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Cuando la ciudad de Madrid todavía no era más que arroyos y praderas, algunos de los primeros eremitas cristianos de raza ibérica encontraron un reino de paz junto a las gargantas del río Alberche, a orillas de lo que hoy es el pantano de San Juan. Aquí, en las estribaciones de la sierra de Gredos, disfrutaron de agua y refugio incluso durante la dominación musulmana, por lo que se llegó a conocer como el Valle de las Iglesias. Allá por el siglo X llegaron a ser doce los eremitorios en la zona, y sus doce eremitas se reunieron para construir la capilla mozárabe de la Santa Cruz, que un par de centurias después se convertiría en el origen y piedra angular del monasterio.
Hoy, el comúnmente conocido como monasterio de Pelayos, se encuentra desprovisto de la mayoría de sus cubiertas, mientras que sus mejores tesoros se exponen a cientos de kilómetros de aquí. Son las consecuencias, entre otras cosas, del terrible incendio de 1768 y del abandono que siguió a la desamortización de 1835. Pero tal como comenta Pilar Carbajo, concejala del Ayuntamiento de Pelayos de la Presa, eso no hace sino infundirle encantos: “Las ruinas nos permiten ver las entrañas de la historia, el esqueleto de los distintos modelos arquitectónicos de cada etapa, cómo se construía... Es lo que nos diferencia de los otros grandes monasterios de Madrid”.
Y es que, aunque hayamos perdido casi todas las exquisitas bóvedas nervadas de su claustro gótico o el retablo y el coro renacentista de su iglesia románica, el monasterio todavía nos ofrece un buen número de tesoros en forma de interesantísimas arquerías y soluciones estructurales que nos permiten viajar por la Historia del Arte: desde la sencillez de su capilla mozárabe hasta la elegancia de su fachada barroca, pasando por su galería gótica o su convento renacentista de estilo herreriano, claramente inspirado en el no muy lejano Monasterio de San Lorenzo del Escorial.
No hace falta ser un iluminado de la arquitectura para evocar el estado original del monasterio, ya que sí se conserva buena parte de sus elementos clave que nos permiten jugar a “unir los puntos”. Pero para que todo quede cristalino, a lo largo del recorrido se han dispuesto paneles con infografías de los estadios de la construcción y con recreaciones del aspecto que debió tener en cada momento. A pesar de todo, para exprimir la visita al máximo, nos unimos a las visitas guiadas que se organizan los sábados y domingos a las 13 h, y que hoy conduce Cristina Cañete, de la asociación Deverde.
Cuesta creer que este coloso del patrimonio madrileño no estuviese abierto a visitas de manera regular hasta el año 2021. La inauguración fue la culminación de un proceso que comenzó en 2005 con los trabajos de consolidación más urgentes, luego de que el arquitecto Mariano García Benito donase el monasterio al ayuntamiento de Pelayos de la Presa y la Comunidad de Madrid financiara su restauración. En justicia habría que decir que el proceso de rehabilitación había comenzado en 1974, cuando el arquitecto compró estas ruinas como solución para acabar con su espolio, y empezó a limpiarlas y estudiarlas a modo de concienzudo pasatiempo.
El levantamiento de planos que realizó Don Mariano, como aquí le llaman con veneración, es la base de todos los trabajos que se han hecho con posterioridad. Podemos ver algunas fotografías del estado en que se encontró el monasterio en el panel interpretativo de la iglesia, así como en su colosal publicación El monasterio Cisterciense de Santa María de Valdeiglesias. Su arquitectura representada en los planos del arquitecto, de la que todavía quedan algunos ejemplares a la venta en la garita de entrada al complejo. La guía, Cristina Cañete, nos invita a seguir viniendo a visitarlo con el paso de los años, ya que seguramente podamos disfrutar de futuras obras de restauración.
Cañete nos guía por las distintas etapas constructivas de este monasterio cisterciense fundado en el año 1150, poco después de la reconquista cristiana de Toledo, y que vivió su momento de esplendor entre los siglos XV y XVI. Durante la visita solo vamos a alcanzar a ver su esqueleto, pero la guía nos revela que todavía podemos disfrutar de algunos de sus tesoros a cientos de kilómetros de aquí: en el museo de El Prado se exponen algunas de las tablas que Juan Correa Vivar pintó para los retablos de la iglesia, mientras que la sillería del coro, de Rafael de León, se encuentra en la catedral de Murcia, adonde llegó en 1854 después de un gran incendio que arrasó con ella.
Pelayos de la Presa, a pesar de que presume del monasterio más antiguo de la Comunidad, es ante todo conocida por ser la verdadera playa de Madrid. En su término municipal se encuentra buena parte de las mejores zonas de baño del pantano de San Juan, que es el único de la región donde se permiten las actividades acuáticas. Sus aguas, las del río Alberche, desembalsan directamente en otro pantano menor y mucho menos conocido, pero también encantador, que además esconde otra historia de abandono patrimonial de la Comunidad, aunque en este caso de tipo ferroviario.
Entre el monasterio de Pelayos y la presa del embalse de Picadas, podemos trazar una sencillísima ruta en bici de menos de 10 km sobre el trazado de una vía de tren que nunca se llegó a inaugurar. La mal llamada vía verde del Alberche discurre entre pinares sin separarse de la masa de agua. Una masa que llega incluso a cruzar a través de un pintoresco viaducto en curva. Sorprende descubrir que la vía se proyectó en la década de 1930, mientras que la presa se concluyó en la de 1950. Sorprende porque la vía transita tan solo unos metros por encima del nivel máximo del embalse, ofreciendo la deliciosa sensación de que se pedalea sobre las aguas; no está claro si al realizar la primera infraestructura ya se sabía que después llegaría la segunda, o si se produjo una milagrosa casualidad.
Conviene tener en cuenta que, aunque muchos la llaman la “vía verde” del Alberche, no es una Vía Verde como tal, ya que no está mantenida por este organismo. El dato es relevante porque, a lo largo del recorrido, vamos a encontrar hasta seis viaductos que, si bien son el plato fuerte del recorrido, su vallado se encuentra en mal estado e incluso roto, así que conviene extremar las precauciones al pasarlos. Un túnel excavado en roca viva es otro de los grandes atractivos de la ruta, aunque sus pequeños y esporádicos derrumbamientos hacen aconsejable que se evite por un sendero paralelo.
A esta vía del Alberche haríamos bien en llamarla vía del Tiétar. Se trata de un ramal inconcluso de la línea ferroviaria de vía estrecha Madrid-Almorox, que funcionó entre 1891 y 1970. La vía del Tiétar, proyectada en la década de 1930, pretendía unir la capital con Arenas de San Pedro, en el corazón de la sierra de Gredos, y en un futuro, incluso con Portugal. Llegó a haber un viaje inaugural entre Pelayos de la Presa y San Martín de Valdeiglesias, pero el estallido de la Guerra Civil frustró el proyecto. Con suerte, los esfuerzos de la Asociación de Amigos del Ferrocarril del Valle del Tiétar fructifiquen en su rehabilitación, al menos para uso turístico y deportivo de forma segura.
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