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Fascinante sin necesidad de ir el 7 de julio
Se puede visitar Pamplona el 7 de julio y disfrutar mucho la ciudad viviendo en cada esquina la fiesta de San Fermín. Y se puede visitar el resto del año y gozar de Pamplona de forma menos intensa pero, a cambio, recreándonos más en sus rincones. La primera alternativa no necesita presentación. Basta con poner un pie en la capital Navarra y dejarse llevar por ese frenesí que cautivó a Ernest Hemingway y a tantos otros como él. Frenesí no solo en los encierros y las corridas; la ciudad entera se echa a la calle en una fiesta de la que es imposible evadirse en las proximidades del casco viejo. Pero aunque las fiestas echen el cierre el 14 de julio, Pamplona sigue abierta, igual de señorial y acogedora. Es más, rastrear la estela de San Fermín a lo largo de la ciudad puede ser un buen hilo argumental para una ruta. Por ejemplo, empezando por la Plaza del Ayuntamiento, desde cuyo balcón se dispara el chupinazo que abre las fiestas. Incluso vacía de gente, su fachada neoclásica y barroca atrapará la mirada. Desde allí, a pocos pasos, la calle de la Estafeta sumerge al visitante en el ambiente turístico-medieval del casco viejo bajando una vía muy televisiva que termina en la plaza de toros. A su lado se abre la Plaza del Castillo, “el cuarto de estar de los pamploneses”, donde Hemingway mataba el rato. Girando hacia el norte, el visitante se sumerge en una Pamplona cada vez más antigua, donde aguarda la Catedral de Santa María la Real, uno de los conjuntos catedralicios más completos de España, y los restos de la muralla medieval. Es un buen punto para profundizar en la historia de la ciudad, haciendo escala en nombres como la Iglesia de San Lorenzo, donde se guardan las reliquias de San Fermín, o en la de San Nicolás, una iglesia-fortaleza ligada al pasado de Pamplona como ciudad fortificada, igual que la cercana Ciudadela, uno de los mejores ejemplos de arquitectura militar del Renacimiento.