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Entre campos de olivares y con el perfil del Torcal de Antequera de telón de fondo, se alza el Hotel Convento la Magdalena, un edificio olvidado hace apenas una década y que hoy corona un paisaje típico andaluz donde desconectar del mundo. Con más de 300 años a sus espaldas, el convento recibe hoy todo tipo de huéspedes: desde alemanes que llegan de la Costa del Sol a parejas que anhelan una escapada romántica o gente del pueblo que busca en este entorno su boda soñada.
Es fácil que entre sus muros te invada esa sensación de estar en un lugar místico. No sólo por la historia cotidiana de los monjes que habitaron en él, sino también por el paisaje tan idílico que rodea este convento del siglo XVII. Las vistas de la niebla matinal cubriendo los olivos es hipnotizante. Con precios nada desmesurados para un cinco estrellas (95 euros AD), este alojamiento se ha convertido en una escapada casi gloriosa.
Fue en el año 2007, cuando el grupo Antequera Golf puso su atención en él, comenzando así una labor de reforma que llevaría dos años de trabajo. “Su origen se remonta a 1700, cuando los monjes alcantarinos levantaron el convento sobre una antigua ermita de 1690 como hospital para atender a los enfermos de peste que asoló el lugar”, cuenta Lidia Cabello, directora de Intervención Arqueológica de Urgencia que duró dos años. Esta arqueóloga recuerda con emoción el primer día que llegó al Convento. “Aunque todo estaba en ruinas, hicimos una gran cantidad de hallazgos", cuenta esta antequerana.
El más sorprendente ocurrió en las paredes del claustro, donde se descubrieron gran cantidad de pinturas que relataban el quehacer cotidiano de los santos haciendo especial mención a la vida de María Magdalena. La técnica utilizada era la grisalla, una pintura en tonos grises que hace que las figuras adquieran relieve y parezcan que se vayan a salir de la pared.
“Una buena parte de las pinturas se pudieron recuperar, pero no todas.Encontramos demasiadas capas de cal, que no podían retirarse sin estropear la pintura original”, explica Lidia. De ahí que podamos ver alrededor del claustro algunas paredes con las pinturas semienterradas. Las que más lucen, se encuentran nada más entrar en la recepción del hotel. No pasan desapercibidas.
El hotel cuenta con un total de 21 habitaciones, nueve de ellas situadas en el ala izquierda del convento, la parte nueva que también acoge el spa con piscina. Para acceder a las habitaciones, hay que atravesar el claustro y la iglesia, en cuyo altar se encontraron tres criptas semienterradas de los antiguos habitantes del convento. "Bajo las ruinas descubrimos restos óseos de varias decenas de personas. Presentaban problemas en el hueso del talón y en los hombros, resultado de grandes esfuerzos agrícolas", detalla la arqueóloga.
El resto de estancias se encuentran en el ala derecha y corresponden a las antiguas viviendas que ocupaban los monjes, entonces mucho más modestas. Fue aquí donde Lidia y su equipo descubrieron en las paredes escritos a mano los nombres de monjes como Fray Bizente Mejia, Fray Pablo, Fray Joaquín, al igual que otros textos que narraban la vida cotidiana del convento. Nada de esto se conserva hoy (una auténtica lástima).
En la planta inferior, los espacios que el hotel utiliza hoy como bodega, tetería y salas de reuniones, fueron en el pasado las cocinas y almacenes de los religiosos. “Hay una pequeña sala en el hotel tipo chill out donde encontramos grandes tinajas de vino y aceite medio enterradas en el suelo para su conservación, junto a una zona para el fuego”, recuerda Lidia. Basta cerrar los ojos por un momento para imaginarse a los monjes paseando por estos pasillos y estancias como hacían cada día hace más de tres siglos.
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