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Puede que al cruzar la puerta del hotel 'Hacienda de Abajo', en Tazacorte, creas encontrarte en un museo y no en un alojamiento. Tus pensamientos no van mal encaminados. Solo su recepción es capaz de abrumarte con las valiosas antigüedades que expone. Dos esculturas chinas del siglo VII, una mesa italiana de mármol de Carrara del siglo XIX, un reloj inglés del XVIII, un bargueño mallorquín de la misma época, una casa de muñecas del principios del XX y una gran pintura al fresco de Santa Bárbara forman parte de una ecléctica colección artística de 1.300 piezas.
"Gran parte de la decoración del hotel es resultado de los intensos intercambios comerciales que vivió la isla en el siglo XVII con Flandes, Andalucía, Filipinas, Asia y América", comenta Javier Navarro, director del hotel, que recuerda que los orígenes del latifundio donde se encuentra la hacienda se remontan a 1492, cuando los conquistadores castellanos llegaron a la isla para instalarse en las fértiles tierras del Valle de Aridane. Primero, se dieron los cultivos de caña de azúcar –que en Amberes se pagaban a precio de oro–, para luego dar paso a los viñedos, la seda, la miel o la cochinilla, cuyo secadero puede verse en uno de los patios de la entrada del hotel. A finales del siglo XIX comenzó a explotarse el plátano y hoy el hotel está rodeado por extensas plataneras que te alegran la vista al despertar.
"La primera constancia por escrito que hay de una platanera en toda la isla de la Palma es en esta finca, en la Partición Grande o de Vandale de 1613", dice el director con orgullo, en medio del jardín de rarezas botánicas dominado por los papazules, como llaman los palmeros a las lagartijas, y donde conviven plantas carnívoras con helechos de Nueva Zelanda, palmeras de la Polinesia y de Magadascar, árboles de pan y plataneras de todas partes del mundo. "En las haciendas canarias, era habitual que los señores utilizaran las huertas para probar la viabilidad del cultivo de nuevas plantas", cuenta Javier. "Es lo que siempre se ha hecho en estas tierras y nosotros continuamos haciendo en nuestro jardín, regado por aguas de manantial y de las galerías del Parque Nacional de La Caldera de Taburiente".
Diez años tardaron en rehabilitar la vivienda señorial de la antigua hacienda que ocupa el edificio principal, donde se encuentran las estancias más lujosas: la suite y las tres deluxe. Una cuidadosa restauración en la que fueron rescatando partes de antiguas casas canarias que se iban derribando para construir otras nuevas. Se salvaron ventanas, sillares, puertas, marcos, columnas e incluso tejas del siglo XVII al XIX que hoy forman parte de la fachada y del interior del hotel.
"El suelo de este edificio es de tea, la madera de pino canario, un material macizo sin vetas y muy resistente. Se consideraba una madera de lujo", cuenta el director, mientras abre la puerta de una de las habitaciones deluxe que aún conserva la cocina original de la casa, integrada como mobiliario de salón. También incluye una cama con dosel, una bañera de pata donde tomarse un baño con una copa de vino y varios amenities de la marca francesa L’Occitane, que no utilizan químicos ni experimentan con animales. "Toda la ropa de cama, toallas y albornoces cuentan con certificado ecológico", puntualiza este jienense que llegó hace poco más de seis meses al hotel y ya se siente un palmero más.
Cada una de las 32 habitaciones es completamente diferente. La mayor ocupa 74 metros cuadrados y la más pequeña 34. Todas conjugan el encanto histórico de sus camas con baldoquino, pinturas religiosas y obras de arte con televisiones de pantalla plana, minibares, wifi y otras comodidades del siglo XXI. "Muchas de las camas son tan elevadas que hemos tenido que añadir varios peldaños para poder subir", cuenta el director como anécdota. "Eso sí, los colchones no son de época, son nuevecitos y ecológicos", añade entre risas.
El resto de estancias se reparten en otros dos edificios separados por el jardín de rarezas botánicas, donde también se encuentra la capilla –que funciona como sala de reuniones–, la piscina climatizada y ecológica –utilizan una solución salina procedente de Fuencaliente– y la casa de baños, con jacuzzi y sala finlandesa. Los precios de las habitaciones oscilan entre los 190 euros la doble con desayuno y los 1.350 si optamos por la suite.
