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Cueva de San Ignacio

Manresa, Barcelona

Iñigo López quería conocer a Dios e inició un camino de peregrino desde su ciudad natal de Loyola. Atrás quedaba su pasado militar y su linaje de hidalgo. Tras una estancia en Montserrat donde dejó sus vestiduras de caballero y acogió las de mendigo, se encontró con Manresa en 1522, más concretamente con una cueva abierta sobre el río Cardoner. Un lugar ideal para el recogimiento y su búsqueda de Dios. No duró un año. Pero de sus 11 meses como eremita, y de su experiencia de vida contemplativa, saldría el texto cumbre de la Compañía de Jesús, los “Ejercicios Espirituales”. 
Uno de los arcos del viejo puente sobre el río Cardener, el mismo que tantas veces reflejó la imagen del  que sería conocido como San Ignacio de Loyola, nos enmarca lo que ahora es un suntuoso Santuario  nacido de la humilde cueva del  padre de los jesuitas.

El paisaje de roquedal se ha fusionado a la perfección con la arquitectura formando una impresionante fachada artificial sobre el monte de Sant Bartomeu. El interior, excavado en la roca, acoge una casa de ejercicios espirituales, donde acuden los peregrinos que van a meditar, a esa cueva donde estuvo San Ignacio y la iglesia. Para llegar a la Cova (cueva) tendremos que pasar por un vestíbulo con vidrieras de colores. Alcemos la cabeza para observar el techo con ángeles de bronce, y volvamos a bajarla para ver un gran girasol en el suelo que simboliza el corazón de San Ignacio abriéndose a Jesús. Encima de la cueva se edificó la iglesia, en 1759, de estilo barroco y con gran profusión de mármoles. Destaca el altar con una paloma negra encima de una bola del mundo, y en los laterales las imágenes de San Ignacio y San Francisco Javier, fundadores de la Compañía de Jesús. 


 

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