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Uno de los asentamientos romanos mejor conservados que podemos encontrar en Castilla-La Mancha es la ciudad de Segóbriga, en la provincia de Cuenca. Segóbriga (CM-310, s/n. Saelices) está enclavada en el cerro Cabeza del Griego, y aunque es una ciudad asolada por el paso de los siglos, el poder que residió aquí se puede sentir nada más comenzar la visita.
La monumentalización de Segóbriga se inició en la época de Augusto, y uno de los primeros lugares insignes que se construyeron fue el foro, hacia el 15 a. C. Al igual que ocurre hoy en cualquier plaza, aquí comenzaba el ocio, la vida social y hasta los negocios de quienes vivían no solo en la ciudad sino en poblados cercanos. La ciudad fue prosperando económicamente y más tarde se construyó el teatro, el anfiteatro y por último las termas monumentales y el aula basilical.
Como el foro era el epicentro de la vida de Segóbriga y alrededor de él se aglutinaban los edificios administrativos donde estaban las personalidades más poderosas de la sociedad, todo noble quería que se le recordase aquí con algún monumento o placa conmemorativa, así que en este espacio había una gran concentración de esculturas e inscripciones en recuerdo de familiares del emperador, personas de su confianza y otros segobricenses que costeaban alguna obra pública a cambio de que su nombre permaneciera para la posteridad.
Pero si hay dos edificios imponentes en Segóbriga estos son el teatro y el anfiteatro. Los dos espacios tienen capacidad para un gran número de espectadores, más de 5.000 en el caso del anfiteatro, lo que delata que las luchas de fieras y gladiadores eran uno de los espectáculos favoritos de esta ciudad. El teatro de Segóbriga aprovecha la pendiente del cerro para disponer las gradas y en este espacio, desde el que tenemos una de las mejores vistas del parque arqueológico, se representaban obras cómicas que muchas veces costeaban las clases altas para ganarse el favor del público que acudía gratis a las funciones.
Que en esta ciudad se respire una forma de vida ostentosa, con grandes instalaciones para el ocio y la buena vida, no quiere decir que en esta época todos los ciudadanos pasasen el día de tertulia en el foro, asistiendo a espectáculos y cerrando negocios mientras recibían un masaje en las termas. Lo cierto es que para que esta ciudad latiese con esta opulencia, miles y miles de mineros, muchos en condiciones de esclavitud, trabajaban en las minas de lapis specularis, un mineral que se comercializó con el resto del Imperio y propició las grandes fortunas de la ciudad de Segóbriga.
En la provincia de Cuenca se han encontrado centenares de minas de lapis specularis, que es el yeso cristalizado que los romanos más adinerados usaron para cubrir sus ventanas y permitir que entrase la luz. Muchas de estas cuevas se han hundido, otras sirven para el estudio de los arqueólogos y solo unas pocas pueden visitarse, es el caso de la mina Cueva de Sanabrio (CM-310 km. 111, Huete), a pocos kilómetros de la localidad de Huete.
La Cueva de Sanabrio en realidad son dos minas, una al lado de la otra y, para claustrofóbicos, cabe decir que no es una mina que exija al visitante ni ropa técnica ni una forma física especial, puesto que se accede fácilmente. Si lo que te preocupa es la seguridad o la falta de oxígeno, estas minas están muy cerca de la superficie y su visita es guiada y totalmente segura.
Esta mina, como decimos, en realidad tiene dos partes. La primera es la llamada Cueva de los Cuchillos, donde veremos gran cantidad de lapis specularis que parece nacer amenazante de la piedra, con forma puntiaguda y en hojas finas y afiladas, como si fueran cuchillos. Esto era una faena para los romanos, que no podían extraer de aquí nada ya que solo podían utilizar el yeso en grandes placas, pero es un regalo para nosotros, puesto que esta mina es una auténtica preciosidad.
La otra mina, a pocos metros de la Cueva de los Cuchillos, sí fue explotada, razón por la que no veremos la cantidad de lapis specularis que en la anterior. Aunque es menos atractiva a la vista que la Cueva de los Cuchillos, estar allí te traslada a la época de esos mineros que abrían a golpe de pico las galerías. Unas marcas, las de los picos, que aún continúan en estas paredes. Las galerías, aparentemente anárquicas que se cruzan de un lado a otro y a varios niveles, aún pueden recorrerse a pie.
Así como entendemos Segóbriga de la mano de las minas de lapis specularis, el origen de la fortuna con la que un romano increíblemente rico fundó su villa en la pedanía de Noheda aún supone un misterio que los arqueólogos están tratando de descifrar. Poco podía imaginar lo que escondía su tierra el agricultor que en 1984 se topó con parte del mosaico mientras labraba. Aquellos centímetros de teselas que quedaron a la vista eran el anuncio discreto de los 290 metros cuadrados del mosaico figurativo de mayor tamaño del Imperio. Una auténtica joya.
Esta parte de la villa, la del mosaico, es sin duda la atracción y motivo de la visita a Noheda. Aunque durante el recorrido por este yacimiento podemos ver estancias e instalaciones que delatan una forma de vida propia de alguien muy cercano al emperador, es verdaderamente asombroso el detalle con el que se representan las historias y mitos que se narran en los seis paneles de este mosaico.
Desde el mito de Enómao, Pélope e Hipodamia a varias escenas de mimos y actores, todos estos pasajes están trabajados con muchísima precisión y, a pesar de haber estado cubiertos durante siglos por una tierra trabajada, han llegado tan bien conservados que nuestra imaginación no tiene que hacer ningún equilibrio para seguir las indicaciones de los guías del yacimiento. Unos guías que cuentan la historia de estos mosaicos con la misma fascinación que nos hablan de las hipótesis que hicieron a alguien venir hasta a este rincón del mundo a dejarnos estas pistas nada sutiles de cómo se puede vivir bien la vida.
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