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Itinerario para visitar Santander en dos días
Primera mañana: Por el paseo marítimo
09.00Península y palacio de la Magdalena
La península que la ciudad regaló a Alfonso XIII para que veranease a sus anchas es la cara más conocida de Santander dentro y fuera de España. En el Palacio de la Magdalena, una bombonera de estilo ecléctico que costó 700.000 pesetas de 1912, tiene su sede la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, foco deslumbrante de cultura estival desde 1932, cuyas cercanas Caballerizas Reales usan los alumnos como residencia.
Un pequeño zoo con pingüinos, focas y leones marinos, un parque infantil, un campo de polo, un par de playas y los tres galeones que el aventurero cántabro Vital Alsar empleó para emular las navegaciones de Orellana son otros de los entretenimientos que ofrece el real sitio. El mayor, sin embargo, es el parque que diseñó el paisajista francés Jean-Claude Nicolas Forestier, con sus paseos sombreados por pinos marítimos y piñoneros y sus claros con vistas a las playas del Sardinero, la isla de Mouro y la bahía.
11.00Playas del Sardinero
Los 1.700 metros de fina arena dorada que los forasteros llaman el Sardinero son, en realidad, una sucesión de playas que los nativos y los veraneantes habituales reconocen por sus nombres y sus límites precisos. La primera, a contar desde la Magdalena, es la del Camello, que debe su título a una roca jorobada. Le sigue la de la Concha, la favorita de las familias numerosas.
Luego vienen la Primera y la Segunda Playa del Sardinero, de 350 y 800 metros de largo, respectivamente, que alcanzan los 80 de ancho en bajamar y se hallan separadas por la punta de Piquío en pleamar. Y finalmente está la de Molinucos, que queda al socaire del cabo Menor y casi ni cuenta de lo pequeña que es. El Sardinero fue pionero en ofrecer baños de ola a mediados del siglo XIX. Y no solo en eso. El 10 de marzo de 1963, el santanderino Jesús Fiochi hacía surf aquí, convirtiéndose en el primer español que practicaba este deporte.
Recorriendo el paseo marítimo (media hora, sin parar; una hora, con paradas contemplativas), lo que más llama la atención es la blancura del Gran Casino del Sardinero, que se levanta desde 1916 a la altura de la Primera Playa. Aquí, donde antaño bailaban reyes, hoy se juega al póker sin mover ni una pestaña. Un poco más adelante, lo que llama la atención es el verdor de los parques de Piquío y del Doctor González Mesones, que forman un pasillo verde de más de 800 metros, casi hasta el final de la Segunda Playa.
Un faro con mucho arteUn faro con mucho arte
Poco antes de que termine el paseo marítimo, en la glorieta donde confluyen las calles del Doctor Marañón y de Manuel García Lago, arranca con unas escaleras la senda peatonal que corre por el borde de los acantilados de Cabo Menor, rodeando el parque y el campo de golf de Mataleñas hasta la playa del mismo nombre, muy apreciada por la tranquilidad de sus aguas. Atajando campo a través, cerca de los cantiles donde anidan el halcón y el colirrojo tizón, o siguiendo la avenida del Faro, como los automóviles, se arriba sin pérdida posible a Cabo Mayor, mirador frecuentado por vecinos y forasteros, sobre todo los días de galerna, por más que entonces pocos se atrevan a salir de los coches o del bar que hay al lado.
Aquí, al norte de la ciudad, vigilando la entrada de la bahía, se alza un faro cilíndrico de desnuda sillería, con foco situado a 30 metros de altura sobre el terreno y a 91 sobre el mar, que se encendió por primera vez el 15 de agosto de 1839. Una señora torre que, además de emitir dos destellos de luz blanca cada diez segundos y dos pitidos largos cada 40 en caso de niebla, brinda un panorama sobrecogedor de la costa acantilada y alberga un museo, el Centro de Arte Faro de Cabo Mayor, en el que se exponen más de 200 cuadros y cerca de mil dibujos, acuarelas y grafitos dedicados por el santanderino Eduardo Sanz a los principales faros de España. También pueden verse faros pintados por artistas como Úrculo, Eduardo Arroyo o Andrés Rábago El Roto.
