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Hace unos años, José Vidal pasaba muchos lunes al sol. La crisis le obligó a bajar el ritmo de su trabajo, como ingeniero topógrafo, y a aprovechar las mañanas y tardes para ordenar recuerdos y cajones en su casa de Ontinyent (Valencia). Un día, entre los álbumes de fotografías encontró varias instantáneas en blanco y negro en las que aparecían sus bisabuelos, abuelos y otros familiares. En ellas se les veía labrando el campo, cargando con melones los cestos de mimbre, de cajas americanas el viejo camión Dodge Brothers y trabajando toda la familia en el antiguo melonar que había dado renombre a la familia en la primera mitad del siglo XX. Después de darle muchas vueltas, José se animó a desenterrar esas raíces.
"Todo comenzó en 2012, cuando decido volver a patentar la marca 'Diamante'. Por aquel entonces, localizo en el pueblo a dos nonagenarios, Antonio y Joaquín, que habían trabajado con mi abuelo y que me contaron los secretos para sacar buenos melones de Ontinyent de una manera artesanal, como no ha dejado de hacerse en muchos hogares de la zona", explica José, que estos días de agosto le toca madrugar para recoger su pequeña plantación, que roza los 8.000 kg.
Por estas fechas se recogen los melones dorados de la mata florecida, en un tamaño que oscila entre los 1.200 gramos y los 3 kilos. "Para mí el ideal es 2 kg y poco, para que sea más compacto y el sabor más concentrado". Aprovechando las vacaciones escolares, le ayudan en esta labor sus hijos, además de los labradores Antonio y Rafael. "Es un negocio totalmente familiar, y no aspiro a otra cosa, porque nos gusta hacerlo todo de manera artesanal, con exquisito cuidado de cada pieza".
En 'Diamante' plantan con pepitas, no con plantel, no utilizan ningún producto químico y cada dos años hacen barbecho en el terreno, para dejar descansar la tierra. "Además, la particularidad de estos melones, a diferencia de los sapos (los verdes), es que son puramente de secano; el único agua que reciben es de las lluvias, por lo que dejamos toda la producción a la dicha de la climatología". Eso les confiere un equilibrado nivel de azúcares y una textura compacta a la carne: hay que hincarle el diente y masticar.
Tras arrancarlo de la mata, que da entre dos y tres piezas (la del verde es más productiva), el melón de Onteniente se va poniendo cada día más dorado. "Es una fruta que evoluciona con el tiempo. Hay que dejarla unos diez días de purga, sobre unas telas que extendemos por todo el almacén (si tocara directamente el suelo, se arrugaría su fina piel). Antiguamente se colgaban de vigas y paredes en la zona más fresca y seca de la casa, con un cordel de yute. Cuando alcanza su madurez, el dorado va oscureciéndose, a la piel lisa le van saliendo manchas y el sabor dulce va alcanzando toques concentrados de licor y canela".
Como sostiene José, este melón tiene bien ganado el sobrenombre de meló de tot l'any, "porque se comienza a consumir a finales de agosto y puede adquirirse pasadas las Navidades. Yo me he llegado a comer alguno en marzo...". De hecho, recuerda cómo sus abuelos vendían los 'Diamante', que también recibían el apodo de melón piña, en Madrid y Barcelona para esas fechas de diciembre y enero.
Allí llegaban envueltos en papel de seda con el logotipo impreso, igual que ahora. "La manera de presentación es la misma: utilizo el mismo sello de caucho de mis antepasados; solo hemos sustituido las fundas de paja de arroz que usaban ellos por sacos de yute para envíos especiales". Además, cada unidad de la edición artesanal se marca con un número y una letra, A o R, según el labrador que haya recogido la pieza. Aquí los melones tienen hasta libro de familia.
Entre la clientela, además de la venta al público en la propia casa y en algunas fruterías gourmet de Madrid, Valencia e Ibiza, están varios cocineros soleados, como Quique Dacosta (3 Soles Repsol), Kiko Moya (jefe de cocina de 'L'Escaleta', 3 Soles Repsol), Abraham García ('Viridiana', 2 Soles Repsol), Alberto Ferruz ('Bonamb', 2 Soles Repsol), César Martín ('Lakasa', 1 Sol Repsol) o Manuel Alonso ('Casa Manolo', 2 Soles Repsol).
Este último chef, de la playa valenciana de Daimús, tiene muchas ganas de visitar a José en su plantación una mañana de septiembre, cuando baje un poco el ritmo de su restaurante en primera línea de mar. Mientras tanto, sigue jugando con el melón en un postre en el que lo graniza y trocea en dados impregnados en almíbar de menta, combinado todo con helado de yogur y menta fresca en juliana.
Por eso este agricultor a tiempo parcial –su trabajo de topógrafo cada día le va robando más horas al campo– siente una satisfacción personal por recuperar la tradición que arrancó su bisabuelo Vicente Vidal Ferre, tratante de caballos en la comarca del Valle de Albaida, allá por 1913, cuando la empresa se llamaba 'La Estrella'. Como no podían competir con los verdes de Villaconejos y La Mancha, decidieron apostar fuerte por los amarillos y rebautizar la marca como 'Diamante', que exportaban a Francia por los Pirineos y entraban a Inglaterra desde el puerto de Gijón ("cuando llegaban, había que tirar la mitad, según recogían en sus cuadernos de cuentas mis antepasados").
Junto a los melones 'Diamante', también se exportaban los del onteniense Juan Penadés Morán, que contaba con dos marcas 'Melones Únicos de Oro'. En el pueblo cuentan que estas piezas se cotizaban mucho en el exclusivo mercado de 'Covent Garden', de Londres (hoy trasladado a otra zona de la capital). Su valoración era tal que, según los promotores de esta iniciativa, durante un debate parlamentario en la Cámara de los Comunes, el primer ministro Winston Churchill recurrió a ellos para destacar la valentía de sus militares en la Segunda Guerra Mundial: "El soldado imperial es tan bueno o mejor que los melones dorados". Ya era mucho decir, sir.
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