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No hay duda de que cuando se va de pícnic la tortilla de patatas, la ensaladilla rusa o campera, el filete empanado o un fiambre de carne o de bonito con mayonesa u otra salsa, por ejemplo, y fruta fresca pueden ser una delicia. A mí me encantan. Pero la verdad es que todos estos platos están, de un modo u otro, en el imaginario y en el repertorio de recetas de la mayor parte de las familias y no es necesario que se le cuenten a quienes tienen grabado a fuego en su mente las fórmulas de su casa materna, o paterna, que de todo hay, que son, además, las que más les gustan. También las puede encontrar el picnicker interesado en el recetario inacabable que recorre incansable internet, que es casi como una y mil abuelas del mundo dedicadas a proporcionar la información precisa sobre este o aquel plato, que permite aprender, cotejar y decidir cuál es la mejor fórmula.
En nuestro país no podemos dejar de lado la variedad bastante extensa de platos específicos y típicos de las romerías locales, una forma ya abandonada de pícnic desde hace tanto que el propio José María Pereda ya la tildaba de carecer de contenido y que, en nuestros días, el automóvil, las carreteras y las autopistas han dejado en el olvido. Suponía un viaje a la montaña o al campo en busca de la ermita o el lugar que congregaba la devoción, hoy ya perdida, y a los que se llevaba la comida junto a los participantes en carretas de bueyes, en carros de caballos o en burros o mulas. Los platos romeros se siguen elaborando en los pueblos y las casas, sin que muchos cocineros sepan cuál fue su origen. Esta forma de romería sobrevive maltratada y maltrecha en ejemplos colonizados por el turismo forastero y masivo, como la del Rocío.
No es, pues, imprescindible la inspiración para un pícnic de montaña en esta cocina española. Se puede encontrar en cualquier cocina del mundo. Las diversas de Asia resultan una fuente inagotable de ideas, algunas mucho más cercanas a nuestros gustos y tradiciones de lo que se pueda pensar. Así que manos a la obra.
La morisqueta es uno de los muchos platos de los descendientes de criollos en Filipinas en los que se da una fusión perfecta entre los usos orientales y los gustos españoles. Es un arroz cocido y luego salteado con diversos elementos, de carne y verdura. La carne es de origen peninsular al completo, chorizo y jamón, pero se termina con salsa de soja, verduras muy poco cocinadas y se adorna, si así se desea, con una corona de oro al más puro estilo chino –que en este caso no es necesario porque hay también una tortilla en el menú–.
Es un plato exquisito y, la verdad, no sé decir si está mejor con arroz de grano largo o con arroz de grano redondo, el nuestro de paella de toda la vida. En estos últimos tiempos la hago siempre con arroz redondo, creo que queda mejor. Este grano español es descendiente directo de la variedad china original, del valle del Yangtsé Kiang, arroz que, por cierto, llegó a nuestras costas mediterráneas de la mano de los mismos misioneros de órdenes españolas que se establecieron en Catay (China) y que desde allí también llegaron al sur de Cipango (Japón) en esa época, como se relata en la siguiente receta.
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