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Era uno de esos lugares de la ciudad hermosos, insólitos, desconocidos. Esos ejemplos arquitectónicos de solera con los que a veces -muchas- no se sabe qué hacer. Son patrimonio, son preciosos, son carísimos de reconvertir y requieren mucho tiempo y mucha burocracia para meterles mano, aunque sea para bien.
Era la imprenta Vila, hoy cerquísima de la estación del AVE y hace tropecientos años -concretamente en 1908, cuando funcionaba como lo que era, una imprenta- en un lugar donde todavía había huerta. Arqueología industrial pura, un edificio emblemático de verdad -el término parece haber sido creado para él- que muchos habitantes de Valencia desconocíamos. Yo la descubrí hace más de una década, cuando Casa Decor montó allí su exposición y la habilitó para enseñar su mejor cara, conservando todo, sin tocar el esqueleto. Era y es un lugar precioso, mucho más que un edificio industrial. Es un entramado de casas, balcones, galerías, zaguanes, balaustrada, galerías…
Aquel lugar, donde las máquinas ruidosas, los papeles y la tinta eran los reyes, por fin ha sido reconvertido en algo sólido para el disfrute de propios y extraños: un mercado gastronómico de relumbrón, el Mercado de la Imprenta, con una oferta seria, pensada, variadísima, que ha sido un éxito desde el primer día que se inauguró el mes pasado.
Es imposible no quedarse prendada del lugar, no mirar a lo alto, en la galería balconada que recorre el espacio y donde se han respetado las secciones de antaño, donde se agrupaban los impresos, talonarios y folletos tan increíbles, tan políticamente incorrectos como Sección 8: Socorros a pobres transeúntes, Sección 7: Juegos prohibidos, Sección 10: Multas a concejales, Sección 5: Calamidades Públicas. El hombre que la puso en marcha, Vila Serra, y sus 50 empleados trabajaron a destajo mucho tiempo en este armazón, que estaba -está- pegado al edificio de viviendas que los alojaba y que ahora forman parte del nuevo espacio, con la idea de ampliar fronteras con el tiempo.
Todos esos detalles, la cuidadísima rehabilitación, respetando la esencia del complejo industrial -que está ya en el centro neurálgico de la ciudad, pero apartado a la vez, es silencioso, tranquilo-, te llevan a otro lugar, otro tiempo, otra ciudad, mientras decides en qué puesto vas a recalar para empezar la fiesta de la mañana, o de la tarde, o de la noche.
Las posibilidades son muchas, 21 en total, en 1.800 metros cuadrados dispuestos en dos plantas, y todas tienen algún sentido: desde el sushi que te preparan en el momento, los productos frescos de una freiduría, la conservería, una vermutería, los vinos, la arrocería, la lonja… Aconsejo entrar en su web y pasear por los puestos, que es siempre un placer.
Aunque lo que de verdad recomiendo es ir, pasearse bien por todos los chiringuitos, esperar a ver qué te pide el estómago, coger tu bandeja y decidir. Es imposible no encontrar algo a tu gusto. Puedes picotear por varios kioscos, puedes decidirte por un arroz, por un pescado fresco, por unas delicatessen, por comida italiana de verdad, por empanadas argentinas, por vermús con sus gildas… En la zona central se sirven las cervezas, el lugar es espacioso, luminoso, cómodo.
Juan Albert y David Núñez son los dos empresarios que han puesto por fin en el mapa este lugar tras muchos intentos, tras muchos años de abandono, tras mucha batalla burocrática y vecinal. La idea surgió precisamente en ese 2007 que comentaba, esa iniciativa de Casa Decor en la que todos nos quedamos embobados por la belleza del lugar. Querían un mercado gastronómico de gran formato, donde comer fuera una experiencia distinta, más dinámica, más inusual, casi cultural, algo parecido al Mercado de San Miguel de Madrid, pero -y esto lo digo yo- más bonito, más auténtico, más fresco en todos los sentidos. Y lo consiguieron tras cuatro años de periplo, desde que en 2019 se pusieron en serio y los trámites y la pandemia lo demoraron todo.