Primera tarde: Arte moderno y religioso
14.30Mesas y habitaciones con vistas
Hay que volver al final de la Segunda Playa del Sardinero para comer en el 'Chiqui', que tiene un buen restaurante de cocina moderna de mercado, con vistas al mar. Si decidimos alojarnos aquí, haremos bien en pedir una de las habitaciones más altas y renovadas. El que se ha renovado también es el 'Gran Hotel Sardinero', todo un clásico, junto al Gran Casino. Aunque el clásico entre los clásicos es el 'Hotel Real', un edificio blanco de estilo francés inaugurado en 1917 que domina desde un alto privilegiado la bahía y las playas del Sardinero y que ofrece 114 habitaciones con mobiliario clásico de maderas nobles y unas vistas que quitan las ganas de ver la tele.
16.30Dos iglesias superpuestas
Cambiamos de zona. Desde donde estamos, al final del Sardinero, cogemos el autobús l ó 2 y nos dirigimos a los jardines de Pereda, que son, junto con el paseo homónimo, el auténtico centro de Santander; al menos, el que interesa al turista. Éste ha sido el lugar elegido por la Fundación Botín para levantar su deslumbrante centro de arte. También se encuentra aquí la Oficina de Turismo.
A menos de cien metros, la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción. Parece un templo, pero en realidad son dos superpuestos. Abajo está la Iglesia del Cristo, de principios del siglo XIII, el monumento más viejo de la ciudad, y el más achaparrado, con naves de solo cuatro metros de altura, y con pavimento de cristal para mostrar al visitante los restos de unos baños romanos hallados en el subsuelo. Y encima, la catedral propiamente dicha, que fue reconstruida tras el incendio que asoló la ciudad en 1941 y que conserva, milagrosamente intacto, un luminoso claustro gótico con 20 arcos por banda, donde los vecinos vienen a pasear los días de viento y lluvia, que en Santander no son pocos.
También son idóneos para guarecerse los soportales de la Plaza Porticada. De estilo neoherreriano, como casi toda la arquitectura institucional posterior al incendio, esta plaza cuadrada de algo más de 50 metros de lado fue durante casi cuatro décadas el escenario donde, al resguardo de una lona, se celebró el Festival Internacional de Santander, importante evento musical agosteño que, desde 1991, se ha trasladado al Palacio de Festivales de Cantabria, obra de Sáenz de Oiza.
18.00De la prehistoria al bar
A tres calles de la Plaza Porticada está el remozado mercado decimonónico del Este, también cubierto y muy socorrido para resguardarse en caso necesario. En sus sótanos, el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria muestra una parte pequeña, pero valiosísima, de sus colecciones: 2.600 útiles de piedra y de arte mueble paleolítico, procedentes de los yacimientos de la Garma, el Castillo, Altamira…, que lo convierten en una institución de referencia a nivel mundial.
Además, en el mercado hay tiendas como 'Mantequerías Cántabras' (sobaos, quesadas, quesucos y todo tipo de conservas artesanas). Y hay bares como 'La Casa del Indiano', donde, al salir del museo, si ya es hora, podemos ir calentando motores (es decir, estómagos) para el maratón de pinchos que se avecina.
20.30Zonas de pinchos y copas
Dos bares del paseo de Pereda se llevan la palma en materia de picoteo: en el número 33, 'Las Hijas de Florencio' (¡qué jamón!), y en el 37, 'Casa Lita', barra y terraza donde algunos días se sirven más de mil pinchos. En Marcelino Sanz de Sautuola, 4, casi bajo el arco del Banco de Santander, se encuentra 'Cata Vinos', un local minúsculo pero con una carta de vinos llamativa, una de las mejores (si no la mejor) tortilla de patata de la ciudad y pinchos excelentes, como los de huevo y el de solomillo con foie. Y en Gómez Oreña, 9, detrás de la iglesia de Santa Lucía, 'La Conveniente', unas antiguas bodegas con suelo de enormes losas de piedra, vigas, pizarras, toneles y un pianista que no para de tocar en toda la noche. Si nos gusta la bechamel, pero mucho, pediremos la bandeja de fritos. Y si no nos gusta la compañía, mejor no iremos, porque está siempre a tope y las mesas se comparten.
