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Cuando visitamos una ciudad es habitual pensar que su riqueza cultural se encuentra en el cogollo de la misma. Pero no, los barrios de Madrid esconden tesoros históricos sorprendentes y dignos de visitar que no suelen aparecer en las guías turísticas convencionales. Ejemplo de ello es La Quinta de Vista Alegre, situada en el madrileño barrio de Carabanchel. Hasta 1948, que fue anexionado como distrito a la capital, el municipio estaba dividido en dos poblaciones -Carabanchel Alto y Carabanchel Bajo- y durante los siglos XVIII y XIX era una zona residencial para la nobleza y la burguesía que, atraídos por la cercanía a la corte, los bosques y el aire limpio, construyeron allí sus residencias estivales.
“En 1832 la Reina María Cristina de Borbón, cuarta esposa de Fernando VII, compra unos terrenos en el camino de Carabanchel y Fuenlabrada”, cuenta Jesús Calatayud, de la División Técnica del Patrimonio Inmobiliario de la Comunidad de Madrid, que nos acompaña durante todo el itinerario y que nos muestra -mapas y fotografías en mano- cómo ha cambiado el lugar a lo largo de los años.
Pero empecemos por el principio ¿Qué diferencia hay entre una finca y una quinta? Las fincas son terrenos delimitados que pueden estar en ambientes urbanos o rurales, y las quintas son casas de campo usadas para fines vacacionales o de retiro. Pues bien, durante los años posteriores la monarca siguió comprando propiedades a ambos lados de la vía con el propósito de unirlas y desvió el camino por el norte, en lo que hoy es calle del General Ricardos para que nada perturbara su solaz.
La Reina ordenó, además, las obras de transformación de las edificaciones existentes y la construcción de otras nuevas, y se plantaron casi veinte mil árboles y arbustos que configuraron paseos y plazas. “Un jardín romántico en el que no faltaban especies vegetales traídas de lugares lejanos que, aunque antaño se consideraban exóticas, hoy ya estamos más que acostumbrados a verlas”, puntualiza el Sr. Calatayud. “En los trabajos que hemos realizado en el jardín se han respetado todas las especies vegetales antiguas”. Y no sólo eso, otros elementos decorativos, como hornacinas y bancos, se han redistribuido por otras zonas del jardín para que puedan ser mejor contemplados, e incluso Jesús nos habla de las farolas -“de las pocas que quedan realizadas en piedra”-, unos tesoros del mobiliario urbano que el experto destaca con admiración.
Pero sigamos con la historia. En pocos años se levantaron caballerizas e invernaderos y se iniciaron las obras del Palacio Nuevo. Se construyó una ría navegable y se diseminaron fuentes y pequeñas construcciones entre los bosquetes. Las vicisitudes políticas de la época llevaron al exilio a María Cristina, que cedió la finca de Vista Alegre a sus hijas, la reina Isabel II y la infanta Luisa Fernanda. La finca fue adquirida en 1859 por D. José de Salamanca y Mayol, más conocido como el Marqués de Salamanca, que hizo de ella el escenario de frecuentes fiestas y celebraciones.
Tras la venta de su palacio de Recoletos, Vista Alegre fue su residencia habitual hasta su muerte en 1883. En 1886 sus herederos vendieron la finca al Estado para que fuese dedicada a la beneficencia, lo que obligó a realizar grandes reformas para la adaptación a fines como hospital o colegio de huérfanos. A su vez, los terrenos del jardín comenzaron a ser ocupados por edificaciones de nueva construcción que provocaron la fragmentación interna de la finca. Como resultado, la Quinta de Vista Alegre se convirtió en un conjunto histórico segmentado en el que aún funcionan una residencia de ancianos o una escuela de danza, por ejemplo.
En 2018 se declaran Bien de Interés Cultural -en la categoría de jardín histórico- los Jardines de los Palacios de la Quinta de Vista Alegre y a partir de ahí se empiezan a realizar las obras de recuperación del entorno. Desde mayo ya se puede visitar en aforo limitado y previa cita, con el objetivo de no perturbar el entorno de un increíble ecosistema de 45 hectáreas de superficie que se puede recorrer en unos 90 minutos.
¿Qué es lo que se puede admirar en este increíble paseo? Nada más entrar lo que primero llama la atención es el Jardín Histórico, donde se juega con los efectos de luces, sombras y tonalidades que van variando a lo largo del ciclo anual. “Es sorprendente cómo cambia cada quince días”, asegura Nuria Micaela Ruiz García, Jefa de la División Técnica de Patrimonio Inmobiliario de la Comunidad de Madrid. “El jardín había perdido su trazado y lo que hemos hecho ha sido cohesionar las distintas áreas”. Para ello no han optado por el paisajismo contemporáneo, sino por “intentar conservar la naturaleza propia del jardín original y, por ello, hemos dado a la arboleda y a las plantas la misma protección que a los elementos arquitectónicos”.
