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El castillo conserva un tesoro cultural incomparable. Un volumen importante del legado documental de la lustrosa corona de Castilla, dominante entonces en medio mundo, descansa en el Archivo de Simancas (Valladolid). La antigua fortaleza, con gruesos muros de piedra y elevados torreones, lleva ya un par de siglos sin defenderse de amenazas invasoras pero su poderío augura resistencia en caso de necesidad. El conjunto, erigido junto a la localidad de Simancas, se ha convertido en un símbolo histórico y patrimonial de la zona, elevada sobre el río Duero. El Archivo, Patrimonio de la Humanidad, atrae a miles de personas anualmente a un municipio con una oferta histórica, gastronómica y paisajística digna de extender la visita y tocar todos los palos de un fin de semana provechoso, relajado y de buenos paseos con niños o con bicicletas, buenas aliadas en la escapada.
La proximidad de Simancas a la ciudad de Valladolid facilita los accesos. La autovía pasa prácticamente al lado y tanto las señales como las propias vistas del castillo invitan a desviarse y a pasar un día, o dos, o tres, en la antigua villa. El pueblo ha mantenido la estética tradicional, con un casco cuidado al estilo habitual castellano: ladrillos en las paredes, sin pintura estridente, tejados con tejas monocolor y ninguna altura capaz de competir con esa valiosa sede cultural.
La orografía de la localidad, enclavada en lo alto de una loma con el Duero a sus pies, propicia alguna pequeña cuesta para alcanzar los puntos más altos y a su vez regala unas vistas espectaculares del páramo más allá del río. El amplísimo pinar de Antequera, con una enorme extensión boscosa bien marcada por caminos, invita a despejarse y echar una mañana o una tarde rodeado de árboles y silencio.
Lo primero es establecer un orden de visita. La riqueza patrimonial del Archivo de Simancas exige organizar la cita, guiada si se acude grupalmente, conforme a los horarios de la institución, dependiente del Ministerio de Cultura y también Archivo General de Castilla y León más allá de su importante función durante siglos. Los investigadores deben asegurarse de preparar una correcta petición para recrearse en el voluminoso fondo documental protegido intramuros. El castillo se mantiene bien restaurado, con las piedras blancas y el tejado azul, tras erigirse en 1540 por orden de Carlos I y a cargo del arquitecto Juan de Herrera. La Corona de Aragón contaba con su Archivo desde unos 200 años antes, pero las guerrillas contra las tropas árabes y los conflictos internos en las monarquías castellanas retardaron su creación. Las incursiones napoleónicas del siglo XIX dañaron la estructura, pero no impidieron la llegada hasta la actualidad del conjunto.
El Archivo, situado en la zona más elevada del centro de Simancas, ofrece un paseo alrededor de sus distintos accesos, particularmente llamativo el principal por el tamaño de sus portones y el cuidado foso. Antaño este recurso servía para complicar al enemigo y ahora, gracias a sus múltiples árboles y plantas, contribuye a un paseo agradable antes o después de empaparse de cultura. Una vez conocido el Archivo, tanto por dentro como por fuera, caminar por el pueblo permite distraerse en algunas de las terrazas de la Plaza Mayor, también fiel al estilo arquitectónico castellano, sin grandes alardes y de leal adecuación a sus parámetros clásicos.
Muy cerca, la iglesia del Salvador, un también reconocible templo del siglo XVI, aunque con una base románica, y conjunción del gótico y del renacimiento. Su torre principal refleja ese carácter románico con los reconocibles adornos de ajedrezado bajo las estrechas ventanas; su interior acredita los rasgos renacentistas con sus bóvedas. Los rótulos del Camino de Santiago, pues la ruta pasa por Simancas, se acreditan con la presencia de una concha de peregrino en la fachada.
Se va acercando la hora de comer y toca elegir dónde hacerlo. Como siempre, nada mejor que revisar anteriormente el abanico gastronómico para optar por el más apetecible, aunque no será fácil decantarse por uno u otro. En líneas generales, por aquí abundan los asadores, agradecidos aliados especialmente en los meses fríos. Las cartas de los restaurantes suelen inclinarse por productos locales como el lechazo, sabrosos de cualquier manera pero con un toque especial si se asan en esas parrillas por donde han desfilado tantas y tantas raciones para hacer felices a los comensales. Los pinchos de lechazo, con la carne ensartada en los afilados estoques, hacen las delicias de locales o foráneos de buen paladar.
Recomendación: pedir una ensalada para acompañar el sabor y degustarlo en plenas condiciones. Otra posibilidad son platos como las mollejas, por si se prefiere dejar al cordero lechal para la Navidad. Todo está bueno, toda decisión merece respeto. La morcilla, el chorizo o los callos ofrecen una interesante forma de abrir boca, siempre con la posibilidad de solicitar una sopa castellana, sencilla pero irresistible. La duda ofende: qué mejor que regarlo con un vino de la Ribera del Duero -o cualquier tinto de las proximidades-. Nuestras recomendaciones: 'Las Tercias', 'Los Infantes', 'La casa del Arte' o 'El buen sabor'.
La vida se ve de otra manera con el estómago lleno. Próxima parada: la plaza del Mirador, cuyo nombre no engaña. Unas placas informativas con curiosos relieves corroboran el importante papel histórico de Simancas: la secuencia temporal comienza en el asentamiento megalítico de Los Zumacales, de la época final del Neolítico (hace unos 6.000 años). Este dolmen puede visitarse andando, a unos kilómetros del municipio, o en bicicleta. En coche también puede uno llegar, aunque los caminos de tierra lo desaconsejan. De regreso al mirador, las placas narran los conflictos entre reyes castellanos, las pugnas contra los sarracenos, la represión imperial sobre los comuneros de Castilla, venganzas sobre clérigos o las batallas contra las tropas francesas de Napoleón. Muy cerca, el afamado paisaje. La amplitud del enclave permite contemplar un largo tramo del Duero, con Valladolid ciudad a la izquierda, atravesado asimismo por un puente romano de 17 ojos sobre el río, caudaloso tras recibir poco antes las aguas del Pisuerga. Al fondo, el vastísimo pinar antes mencionado, siguiente etapa de este viaje.
Ahora cobran peso de verdad las bicicletas, sin excluir igualmente a quienes gustan de patear y patear. Antes del puente hay un chiringuito donde planear la ruta: hacia la derecha, extensísimos campos rumbo a Tordesillas, Villamarciel o San Miguel del Pino, muy manejables sobre dos ruedas e iniciados poco después de los restos de una antigua harinera. Enfrente, el mencionado puente. Los pies o los neumáticos conducen irremediablemente hacia el eterno pinar de Antequera, bien acondicionado para acumular unos kilómetros, fajarse entre senderos, correr con los niños o soltar a los perros para darles una buena caminata entre pinos de altísimas copas y generosas piñas a sus pies. Los aficionados al ciclismo pueden aprovechar para desplazarse prácticamente sin pisar carreteras hacia localidades cercanas como Viana de Cega, Puente Duero o Boecillo. De elegir la dirección del dolmen de los Zumacales, por allí se alcanzan cómodamente poblaciones como Geria, aunque ya sin los pinares, fieles al Duero.
Simancas, en definitiva, se convierte en una perfecta excusa para conocer un lugar con importante peso histórico y generosas posibilidades modernas. Además, no hay excusa para no perderse por los pinares o por las salas del castillo, no necesariamente planes excluyentes, y luego recuperar energías con un buen lechazo enfrente.
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