Otro sitio que se debe probar es la 'Bodega del Riojano' (1 Sol Guía Repsol 2020). Su cecina es gloriosa. También tiene restaurante, donde se sirven unos pimientos rellenos fabulosos. Y ya que se ha llegado aquí, habrá que quedarse a tomar unas copas, porque la calle Río de la Pila es una cuesta con bares a ambas manos que cambian de dueño y de nombre a la velocidad del rayo, y que más que nada ponen rock y música independiente. Nada que ver con Cañadío, otra zona de marcha (de hecho, la más famosa), donde abundan los garitos de bailoteo que pinchan música de moda. En esta última zona, para cenar, aparte de 'La Conveniente', está el restaurante 'Cañadío' (2 Soles Guía Repsol 2020), innovador y cosmopolita, para muchos el mejor de la ciudad.
Segunda mañana: Entre cuadros e incunables
10.00Mercado de la Esperanza
Detrás del Ayuntamiento se levanta, desde 1904, el mercado de la Esperanza, un diáfano recinto de hierro y cristal, con adornos de inspiración modernista, cuya planta baja ofrece al visitante los pescados más frescos y relucientes del Cantábrico. Además de productos perecederos, que el turista solo puede admirar, en el mercado se venden quesos de Cantabria, embutidos, anchoas de Santoña…
12.00Libros antiguos y arte moderno
Después de la caminata de ayer, hoy no vamos a andar mucho, solo los 200 metros que separan el mercado de la Esperanza del número 6 de la calle Rubio, donde abren sus puertas, en dos edificios adyacentes, la Biblioteca Menéndez Pelayo y el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria. En este último se pueden ver obras de Alfredo Jaar, Celso Lagar, Bernard Plossu, Isaac Julien, Javier Arce, Jaume Plensa, Eulàlia Valldosera, Iturrino, José Pedro Croft o Eduardo Gruber, entre muchos otros. En la primera, los 42.000 libros que leyó y legó a su ciudad Marcelino Menéndez Pelayo, incluidos 23 incunables y 563 manuscritos, varios de ellos de Quevedo y Lope de Vega.
Tanto como los libros, impresiona la sala de lectura, una nave amplia y solemne de dos alturas, forrada de ejemplares pulcramente ordenados en estanterías de roble e inundada de la luz natural que entra por la gran vidriera del techo. También se conserva el despacho donde el infatigable polígrafo alumbró su obra colosal: 67 gruesos volúmenes, sin contar epistolarios y notas.
Segunda tarde: Todo sobre el mar
14.00Un museo del vino
Para comer, una opción más moderna, la cocina creativa con producto de temporada y base cántabra de 'El Serbal' (1 Sol Guía Repsol 2020), y otra más tradicional, la 'Bodega Cigaleña' (Recomendado Guía Repsol 2020), un auténtico museo del vino, donde se come rodeado de miles de curiosas botellas, anchoas en salazón, almejas en salsa, pescados coleando, boletus, cuando los hay, buenas carnes e increíbles.
La mole de Peña Cabarga se yergue vigilante al otro lado de los muelles, avisando a la ciudad de los temporales que se acercan por el sur
A diez minutos de Puerto Chico (que es donde se alza el Club Marítimo), avanzando por la calle Gamazo y por su prolongación (Carrero Blanco) se encuentra el Museo Marítimo del Cantábrico, que atalaya la bahía desde un moderno edificio, muy vistoso y acristalado, y está dedicado a la mar y a los hombres que bregan con ella. El esqueleto de una ballena de 24 metros domina el patio central, alrededor del cual se distribuyen los 3.000 metros cuadrados de exposición, dividida en cuatro secciones: biología marina, etnografía pesquera, historia y tecnología.
Hay acuarios con fauna autóctona y 150 maquetas de barcos, alguna del siglo XIX y de más de seis metros de eslora. Además pueden verse curiosidades como una sardina con dos cabezas (en formol, por supuesto), la reconstrucción de un camarote utilizado por los científicos de la expedición Malaspina-Bustamante (1789-1794) o las escafandras de los buzos que murieron en la explosión del vapor Cabo Machichaco en 1893 en los muelles de Santander.
21.00Cena y cóctel en 1964
Un final clásico, para amantes del Santander de siempre. En el restaurante 'Del Puerto' (Recomendado Guía Repsol 2020), pescado y marisco de calidad insuperable y las mejores rabas de rejo del mundo (así, sin exagerar). Otra opción: una merluza de pincho a la romana con chipirones en su tinta o un chuletón de vaca vieja, en 'La Posada del Mar' (Recomendado Guía Repsol 2020). Y a cien metros de aquí, en Castelar, 13, un cóctel en el 'Pub Stop', fiel a sí mismo desde 1964.