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En la falda oriental del majestuoso Ocejón, Valverde de los Arroyos es el hermano mayor de los pueblos de la arquitectura negra de Guadalajara y su digno representante en la lista de Los pueblos más bonitos de España; algunos dicen que es el más bello de Castilla-La Mancha. Una estricta normativa urbanística hace que cualquier modificación y, por supuesto, nueva construcción, tenga que pasar por la aprobación de Patrimonio de Castilla-La Mancha.
Algunos vecinos lamentan que ya solo se mire el turismo y la estética, y que se pierdan las tradiciones. Pero puede que esa dichosa estética haya salvado de la desaparición a Valverde, a juzgar por los montones de poblaciones abandonadas que van surgiendo a medida que descubrimos este fantástico espacio natural de gran diversidad.
En la plaza de Valverde, directa desde las chorreras de la sierra, el agua pone una hipnótica banda sonora a través de la fuente en este rincón de paz. A su lado, a los pies de la oscura torre de la iglesia de San Ildefonso, se conserva la pista de juego de bolos que acogió competiciones de los mejores lanzadores de estos valles.
Piedra y madera son la base de la belleza de esta plaza, pero no sería la misma sin sus fachadas cubiertas por enredaderas y sus balcones repletos de geranios. A este lado del Ocejón, la costumbre de construir en dos alturas puede ser la clave para que muchos lo consideren el pueblo más bonito de los “negros”.
La arquitectura negra de la sierra de Guadalajara podría diferenciarse en dos estilos. Al oeste del Ocejón, en pueblos como Majaelrayo o Campillo de Ranas, las casas tradicionales tienden a ser de una única planta (los animales se quedaban fuera) y totalmente negras, con muros y cubiertas de pizarra. En el lado oriental, donde están Valverde y Umbralejo, era más habitual construir en dos alturas, con los animales en la planta baja y la vivienda en la primera, lo que permite que aparezcan balcones o porches y, en definitiva, elementos más sugerentes.
Además, en este lado oriental, la pizarra solo se utiliza para las cubiertas, mientras que para la mampostería se utiliza la cuarcita, de tonos que tienden a lo rojizo y que llega a brillar cuando se oxida. La combinación es fabulosa.
Hay pistas que hacen pensar que esta sea una forma de vivir y construir milenaria. La iglesia de San Ildefonso solo data del siglo XVIII, aunque tiene trazas del siglo XV. Por otro lado, parece ser que Valverde es un asentamiento estable desde la Reconquista, aunque las peculiares fiestas de la Octava del Corpus, de Interés Turístico Regional, apuntan orígenes más remotos, seguramente anteriores al Cristianismo.
También las llaman las Fiestas de los Danzantes por los bailes rituales, supuestamente invocando la fecundidad de tierras y bestias, que realizan ataviados con unos curiosos trajes bordados, fruto de una tradición textil local nacida a la fuerza por el aislamiento.
En la pedanía vecina de Zarzuela de Galve, que ha sobrevivido a la despoblación contra viento y marea, también gustan de celebrar tradiciones. Aquí se conserva una fragua en torno a la cual se ha instaurado la tradición de celebrar una gran castañada en otoño mientras se cuece pan en un horno de piedra de los de siempre.
Es una idea de la gente de la asociación Viajando por los Pueblos Negros, que trata de crear experiencias únicas, más allá de una simple estancia en casas rurales. También es responsable del pintoresco evento de Arte en la Plaza en Campillo de Ranas, con artistas callejeros. Pasado el susto pandémico, confiamos en volver a verles en acción en la temporada que viene.
La asociación también es corresponsable de la conocida como ruta de la miel, un precioso itinerario apícola-botánico balizado, muy sencillo, de apenas 2 km que, a pesar de su breve recorrido, constituye una de las experiencias más interesantes que se puedan hacer en Valverde.
La ruta sale del campo de fútbol, en de la parta alta del pueblo, y recorre veredas junto a huertos y frutales, pasa por un colmenar tradicional, por un batán en ruinas o una preciosa zona de baño. También se adentra por densos bosques de castaños centenarios, de robles y álamos que, con sus puentes de piedra y madera, podrían servir de escenario de cualquier película de fantasía de Hollywood.
El otro culpable de que exista esta ruta señalizada es la fundación Amigos de las Abejas, que vino a la zona a instalar una serie de colmenares para preservar la imprescindible labor que llevan a cabo las abejas en pos de la salud de los ecosistemas. Antolín, miembro de la asociación Viajando por los Pueblos Negros, estudioso y enamorado de las formas de trabajo ancestral, se hace cargo de la señalización de la ruta de la miel y, además, de algunas de las colmenas que dejó la fundación. De ellas extrae una miel excelente con métodos tradicionales, que incluye un primer filtrado con un cesto de mimbre. La puedes comprar en su casa rural, La Alquería, en Zarzuela de Galve. “La llaman milflores. No sé si será de mil, pero sí de al menos de 150”, nos cuenta con su tono socarrón.
Valverde ha sido capaz de conservar casi intacto su aspecto ancestral con la acertada decisión de no permitir construcciones modernas. Pero con una población oscilante, que sobre todo se activa los fines de semana ante la llegada de turistas, las costumbres y la economía tradicional corren peligro de desaparecer. De preservar su memoria y cierta continuidad se encarga, en parte, un museo etnográfico en pleno proceso de reforma que también será un modesto centro de visitantes. Además, un peculiar pueblo vecino también se ocupa de que las formas de vida ancestrales de la Sierra de Ayllón no caigan en el olvido.
A 10 kilómetros al este de Valverde, por la retorcida y encantadora GU-211, llegamos al despoblado de Umbralejo. Nadie diría que quedó abandonado en los años 70 porque luce tan bonito o más que casi cualquier pueblo de la arquitectura negra. O al menos mucho más cuidado. Sucede porque se trata de un equipamiento ambiental del programa PRUEPA (acrónimo de Programa de Recuperación y Utilización Educativa de Pueblos Abandonados), que trata de acercar a los estudiantes de secundaria las formas de agricultura, ganadería y construcción tradicionales.
Los visitantes que vengan por libre (de 11 a 13 h. y de 16 a 18 h.) no pueden acceder a los interiores de las construcciones. Están reservados a los estudiantes, que son los únicos privilegiados que pueden disfrutar de las entrañas de esta sociedad tradicional. Pero la experiencia estética que se tiene desde el exterior, similar a pasear por una casa de muñecas a tamaño real, merece sobradamente el desplazamiento.
Caminando por aquí podemos ver impecables trabajos de cantería para la rehabilitación de viviendas tradicionales, piezas como hornos colectivos, una pequeña granja… y quizá el burro y el caballo que mantienen el pueblo limpio de maleza. Es sin duda un buen lugar para reflexionar sobre las causas y consecuencias de la despoblación, y de los sentimientos y resentimientos de quienes se sienten abandonados.
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