El impulsor de convertir la antigua casa señorial en hotel fue don Enrique Luis Darroque del Castillo Olivares, uno de los herederos de la familia Monteverde-Sotomayor, propietaria de la hacienda durante sus cinco siglos de historia. De esa primera familia adinerada de Flandes, que compró las tierras a los banqueros alemanes de Carlos V, queda una interesante colección de pinturas y esculturas flamencas considerada la más importante de toda la isla, muchas de ellas expuestas en la capilla de la hacienda, cuyas ventanas tienen filtros solares para proteger su interior.
"La pieza más antigua de la colección del hotel es una figura grecorromana del siglo I, pero esa no la tenemos expuesta", comenta Javier. La más actual es del siglo XXI, el mural Sabotaje al montaje donde aparece el arcángel Miguel, firmado por el grafitero Matías Mata.
El gusto por lo asiático de sus diferentes dueños –todos coleccionistas y adinerados– se palpa en cada uno de los rincones del hotel, donde se exhiben porcelanas chinas que van desde la dinastía Tang hasta la Qing, budas a tamaño real y todo tipo de esculturas y jarrones orientales. También las jaulas que funcionan como luminarias en el jardín son de China. Y una de las habitaciones, la 16, está enteramente decorada al estilo japonés. "Es tal la cantidad de obras de arte que hay en el hotel, que tenemos un restaurador en nómina", destaca el director de este alojamiento only adults que, además de ser el primer hotel emblemático de las Islas Canarias, en 2014 recibió el Premio Hispania Nostra a la conservación del patrimonio.
Al igual que Tazacorte presume de ser el municipio de Europa con más horas de sol, el hotel 'Hacienda de Abajo' puede alardear de tener un restaurante con un 1 Sol Guía Repsol, 'El Sitio', capitaneado por el chef José Alberto Díaz. Su cocina gira en torno al producto canario, pero sin cerrarse fronteras. "Me gusta la mezcla de sabores del mundo", dice este tinerfeño de nacimiento, madrileño de acogida y palmero de corazón.
En su carta propone platos refrescantes como el gazpacho de fresones hecho con sandía, patudo marinado –como llaman al atún rojo de la isla de la Palma–, pulpa de tomate, helado de yogur y esferificaciones de aceite de oliva con un toque de guindilla; o el salmorejo tradicional con polvo helado de queso palmero y tomate semiasado. "El tomate lo guisamos con soja, albahaca y agua. Lo metemos al horno tres horas a baja temperatura con azúcar por encima para que se caramelice y le dé brillo", detalla el chef. También sirven una ensaladilla con aguacate y bogavante; y otro gazpacho elaborado con mango, quinoa roja y nísperos. Todo sobre una delicada vajilla de La Cartuja de Sevilla.
José Alberto trabaja mucho la vaca canaria veteada con la que prepara un carpaccio con piñones, queso de oveja palmero y miel de tajinaste. Aunque si hay un plato "carnívoro" que le vuelve loco ese son las carrilleras de cerdo ibérico duroc que se incluye en el menú degustación de 11 pases que ofrecen por 59 euros. "Fue un plato que le preparamos a Ferran Adrià en una de sus visitas al restaurante. Siempre que podemos las hacemos con cochino negro canario y lo acompañamos con papas negras, una salsa de callos, mojo rojo y un toque de kimchi. Tiene una melosidad extraordinaria", apunta el cocinero, que trabajó durante 11 años en el restaurante 'El Rincón de Moraga', al otro lado de la isla, y Recomendado por Guía Repsol.
En pescados, el cherne, la albacora, el medregal –atún blanco de canarias–, la sama o el patudo llegan siempre frescos a su cocina. Con ellos, el chef se divierte elaborando platos como el taco de atún rojo sobre tomates ahumados y aire de miel de tajinaste, el ceviche de sama con leche de tigre de ají amarillo, parchita y mango o el cherne negro asado sobre crema de espinacas. Para terminar con un toque dulce –los palmeros son muy golosos–, proponen desde una macedonia de frutas con falso bizcocho de piña y helado de cardamomo a un risotto de piñones con helado de miel de tajinaste. Para el chef, su preferido es la reinterpretación de la merienda canaria hecho con plátano, naranja y gallega. Un postre que huele a infancia.
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