Este mercado gastronómico, único en Valencia no solo por la arquitectura, también por el contenido, muy escogido, con cocina tradicional y local, está a cinco minutos andando del centro de la ciudad, en una calle peatonal del barrio de Arrancapins. No admite reservas, aunque en breve pretenden disponer de servicio a domicilio, está abierto de miércoles a viernes de 12:00 a 00:30 horas y, los sábado y los domingos, de 10:00 a 00:30 horas, para que no se utilice como ocio nocturno. Y tiene varios parkings muy cerca. Convivir bien con los edificios colindantes es otra de las máximas que persiguen desde el principio sus promotores.
Yo no pude estar en la inauguración, que me pilló fuera de la ciudad y me moría de ganas de conocerlo: todos mis amigos, siempre muy exigentes, volvían encantados, así que allá que fui la semana pasada para inspeccionar. Me pasé bastante tiempo, eso sí, decidiendo qué comer, comprobándolo todo, cotilleando arriba y abajo mientras esperaba a mi marido, entre cuyas virtudes no está la puntualidad. Cuando llegó, le cogí de la mano para volver a dar la vuelta al ruedo porque todo me parecía apetecible y todo me parecía necesario a probar, para su desesperación, que para tomar decisiones gastronómicas sí que es más rápido que yo.
Acudió en nuestra ayuda Juan Fernández, un viejo conocido de otros proyectos gastronómicos de la ciudad, que es algo así como el alma de la casa, el gerente que te cuenta el proyecto con tal pasión que es imposible no querer quedarte a vivir. Nos guió por los puestos, nos explicó las peculiaridades de cada cual, nos presentó a los encargados de algunos de ellos para que pudiéramos conocer bien lo que había detrás de cada mostrador y, tras el paseo, nos pusimos manos a la obra.
Unas tortitas de camarón en la ‘Freiduría Antonio Manuel’, un pollo crocante en uno de los puestos de fusión italoespañola, acompañado de un vermú en ‘Benvolgut aperitivos’. Tomamos sepia con mayonesa en el sitio de tapas mediterráneas ‘Mel de romer’ y, cuando ya nos saciamos, me acerqué sigilosa al stand de ‘Trufas Martínez’ y compré tres. Yo me comí una antes de llegar a la mesa donde me esperaba mi esposo, que se pensó que, por tanto, era una para cada uno.
Cinco días más tarde, me llevé a comer al mercado a mi amigo Iñaki, que venía de Madrid en un viaje relámpago. Eran las cinco de la tarde, había tenido varias reuniones durante la mañana y tenía el tiempo justo para tomar algo y volver al AVE. “¿Hay algún lugar para tomar algo cerca de la estación y así nos vemos o es todo un horror?”, me preguntó. Iñaki es un sibarita y está muy mal acostumbrado a comer bien, además, su madre es vasca y ha cocinado toda su vida mejor que bien. Pensaba, estoy segura, que me iba a pillar en un renuncio, pero no. Le contesté, ufana y chulita, que por supuesto que conocía un sitio. Y allí que me lo llevé y allí que alucinó. Quería arroz, claro, como todos los madrileños de bien, y allí que se dirigió a por su ración a la ‘Arrocería Imprenta de Ximo Sáez’. Y le encantó.
Yo me fui a por sushi, que me quedé con las ganas la semana anterior, a ‘Momo Sushi’, donde lo elaboran en el momento y sí, la verdad, se nota. Luego recalamos en ‘Sibarita’, un gastrobar con unas tapas y unas tortillas estupendas. A esa hora ya quedaban menos, pero las que quedaban, fetén. Él bebió un vino en ‘Los vinos de la imprenta’ y yo una cerveza del gigantesco puesto central. Había poca gente a esas horas, ni una sola cola, ni un solo ruido mal puesto. A Iñaki lo dejé en el AVE, segura de mí misma y sabiéndome vencedora en el combate.
Yo no sé si es la novedad, no sé si es lo que acompaña esa arquitectura con solera, no sé si es la calidad de la comida o una extrema amabilidad de los responsables de algunos puestos, con la sonrisa incluida, lo que sí sé es que el mercado es uno de esos sitios de los que una saca pecho, un lugar al que volver, un lugar recurrente para comer, beber algo y tapear, estar con amigos con pareceres y paladares radicalmente distintos: cada uno acude al puesto que le da la gana y, luego, busca un lugar en el que reunirse. Diez, quince amigos con gustos gastronómicos distintos que pueden encontrarse bajo ese techo de hierro, con esa luz cenital y esa vida. Coges una bandeja y vas de stand en stand, si lo que quieres es variedad, o te instalas directamente en tu lugar del día.
