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El tesoro más universal de España nunca termina de mostrar todas sus facetas, por eso ejerce tal fascinación entre turistas, escritores y sabios. Si, además, el recorrido que se ofrece es el de las partes más protegidas –el Peinador de la Reina, las habitaciones de Washington Irving-Carlos V o la Torre de la Cautiva no soportarían riadas de turistas cada día– y hay que sortear varios escollos hasta llegar al final, como si fuéramos a descubrir el fantasma de Mohamed V o Carlos V, la aventura está servida.
"La Alhambra cumple totalmente el concepto de crossbreeding que defiende la UNESCO. Ese cruce y mestizaje de culturas asoma en cada esquina. Desde el oratorio de Mohamed V orientado a la Meca al yugo y las flechas de los Reyes Católicos". Jesús Bermúdez es un sabio, entre otras cosas porque niega rotundamente que lo sea. Este hijo de la Alhambra, nacido aquí, a la espalda del Palacio de Carlos V, y muy cerca de la actual entrada a los palacios nazaríes, venía predestinado a fundirse con todo lo que acoge la colina de la Sabika, aunque él se resistiera.
Ser el hijo del arqueólogo del lugar marca y, aunque hubo un tiempo en el que trató de escapar de estos muros rojizos, el sobado hechizo de sus paredes, renombrado hasta la saciedad por los granadinos, los escritores románticos y sus leyendas, parece haber funcionado hasta hacerle volver. Bermúdez se mueve por la ciudad palatina como por su casa, a lo Ibn al-Jatib, Ibn al-Yayyab o Ibn Zamrak, los visires más cultos –escritores, poetas y políticos– de la corte nazarí. Solo que este visir moderno es más que discreto.
Dispuesto a descubrirnos algunos lugares menos transitados, le seguimos a lo largo de los pasillos, patios, puertas y pasadizos del lugar, para acabar la mañana en la joya más protegida la Alhambra, el Peinador de la Reina. El recorrido se convierte en una peripecia tan arriesgada, que ni los whatsapps familiares o las noticias desgraciadas logran despegar al visitante de objetivo final.
"Mirad esta calle Real. Es una muestra de la multiculturalidad. Ahí está la Puerta del Vino al fondo, y el Palacio de Carlos V a la derecha; detrás, el hamman y la iglesia cristiana; enfrente, una tienda de Taracea. Creo que ese local aún se mantiene como debía de ser una casa nazarí, de las que había aquí dentro". Este arqueólogo, arabista y conservador habla con pasión, acelerado por ese tiempo que siempre se le queda corto, mientras guías, funcionarios o guardas le saludan, camino de sus puestos en los palacios de los nazaríes, que hoy volverán a recibir a centenares, miles de turistas.
Asoma una semana de marzo de este 2019 seco y la mayoría de los visitantes son extranjeros, salvo por los adolescentes de instituto. Las cumbres de Sierra Nevada tienen nieve, pero mucha menos de la que es habitual en estas fechas. Y las acequias desviadas del Darro mantienen el murmullo del agua, donde Mohamed I, de la dinastía nazarí, decidió levantar la primera parte de la fortaleza, hoy la única que se conserva completa en el mundo árabe como ciudad palatina.
Los japoneses que atraviesan la Puerta del Vino o pasean ante el palacio, camino de la entrada a los palacios nazaríes, van a realizar el recorrido habitual. Llegan pertrechados con sombreros, móviles y cámaras. Pero hay otras gentes que se han apuntado al Espacio del Mes, unas visitas que abren al público los lugares de la Alhambra que "por sus características, tamaño, conservación o fragilidad" no pueden estar tan expuestos.
El espacio de este mes son las habitaciones de Carlos V y Washington Irving –sí, el escritor y diplomático se alojó en las mismas que había levantado el emperador mientras le construían el palacio– , pero también la Torre de la Cautiva, la Sala de las Camas o Baño de Comares y la Torre de la Vela entran en esa categoría más protegida.
Entre saludo a un guía por aquí y un guarda por allá, Bermúdez busca las llaves para abrir la Escalera del Tiempo, que une el Palacio de Carlos V con los palacios nazaríes, uno de los logros de Mar Villafranca, la anterior directora de este patrimonio. Ni un segundo ha parado en sus explicaciones. Ya sea abundando en la multiculturalidad ante los detalles de los bajorrelieves de las puertas de Carlos V, o el patio en círculo maravilloso que recuerda al Panteón de Roma, pero sin cúpula.
