas detenidamente. La de la Roca es imponente: subida en la ladera, su tronco se erige sobre un saliente rocoso por donde se expanden sus raíces.
"A diferencia de los robles, las raíces de las hayas no profundizan, sino crecen hacia lo ancho, igual que sus hojas. Esto permite encontrarnos árboles tan singulares como éste", apunta el concejal, mientras saluda a uno de los guías que acompaña a un grupo de visitantes. "El hayedo lo visitan 55.000 personas al año, más del 75 por ciento durante los meses de otoño", desvela Javier, que invita a la gente a conocer la belleza del bosque en otras épocas de año, menos masificadas y con la misma magia.
Luego llega el Haya del Beso, que emula con sus ramas claramente dos rostros acercando sus labios. Es la foto preferida para las parejas. "Hay otros árboles muy especiales en este hayedo, pero no son accesibles para el público general con el fin de garantizar su protección", desvela Javier. Es el caso del Haya del Ancla, la del Chaparral o la del Trono, incluidas dentro del libro Árboles Singulares de la Comunidad de Madrid. "Es importante que entre las hayas, exista un espacio mínimo de 3 metros para que puedan crecer plenamente. Y aquí lo hay", apunta el madrileño.
El camino continua salpicado de fuentes naturales y setas que crecen caprichosamente entre los troncos de los árboles. Los niños acercan los oídos cuando escuchan que aquí, en la frondosidad del bosque, hay leyendas que aseguran la existencia de duendes y hadas, que, con sus cánticos y juegos, engatusaban a los paseantes para convertirlos en animales y futuros habitantes del hayedo. Los pequeños miran a su alrededor con más atención si cabe, pendientes de cada rama, de cada piedra, de cada movimiento del bosque, como si pudieran adivinar que esos pequeños seres les observan tras sus pasos.
Declarado Reserva de la Bioesfera en 2005 y Patrimonio Natural de la Humanidad en 2017 por la Unesco, el Hayedo de Montejo es propiedad de los habitantes de Montejo desde el siglo XV. "Fue en 1460 cuando los vecinos del pueblo compraron El Chaparral al Conde de Sepúlveda", cuenta Javier. Hasta 1961, el bosque se utilizó como huerta y para el pasto del ganado. Hoy es el hogar de diversos animales como jabalíes, corzos, tejones, nutrias, gatos monteses, petirrojos, búhos reales, águilas, buitres y halcones, entre otra mucha fauna que por el día se esconde de los paseantes.
La segunda ruta que se puede hacer en el Hayedo de Montejo es la del mirador. Con algo más de dificultad que la del río, el camino asciende por la ladera dejando de lado el Jarama, hasta llevarte de lleno al corazón del bosque. Es aquí cuando sientes el poder de las hayas más cerca que nunca, cuando miras hacia arriba y apenas ves el cielo, cubierto por un techo de hojas amarillentas a punto de soltarse de las ramas que las sostienen.
La subida te regala unas bonitas vistas del entorno según asciendes: encuentras rosales salvajes, acebos, avellanos, abedules, hayas señoriales y robles cubiertos de musgo. Imprescindible parar en el del Trono, cuyo tronco simula una silla donde los niños se sientan como auténticos reyes. Unos pasos más y el follaje de la vegetación desaparece para dar paso a un camino abierto donde el paisaje de la cuenca alta del Jarama se abre frente a tí hasta llegar al mirador, el colofón final.
"Es el mejor punto del bosque para poder ver todo el hayedo", asegura Javier, que señala con su mano cuál es la parte madrileña -la más frondosa- y la parte de Guadalajara, donde abundan los pinos. Entre los ocres de las hayas destaca una mancha roja: son los conocidos como serbal de los cazadores o azarollo, unos árboles que añaden más belleza al paisaje si cabe. Una vez allí, lo mejor es detener el reloj, apagar el móvil -apenas hay cobertura- y dejarte engatusar por un paisaje que cambia según avanza el día. Lástima que haya que regresar a casa.
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