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En el extremo occidental del continente europeo encontramos un territorio áspero y desolador, de cabos y bahías gobernadas por tempestades y marejadas donde sus hombres y mujeres veneran el Atlántico desde tiempos inmemoriales. Vamos a descubrir la Galicia más pura, que sabe a percebe y huele a salitre, la de la eterna morriña, de pescadores valientes, leyendas de naufragios y tradiciones milenarias. Desde Muxía al Cabo Touriñán, en busca del último atardecer. Fisterra se prepara para recibir el frío y nosotros nos preparamos para explorarla en todo su esplendor. Olvídate de Ushuaia, este es nuestro fin del mundo.
Siempre rumbo oeste. La carretera AC-440 atraviesa la campiña gallega, donde las praderas y eucaliptos van descubriendo pequeñas aldeas diseminadas en esta meseta, como Villar de Sobremonte o Moraime hasta llegar a Muxía. En Moraime merece la pena hacer una parada para contemplar el santuario de San Xiao, con su iglesia y monasterio románico fundado por los monjes benedictinos en el siglo XII.
Muxía, capital del concejo homónimo de 5.000 habitantes, se localiza en una estrecha península de un kilómetro escorada hacia el norte y rematada por la Punta da Barca. En su cara este, dulce y apacible, custodia la ría de Camariñas mientras que la oeste soporta los envites del viento del noroeste y del Atlántico hasta la playa de Lourido.
Aún es temprano y aunque hace frío, el día parece habernos dado una tregua. En el bar 'O Xardín' los percebeiros se reúnen para un café antes de salir a faenar, las terrazas de la rúa Mariña se preparan para el trajín matutino y en la dársena parten y vuelven marineros de pesca. Así pasaba hace cien años así pasa ahora.
Las diminutas dimensiones de la villa invitan a olvidarse del coche y recorrerla a pie. Un buen punto de partida sería el mirador de A Cruz, justo al lado de la playa con el mismo nombre, para seguir por el puerto, donde se mezclan lujosos yates de dueños belgas y holandeses, que solo aparecen en verano, con pequeñas lanchas de pescadores y algunos barcos de pesca de altura.
Pasamos por el ayuntamiento, por la calle de la Marina y por la Real hasta la plaza de la Constitución. En el centro del antiguo núcleo urbano se distinguen las viviendas tradicionales muxianas, de una altura, y las antiguas casas de hidalgos con sus escudos en las fachadas. En paralelo al mar tomamos la calle Virxe da Barca hacia el santuario para sumergirnos en la mística de Muxía y su vínculo inseparable con el Atlántico.
Cuenta la leyenda que la Virgen se acercó hasta este lugar en una barca de piedra para alentar al apóstol Santiago en su cometido evangelizador. De los restos de esta embarcación se conservan hoy su cuerpo, A Pedra de Abalar, las velas o Pedra dos Cadrís y la Pedra del Timón.
El viento del noroeste nos da la bienvenida a medida que nos acercamos al santuario de la Virxe da Barca, rodeado por un mar de rocas de granito con formas caprichosas, limadas por las marejadas que golpean con fiereza este cabo. "Aquí el mar es muy bravo. Algunos días de invierno las olas llegan hasta la fachada de la iglesia" cuenta Víctor Haz, percebeiro de Muxía, en su dialecto muxiano. Según él, en la Costa da Morte el gallego se habla completamente diferente de un pueblo a otro. De momento nos entendemos.
La Pedra dos Namorados, da Cabeza, la Oscilante o da Tortuga. "Todas son piedras mágicas con propiedades curativas o adivinatorias", asegura Víctor. "Esto es así desde que los viejos son viejos". Desde la Sala do Perello o una inmensa mole partida por la mitad, divisamos el santuario, la escultura de A Ferida, el monte Pacho y las puntas de Cachelmo y de A Buitra. A Ferida es una monumental composición del artista Alberto Bañuelos en recuerdo a la herida que dejó la catástrofe del Prestige en la zona.