Fue Leopoldo Torres Balbás, según todos los expertos consultados –incluyendo al profesor Juan Calatrava y al mismo Bermúdez, además de varios guías– la personalidad más importante de la Alhambra desde el siglo XVI y a quien se debe la salvación de la ciudad fortaleza y el acabado del palacio renacentista. Los trabajos del siglo XX, comenzados por el respetado Balbás en los años 20, marcaron la línea a seguir en la recuperación de toda la Alhambra durante el siglo pasado. Dejaron las cosas encauzadas por el buen camino, que se perdió durante el XIX.
Incluso el Palacio del Emperador, denostado por los viajeros románticos, es considerado hoy un tesoro del Renacimiento integrado en "una ciudad palatina, islámica, andalusí y medieval. Mohamed I la diseña, Mohamed V la construye, los Reyes Católicos son la última pieza que cierra el círculo para crear el primer estado de la Modernidad; y Torres Balbás, su gran restaurador, la salva", sentencia Bermúdez, defensor de la visión global.
La Escalera del Tiempo, "una manga más de aeropuerto" –hay otras, como luego nos mostrará– nos lleva a los sultanes nazaríes. Pero antes, parada crucial en el lugar donde se crearon muchas de las leyendas de la Alhambra, las habitaciones del diplomático y escritor Washington Irving. El escritor, que regresó como embajador en los años 50 del siglo XIX, escogió estas salas para dormir, pese a que tenía toda la Alhambra a su disposición. Y se comprende.
Bermúdez abre la sala en penumbra con la parsimonia de quien sabe que va a mostrar un tesoro: los techos pintados en 1537 por Julio Aquiles y Alejandro Mayner, reclamados por el emperador desde el Vaticano para recrear sus habitaciones. "Carlos V se enamora de Isabel de Portugal y en 1526 se casan. La trae a la Alhambra por unos días, pero se quedan seis meses. Isabel tiene frío, y se baja a dormir a un convento más confortable en Granada, pero el Emperador se queda aquí", relata el arqueólogo de la Alhambra, mientras abre con mimo las contraventanas que muestran el esplendor de, quizá, la joya iconográfica más importante del Renacimiento español: el Salón de Frutas.
Algo recorre el aire, aunque no sea el aleteo del murciélago del que habla Irving durante una de sus primeras noches en estas habitaciones, mientras evocaba también a Isabel de Parma, la esposa de Felipe V, la última reina que durmió en estos lugares. Aquí, el norteamericano escribió en 1826 los Cuentos de la Alhambra, ese libro que junto con el magnífico del arquitecto Owen Jones pusieron a la ciudad de los nazaríes en el foco del mundo occidental.
Durante décadas, los Cuentos de la Alhambra, con todas sus leyendas raramente basadas en datos reales, pero sí inspiradas en el boca a boca de los mismos granadinos, se utilizó como libro de lectura para aprender inglés. Y traducido a otras lenguas europeas, como el francés o el italiano, propagó la magia del lugar entre los románticos, hasta asentar el mito. Aún hoy, son una minoría los turistas que no llegan a la Alhambra en busca del triste Boabdil –el Rey Chico, el último sultán de la Alhambra– o de las huellas de Zoraida, la princesa cautiva, y demás cuentos que conformaron el imaginario colectivo de los granadinos, aderezado con los tesoros secretos nunca hallados.
Con las sombras de las leyendas a las espaldas, por fin llegamos al corredor que abrirá el lugar más protegido de la Alhambra: el Peinador de la Reina, "que ni es peinador ni era de la Reina", aclara Jesús. Nuestro guía recuerda que las pinturas encargadas por el emperador son fruto del interés que Isabel la Católica supo transmitir en sus cartas a su nieto Carlos, situándole en sitios como este, donde Mohammed V o Yusuf I, se retiraban para escuchar. Con una vista privilegiada del Albaicín, la acústica es asombrosa.
