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Con sabor a moscatel
Situado en la loma de los Mártires, se rodea de las torres almenadas medievales de la Duquesa y de Punta Cullera. Desde 2016 a 2019, Manilva ha sido declarada zona de gran afluencia turística. No es de extrañar, debido a su temperatura media de 18ºC y sus más de 7 kilómetros de costas de cielos limpios y aguas azules, con ensenadas enmarcadas por grandes rocas y finos arenales. Entre dichas playas, se encuentran la de Cullera- de pesca submarina-, la de las Arenas- con la prácticamente virgen Cala de la Sardina-, la recta y arenosa playa del Negro, la de los Toros- de interés paisajístico-, y la de Sabinillas, la más turística. El paseo marítimo que recorre este extenso litoral está lleno de comercios y bares, que se vuelven más exclusivos en la zona de la Duquesa. Manilva es internacionalmente conocida por sus rutas de tapeo, balnearios, hoteles y restaurantes en los que disfrutar del mejor vino moscatel y gastronomía típica de la localidad como besugo, mero o sardinas al horno. A dos kilómetros de la costa se encuentra el casco urbano de la villa, rodeado de viñedos que se utilizan para la producción de moscatel y que dan lugar, a principios de septiembre, a una fiesta popular. El el casco podremos ver la iglesia parroquial de Santa Ana, que sorprende por su color pardo entre casas blancas y por sus techos redondeados de color rojizo. La mayor parte de viviendas de la villa son encaladas y adosadas, y se reparten, adornadas con tiestos, en bonitas callejuelas. Paseando por sus típicas calles desembocamos en plazoletas como la plaza Romance de la Luna, dedicada a Federico García Lorca o la original plaza de Lerapetra, y descubrimos el blanquísimo pasaje de San Antonio. Manilva puede presumir de tener orígenes romanos, que atestigua el castillo de la Duquesa, cuyo interior alberga el museo arqueológico municipal repleto de piezas de numerosos yacimientos arqueológicos, y el acueducto romano que nos conduce hasta los vecinos baños termales de la Hedionda.