El templo, situado prácticamente al pie del Atlántico, fue construido en 1719 y reconstruido varias veces, la última en 2015 tras un incendio. Aquí se congrega una de las romerías marianas más importantes de toda Galicia en el mes de septiembre, de Interés Turístico Nacional, y unos atardeceres que no tienen precio. Desde el santuario parte un sendero empedrado hasta lo alto del monte Corpiño (68 metros) que nos regala una estupenda panorámica de toda la península, la ría, el cabo Vilán y las playas de Leis y O Lago.
Descendiendo por el paseo Punta da Barca, encontramos en una pequeña explanada junto al mar una composición de decenas de piezas de pescado colgadas como redes secándose al sol entre un olor intenso arrastrado por la brisa.
En A Pedriña son fieles a un método tradicional que en España solo se conserva aquí en Muxía: el secado del congrio. "Tengo 90 años y llevo 74 dedicándome a esto", cuenta Juan Diz propietario del secadero, al hablar de esta arte marinera que, según él, ya no se ve en ningún sitio. El congrio se limpia, se lava con agua de mar, se corta a la mitad en sentido longitudinal y agujerea para favorecer la deshidratación. Este proceso se conoce como lañar y culmina con el tendido en las cabrias, estructuras de madera, como se hacía en la Edad Media.
"El comercio bajó muchísimo, aun así, lo siguen demandando en Cataluña, Soria y Aragón, sobre todo en Calatayud", explica Diz. En esta ciudad se lleva consumiendo desde el medievo como una delicatessen en recetas como los famosos garbanzos a la bilbilitana de Calatayud, elaborados con congrio de Muxía. En la localidad coruñesa se conservan los dos únicos secaderos de Europa, el de Os Cascóns y el de A Pedriña, en este último el proceso es totalmente artesanal.
Los percebeiros son los amos de la costa. Conocen cada rincón de este litoral de enormes olas, de dunas y calas rocosas, de precipicios y laderas de tojos o bosques de pinos envueltos entre la bruma. Y al final del todo el Cabo Touriñán, el más occidental del continente europeo.
Valientes hombres y mujeres de mar, se baten en combate singular con el Atlántico entre las rocas para conseguir el tesoro más codiciado de la Costa da Morte: el percebe. "En Muxía al menos setenta familias vivimos de este peligroso oficio en el que muchos compañeros perdieron la vida", cuenta Víctor Haz. Descienden por acantilados verticales, se sumergen en las corrientes, saltan entre las grietas y rasgan las paredes para conseguir el preciado crustáceo. Y así hasta 5 kilos cada día.
Con el rugido del océano, seguimos los pasos de estos mariscadores para explorar la línea costera rumbo al último atardecer. El camino de los faros es una ruta que enlaza la villa marinera de Malpica con Finisterre siguiendo su estela. Recorremos parte de esta sinuosa senda, desde la playa de Coído, en la zona cero del Prestige, hacia la de Lourido y el monte Cachelmo. La ruta hacia Touriñán pasa por la Furna da Buserana y Punta da Buitra, entre calas vírgenes muy recorridas en su día para el narcotráfico, hasta la playa Moreira, que nos conduce hasta Touriñán. Los romanos se equivocaban. Este es el final de la tierra. 43º 03' 11.3" N - 9º 17' 52.5" W, son las coordenadas de la punta más a poniente de la Europa continental, situado 25 km al norte de Finisterre.
Desde el Cabo Touriñán, coronado por el faro que guía a los marinos por estas aguas peligrosas que tantos navíos se ha tragado, se puede disfrutar del último atardecer del continente. Pero solo durante unos días al año, debido a la inclinación cambiante del eje rotatorio de la tierra con el sol. Podrás contemplarlo entre el 24 de marzo y el 23 de abril, y en verano entre el 18 de agosto y el 19 de septiembre. Sea el último o no, merece la pena asomarse a este rincón de la costa da Morte para regalarse este espectáculo natural en nuestro fin del mundo.
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