Expuestas a las miradas y las agresiones de los visitantes durante buena parte del siglo XIX, desde Matisse a Chateaubriand (su nombre se busca en la galería que lleva al Peinador) dejaron sus autógrafos o marcas por estos lugares. "Sí, hemos buscado incluso la de Chateaubriand, pero no la hemos encontrado", bromea Bermúdez.
Un sentimiento sobrecogedor invade al personal dentro del lugar. Es inevitable pensar en Irving, que cuando llegó a estas puertas cerradas escribió: "¡Misterio! pensé regocijado. Aquello podía ser el ala encantada del castillo". Al sobrecogimiento ayudan las pinturas de Aquiles y Mayner –discípulos de Rafael Sanzio– dañadas y restauradas, muestra de la lucha por sobrevivir del arte. Uno de los detalles de Irving para evitar tal deterioro fue el de introducir un libro de firmas para satisfacer el deseo de transcendencia del personal, pero por lo visto no siempre funcionó. Bien restauradas, son de una belleza exquisita.
Es este el lugar donde más gráficamente se ve todo lo que convive en la Alhambra, agrupando ese concepto de crossbreeding con el que Bermúdez y otros intelectuales alhambristas defienden que hay que observarlo. "Los dos niveles muestran arriba el mundo cristiano, abajo, el mundo islámico. Alguien le contó a Carlos V que aquí se retiraban los sultanes. El emperador se trajo a pintores que trabajaban en el Vaticano, entre 1539 y 1546".
Situado en la Torre de Comares, el Peinador es diferente a las 35 torres de la Alhambra, por todo lo que se ve y se escucha. Irving, siguiendo las costumbres de los sultanes y el emperador, observaba el Albaicín con prismáticos de la época durante días, cuenta en su libro. Se necesitarían horas para describir el lugar, donde además de la pintura de las primeras mazorcas –"en el Generalife estaban plantado las nuevas verduras traídas de América y suponemos que las copiaron por novedosas"– al lado del águila bicéfala del emperador. Es obvio que el hecho de que las pinturas representen el desembarco en Túnez en 1536 tiene un marcado simbolismo.
Con las bellezas del Peinador integradas en la retina, el camino hacia el baño del Palacio de Comares está envuelto en una atmósfera rendida. No es posible tanta belleza y estupidez humana juntas. Solo que unos metros más allá, lo de la belleza queda roto. Siempre es posible encontrar más. Y para eso está ahí delante el hamman.
El arqueólogo y arabista Bermúdez no suele tirar mucho de las leyendas, aunque reconoce su valor en la difusión de la cultura nazarí. Pero al llegar al corredor alto del hamman no puede evitarlo. "Cuentan que el sultán arrojaba desde aquí una manzana a las mujeres del harén que estaban en el baño, y la que era agraciada con la fruta, tenía la suerte de ser la favorita para esa noche".
El baño de Comares, antes conocido también como Baño Real, lo reservaron para su uso particular los Reyes Católicos. Aunque cada palacio de la Alhambra tenía su propio hamman, este es el único que se conserva. Y bastante aceptablemente, pese a las diferentes adaptaciones que fue sufriendo. Algunos de sus azulejos son increíbles y su linterna –habitual en la arquitectura nazarí– ilumina el patio central y las habitaciones con camas laterales. Se puede visitar en los Espacios del Mes y a través de algunos huecos.
Una de las curiosidades que impacta a niños y adultos es la letrina, perfecta, que tenía el sultán. En la parte alta del baño, además del lugar desde donde el sultán elegía a su favorita para la jornada, también está el balcón desde donde tocaban los músicos. Naturalmente, ciegos.
Conocida también como qalahurra "por el poema que figura en el interior de su habitación principal" resalta Bermúdez, la Torre de la Cautiva puede ser el mejor lugar para entender la parte defensiva de la fortaleza que es la Alhambra. Su estructura arquitectónica y su composición decorativa, según la Guía Oficial de los palacios nazarís –obra entre otros de Mar Villafranca y el propio Jesús Bermúdez– "subraya el momento de mayor pureza del arte nazarí". Todo visitante que pueda ser acompañado por un arabista que pueda traducir el poema de Ibn al-Yayyab, predecesor de otro grande, Ibn al-Jatib, puede considerarse como un elegido de los dioses.
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