La variedad es tal que la visita hará las delicias de aficionados a la jardinería y la botánica: acantos, fresas, fincas, verbenas, hipéricos, violas, claveles, aves del paraíso, lirios africanos, campanillas, jazmines, calas, dalias, peonías, gladiolos, tulipanes, jacintos, begonias… Este regalo para los sentidos es cambiante para que, sea cual sea la estación del año, el visitante tenga siempre a la vista un oloroso y colorido regalo de la naturaleza.
La visita, además, cuenta con paneles informativos con un QR al cual el turista puede acercar el lector de códigos de su smartphone y leer toda la información relativa a ese punto de interés. Por lo que, siguiendo el recorrido aconsejado, nos encontramos ante la Estufa Grande. Las estufas eran invernaderos destinados al cultivo y mantenimiento de plantas exóticas. Allí era donde la Reina María Cristina aclimataba las especies procedentes de tierras lejanas y resguardaba del invierno madrileño las que podrían verse dañadas.
La Estufa Grande de la Quinta de Vista Alegre es una edificación longitudinal con una rotonda central. El amplio espacio “albergó una biblioteca”, cuenta Jesús, “y próximamente se dedicará a espacio expositivo”, aunque todavía no está abierto al público. Lo mismo que el Baño de la Reina, estancia a la que se accede por uno de los extremos de la Estufa Grande, una curiosa estructura escalonada de forma circular construida en mármol color caramelo. La bañera y la estancia se alimentaban del mismo circuito de calor y vapor del invernadero, lo que creaba el ambiente tropical propicio tanto para las especies vegetales como para el solaz de la soberana. Lo que hoy sería considerado como un relajante y delicioso spa.
Otra de las construcciones a tener en cuenta es el Palacio Viejo, una construcción levantada sobre la antigua Casa de Baños, un espacio de recreo al estilo de los que se llevaban en otras capitales europeas donde los madrileños acudían para disfrutar del ocio en sus salas para el baño, casino y espectáculos al aire libre. Con el paso del tiempo, la construcción original fue remodelada para albergar varias instituciones y hoy es sede del Centro Regional de Innovación y Formación Las Acacias.
A punto de terminar las obras de recuperación está la Galería, un vistoso corredor acristalado que unía el Palacio Viejo con la Casa de Bella Vista, que en su origen fue biblioteca y gabinete de ciencias y contaba con herbarios, colecciones de animales disecados o laboratorio, y que hoy es sede del Centro de Educación de Personas Adultas Vista Alegre. Las Caballerizas es otro de los edificios singulares. Proyectadas por el arquitecto Pascual y Colomer, se levantaron para alojar a los animales de tiro y carruajes. Sus impresionantes puertas de madera y el patio central mantienen el encanto del pasado.
Volviendo a la naturaleza, el Jardín Histórico nos ofrece la ría, un río artificial -que fue navegable en su día- que nace junto a la Plaza de las Estatuas en una montaña artificial de la que brota una cascada de agua. “Su largo inicial era de unos 700 metros, pero el trazado actual es de unos 200”, puntualiza Jesús. Ahora los únicos que navegan en el acuífero son una familia de patos. Y es que el refrescante elemento va a estar muy presente en el recorrido gracias a sus surtidores.
“Hay siete fuentes pendientes de restauración”, comenta Nuria, y la más espectacular es la que se encuentra ante el Palacio Nuevo, llamada ‘de los Caballos’ por los equinos rampantes diseñados por el arquitecto Narciso Pascual y Colomer. La fuente está integrada en el parterre, de estilo neoclásico. Un entramado vegetal dispuesto de forma geométrica que embellece aún más si cabe la fachada del Palacio Nuevo, cuya construcción aprovecha los cimientos y muros de una antigua fábrica de jabón de la que aún se pueden encontrar restos arqueológicos.
Sin ningún uso en la actualidad, el Palacio tiene espacios singulares como la rotonda de entrada, con una espectacular cúpula en tonos azules. La fachada, con pórtico central de columnas de granito y escalinatas, es uno de los ejemplos más interesantes de arquitectura palaciega del siglo XIX. Muy cerca del edificio se encuentra uno de los tesoros de la Quinta: el Cedro. Este magnífico ejemplar está incluido en el Catálogo Regional de la Comunidad de Madrid como árbol singular por su extraordinario tamaño. Sus medidas en 2018 eran de 5 metros de circunferencia y unos 35 metros de altura. Podría ser el cedro más antiguo de Madrid, dado que se habría plantado alrededor de 1800. Ni siquiera el fuerte ciclón que arrasó Madrid en 1886 o la borrasca Filomena han podido con él, por lo que se recomienda admirarlo con respeto. Los selfies mejor de lejos, que es como mejor se contempla.
A pesar de que la Quinta de Vista Alegre ha pasado por muchas transformaciones, aún sigue manteniendo no sólo su halo de historia sino también su conexión con la naturaleza. Entrar en ella significa dejar de oír el estridente rugir de los coches que pasan por la carretera y empezar a oler a rosas y jara ¿Alguien buscaba un jardín encantado? Pues lo puede encontrar en Carabanchel.
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