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A Noemí le gusta decir, con su voz dulce y reflexiva, que ella solo es una “cuidadora de los detalles en la sombra”. Pero es mucho más. El día que cruzó por primera vez la puerta de la casa de dos plantas de la calle los Herreros tuvo claro el gran potencial que reunía ese hospedaje. Doña Elvira nació en la cercana localidad zamorana de Villageriz, que hoy no supera el medio centenar de vecinos, pero vivió hasta el final de sus días en la calle Rosario 8 de Jiménez de Jamuz, apenas a 400 metros del hotel que hoy lleva su nombre.
“Aquí está su esencia, ese espíritu hospitalario que siempre caracterizó a la familia”. La cueva que construyó, a pico y pala, el suegro Segundo Gordón, al que todos conocían como el pajarito, se convirtió enun merendero con unas mesinas y taburetes de madera “donde se servían tortillas de patata, ensaladas de la huerta y algún embutido casero a las familias de asturianos que en verano venían a secar a León, es decir, comer, beber vino y disfrutar de los baños en los ríos”, recuerda Pedro, hijo de Segundo y viudo de Elvira. Con el tiempo, la cueva-merendero se transformó en el asador de carne ‘El Capricho’, hoy un templo donde se rinde tributo a los bueyes que cría, madura y prepara José Gordón, nieto de Segundo e hijo de Elvira y Pedro. Miles de personas de todos los rincones del planeta llegan a este restaurante del sur de la provincia de León buscando la que fue reconocida como “la mejor chuleta del mundo”.
La casa del hotel ‘Doña Elvira’ era una de las más antiguas en Jiménez de Jamuz. De tapia, se reformó por completo y solo se conserva la fachada y los gruesos muros del interior. “La vaciamos de cosas. Buscamos que transmita tranquilidad y armonía; un lugar donde reine el silencio”, asegura Noemí. Por eso no hay televisiones en las habitaciones, apenas enchufes que molesten o se ha apostado por materiales nobles, como suelos de roble o sábanas de algodón 100 %. Los tonos cálidos -blanco, crema y tierra- de las seis habitaciones dan amplitud a las estancias, que cuentan con grandes ventanales por donde se cuela la luz natural.
En la planta baja está la pequeña recepción y la cocina, donde Sara y Fátima ofrecen un desayuno casero que sale cada mañana de ‘El Capricho’. Embutidos de buey, quesos de la zona, tartas, repostería, mermeladas y mantequillas caseras, así como la miel del panel de abejas que cosechan en las fincas próximas al restaurante. Los huéspedes pueden hacer uso del espacio para las cenas, al contar con nevera, horno, vitrocerámica y vajilla. En esta misma planta del hotel se encuentra un pequeño comedor social y un patio interior, de suelo empedrado, ajardinado e ideal para evadirse dando una cabezadita a la sombra del magnolio.
Pero si por algo destaca este alojamiento rural es por esos pequeños detalles que con tanto mimo ha ideado Noemí. Si el huésped llega y no están Sara y Fátima para recibirles, encontrarán en la recepción la tarjeta de su habitación dentro de un origami de bienvenida diseñado por Mo Gutiérrez Serna y Cristina Vergara y que dobla, uno a uno, Fina, vecina de la localidad de Valderas y que fue alumna de Filosofía de Noemí. “La excursión a este pueblo es increíble, con unos paisajes maravillosos que rodean la carretera comarcal. Una vez allí, no hay que irse sin probar el bacalao al ajo arriero que preparan”.
“Esta es una tierra muy desconocida, con muchos sitios por descubrir”, confiesa la copropietaria del hotel. Por eso desde el hotel ‘Doña Elvira’ han desarrollado dos iniciativas para sus clientes más curiosos. La primera es un librito que dejan en el escritorio de cada habitación (en castellano e inglés). Una obra en la que Noemí ha contado con la colaboración del cineasta Oskar Alegría, el diseñador Santos Bregaña y el fotógrafo Aitor Ortiz.
Es un cuaderno para conocer la historia, la cultura y la naturaleza de la comarca a través de “esos pequeños tesoros que caben en la palma de una mano” y que han sido hallados en los alrededores de la pedanía de Jiménez de Jamuz: unas hojas de jazmín para rendir homenaje a Elvira, unas plumas de sisón, un brote tierno de urces (bierzo), con el que se encendía el fuego de los hornos alfareros, una muesca de pizarra o el ovillo de lana de raza merina, autóctona leonesa y protagonista de una de las últimas trashumancias del país.
El recorrido de tesoros puede arrancarse en el mismo Jiménez de Jamuz. Poco más de 800 vecinos censados, “aunque muchos viven habitualmente en Astorga o La Bañeza, donde hay más trabajo y servicios”, reconoce un vecino mientras toma el sol sentado en uno de los bancos de la plaza Antonio Machado. Reza en el cuadernillo de los tesoros que aquí “cada esquina y su placa es una invitación al situacionismo. Así, la ‘Calle del sol’ cruza en el horizonte y deja rodar al astro rey en una travesía hacia el corazón del pueblo. A unos metros aparece su reverso, la ‘Calle de la sombra’, con su ligera subida en vertical que va a morir, como todos los pecados, a los muros de la iglesia”.
A Jiménez se le conoce en la comarca por sus peculiares excavaciones en la ribera del río Jamuz. Más de 200 cuevas-bodegas donde originariamente se elaboraba vino y se utilizaba por los vecinos como fresqueras para guardar las hortalizas y verduras de la huerta. El terreno arcillo permitía este tipo de construcciones, como la que hizo ‘a capricho’ el pajarito a comienzos del siglo XX. La arcilla también ha sido la base del otro atractivo de la localidad leonesa: la tradición alfarera. Un arte que gustó al mismísimo Antonio Gaudí, que encargó piezas a los artesanos locales para la bóveda del Palacio Episcopal de Astorga.
La segunda iniciativa puesta en marcha por Noemí y José son unos tarjetones disponibles en la recepción, ilustrados por Mo Gutiérrez Serna, donde se invita a realizar diversas actividades en el entorno. Desde conocer el taller de Jaime, maestro alfarero que nos ayudará a moldear nuestra propia pieza, a excursiones culturales y de naturaleza. En los calurosos veranos, por ejemplo, nada mejor que un refrescante chapuzón en las playas de los Molinos (Villardeciervos) y de Cional, en la Sierra de la Culebra, o hacer el descenso del río Órbigo.
Para los amantes del senderismo y el puebleo, las propuestas abarcan desde el avistamiento de aves en las lagunas de Villafáfila -en el hotel te prestan los prismáticos-, una visita por las rutas romanas de Astorga o una jornada cultural en León capital. Un poco más retirado, pero con un encanto único, los parajes de Las Médulas, La Cabrera o La Maragatería. Estos tesoros no caben en la palma de la mano, pero seguro que desbordarán la imaginación.
HOTEL DOÑA ELVIRA – c/ de los Herreros, 11. Jiménez de Jamuz (León). Tel. 987 664 227.
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