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Casitas blancas en un valle marinero
Calles estrechas y casitas blancas se aprietan en el corazón del pueblo, que de vez en cuando se abre a alguna plaza, como la de la Iglesia, donde queda San Bartolomé, construido antes de que Ferreries fuera un municipio urbano. Hasta allí se acercaban los campesinos diseminados que labraban estas tierras, montados en sus caballos. Aún continúan celebrándose las festividades en honor a San Bartolomé, patrón de la localidad, en el mes de agosto, y el animal equino sigue siendo destacado protagonista.
En las inmediaciones del lugar se hallaron restos de muy antiguos pobladores, como en el poblado naviforme de Son Mercer de Baix o la necrópolis de La Cova de Pas, y de otros más recientes pero que conocieron etapas de esplendor como las ruinas del Castell de Sant Águeda, de origen islámico y anterior a ella, quedan vestigios de un castro romano y trozos de la antigua Cañada Real. El paisaje agreste que circunda al pueblo ofrece un maravilloso recorrido siguiendo el curso de un arroyo hasta su desembocadura al mar: el Barranco de Agendar custodia las aguas fluviales hasta su encuentro marino; si hermosa es la campiña, no menos es Cala Galdana, el lugar donde estas aguas se entregan al mar. Ferreries está en un valle marino, rodeado de monte agreste, y Cala Mitjana es otra de las hermosas aberturas por las que el pueblo se asoma al mar Mediterráneo.
Famosas son las abarcas de Ferreries y la industria pielera que se desarrolla en torno a este calzado típico menorquí y rica es su gastronomía mediterránea, que combina el sabor de los productos de la tierra con las delicias marinas, elaborando platos tan exquisitos como la caldereta de langosta, la raya al horno o los calamares rellenos. Aunque turística, la localidad conserva lo mejor de un pueblo, por eso es grato escaparse a esta parte de la isla.