Me dejo puestos por citar en este post, porque no me ha dado tiempo aún a conocerlos todos -se abrió el mes de marzo-, pero es algo que me propongo. El mercado pretende, además, ser mucho más que eso, pretende albergar encuentros culturales, exposiciones, presentaciones o conciertos pequeños para que la experiencia sea más amplia. Un buen lugar en Valencia para estar, comer, escuchar, dialogar…
“¿Y por qué este sitio y no otro? ¿Qué tenía de especial?”, le pregunto a David Núñez, uno de los empresarios e ideólogos de esta aventura junto a su socio Juan Albert. “Lo bonito era la historia que tenía detrás, reconvertir algo con un background tan chulo era muy interesante, no como coger un bajo y rehabilitarlo”. Como decía, lo descubrieron en Casa Decor, pero la chispa definitiva saltó años después en una fiesta que organizó una marca de ginebra. “Nos gustó mucho el ambiente que crearon y vimos que era posible. Este tipo de apuestas eran una tendencia a nivel mundial y en Valencia no había nada similar, así que nos lanzamos”, me cuenta David.
“¿Y cómo es que Valencia no contaba con nada igual hasta la fecha? ¿Por qué las apuestas que se habían dado hasta la fecha no habían cuajado?”, me preguntaba. Según Núñez, la experiencia, por ejemplo, de compartir mesas, espacios en barras, no se da a menudo. Aquí estamos menos acostumbrados a esto, aunque la cosa ha cambiado mucho en este último lustro. Y en el mercado parece que funciona y mucho: el número de personas que estimanban que podían navegar por los pasillos se triplicó en las primeras semanas -hay que tener en cuenta que se abrió la semana de fallas, el 10 de marzo, y en fallas Valencia arde en todos los sentidos-. Controlan el aforo para que la experiencia no sea un horror, con colas espantosas en cada puesto y con codazos para sentarte. Hay 400 asientos, con posibilidad de crear 200 más, y un claro objetivo: aumentar la oferta cultural, junto a la gastronómica, sin perder de vista la esencia. “Queremos enfocarlo mucho al tema cultural con exposiciones de fotos, presentaciones de libros, etcétera”, explica David
También hay algo especial en el diseño de la oferta gastronómica. “Apostamos por todo lo local, kilómetro cero. Por ejemplo, de vermús tuvimos ofertas de grandes casas y, al final, apostamos por un chico valenciano, Miguel, de ‘Benvolgut Aperitivos’, que tiene, por cierto, el premio a mejor comercio del año en el Mercado Central. Miguel se dedicaba a los hoteles y, tras la pandemia, los dejó por esto de los vermús y ahí está”.
Dinamizar el barrio, devolverle a la ciudad este espacio, que los habitantes se sientan partícipes, han sido algunos de los motivos que les llevó a impulsar el mercado. Ambos socios visitaron un montón de locales similares en otras ciudades y tuvieron claro lo que no querían: un sitio con franquicias, con empresas gastronómicas gigantes. Y lo que sí: un proyecto con productos de cercanía con establecimientos que te puedan dar los servicios que una gran empresa no te da.
No querían, como me advierte también el gerente del mercado -que dejó su consultoría gastronómica para meterse hasta el fondo en esta historia por lo novedosa- cosas clonadas, un lugar sin alma, un espacio de esos que acaba teniendo siempre lo mismo. “Ahora, por ejemplo, me falta un mexicano y alguna que otra oferta complementaria, como aumentar también la vegana y sin gluten, con tanta demanda. ¡Ah! Y estoy ya detrás de una oferta de cócteles”.
El puesto libanés, por ejemplo, pone coca valenciana de base, en una fusión perfecta. Adaptar el típico esmorzaret valenciano; mimar la atención con un puesto de vinos donde se te aconseja -no es una simple pantalla-; estructurar por áreas la oferta; evitar a toda costa una masa de gente circulando; atender a las peticiones que el público demanda sin que lo sepa, son solo algunos de los retos, “como eliminar el plástico de los vasos y volver a la idea original del vidrio. Como tuvimos tal llegada de gente, casi no nos daba tiempo a limpiarlos, así que tuvimos que optar por esto, pero ya hemos vuelto”, apunta Núñez.
MERCADO DE LA IMPRENTA - Mascota, 17. Valencia.
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