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Viajar al interior de Málaga da la sensación de estar en La Toscana o en el Egeo. En algún lugar idílico a tiro de piedra del Mediterráneo donde los azules son intensos y se multiplican los verdes ante tus ojos. Flores silvestres de todos los colores, almendros florecidos, montañas, valles y a veces viñas y olivos (más adelante, mangos y aguacates). Es la sensación de recorrer alguna de esas regiones auténticas, cuna de civilizaciones y de cocina universal.
Proponemos viajar a la Axarquía para celebrar el colorido de la primavera en sus paisajes, descansando del ruido de las ciudades para conocer uno de los pueblos catalogados como “más bellos del mundo”, Frigiliana.
Esta vez, las historias de bandoleros son buen recurso para contar a los niños en el coche, protagonistas del trayecto, a medida que la carretera comienza a serpentear y nos adentramos por vías paralelas a los caminos que frecuentaban estos antihéroes del siglo XIX, como José María el Tempranillo o Luis Candelas, a lomos de sus jacas andaluzas. Mientras se habla de los Robin Hoods de esta tierra, es habitual cruzarse con amantes de las rutas: moteros, ciclistas, senderistas y extranjeros, muchos extranjeros.
Un grupo de vehículos clásicos descapotables saludan con grandes gafas de sol y pañuelos al cuello. Seguro que pararán a comer unos “huevos a lo bestia” en la afamada 'Venta de Alfarnate' (una leyenda viva del bandolerismo y de los caminos andaluces del siglo XVII), o tal vez lleguen hasta la costa axárquica para darse un homenaje de pescaíto frito.
Aunque la costa es más conocida (Nerja, Torre del Mar…), el interior de la Axarquía malagueña es para recorrerla de cabo a rabo, de pueblo en pueblo, o por sus senderos como la Gran Senda de Málaga que cuenta con trayectos que unen los pueblos axárquicos.
Si vas con niños un fin de semana largo, lo mejor es visitar un par de pueblos, y uno de ellos para descansar sin remordimientos. La Viñuela reúne todos los ingredientes para sacarte el estrés de encima. El entorno junto a la laguna con el embarcadero es idílico y el alojamiento, en 'B bou Hotel La Viñuela & Spa', se ha convertido en punta de lanza de la cultura culinaria de la Axarquía.
La familia que lo regenta lleva practicando lo que ahora se conoce como gastronomía de kilómetro cero desde hace 14 años y en la filosofía que practica el hotel los niños son bienvenidos. Este año, la Academia Gastronómica de Málaga ha reconocido su trayectoria con el premio a la mejor cocina tradicional “por su continua defensa de los sabores axárquicos y malagueños”.
La Viñuela pueblo, como el resto de pequeños pueblos de interior de la zona (con la archipremiada Frigiliana a la cabeza), invitan a zambullirte en un cuento andaluz en el que las callejuelas estrechas, los trazados laberínticos, los geranios y su hospitalaria gente aseguran la alegría, pero también una gastronomía en la que el monte (con su chivo lechal asado al horno, de Canillas del Aceituno, como referente en carnes), las frutas tropicales (mangos, aguacates, etc), el aceite y el vino, la han convertido en un lugar de peregrinación para los que buscan sabores auténticos.
Bajando de altitud por la carretera, se puede avistar la gran laguna que pone una pincelada de azul en el paisaje. Con este entorno, puedes hacer una parada en el camino para que los peques de la casa disfruten de las cabras, progenitoras del afamado chivito axárquico. Aquí se encuentra Paco, un nativo de Periana que lleva toda la mañana cogiendo espárragos trigueros y no duda en mostrar una mata y un buen manojo. Nos habla del queso de cabra de Periana, de la futura puesta en marcha de los antiguos Baños de Vilo, de la fiesta de la morcilla canillera, la cueva del tesoro, el vino de Cómpeta, la torta del Algarrobo... Camionero de profesión, asegura que después de recorrer media Europa, está seguro de pisar una de las zonas más hermosas y fértiles del mundo.
La carretera sinuosa llega hasta el hotel, junto a la laguna. El hecho de que los niños pedaleen hasta la recepción en bicicleta no sorprende a nadie. Y eso, tranquiliza. Todo es fácil, agradable, luminoso. La mesa en la terraza para almorzar está lista. Hay un espacio enorme con césped y árboles, donde juegan varios niños, y la vista de la laguna al fondo.
Para recuperar fuerzas, proponen un gazpacho andaluz con virutas de ibérico y helado de aceite de oliva; una ensalada de brotes verdes y láminas de jamón ibérico, con base de dulce de mango y caviar de fresas; un frito axárquico con morcilla, mollejas de ternera y boletus a la parrilla, y un plato del renombrado chivo axarqueño (que todos los comensales piden). Productos todos de la región, por supuesto, también el aceite de oliva de Alcaucín.
Por la tarde, después un paseo por el sendero alrededor del lago (bicicleta incluida) puedes visitar el spa, integrado en el espacio de la piscina, con un circuito de aguas para dos (romántico para las parejas sin niños) con vistas al lago que también lo hace único, y una interesante carta de tratamientos (masajes descontracturantes impecables).
A solo cuatro kilómetros de la costa, rumbo Vélez-Málaga, se encuentra la capital axárquica que conduce entre campos de aguacates y mangos hacia la carretera de curvas que sube hasta Frigiliana. El paisaje es absolutamente diferente y el Mediterráneo no se pierde de vista. Cuestas, escaleras y rampas componen el ascenso hasta las calles más altas del pueblos. Para los niños, es todo un territorio por explorar plagado de obstáculos. El planazo para los más pequeños: el trenecito que hace una ruta alternativa por las empinadas calles de pueblo.
Las calles de la ciudad parecen patios por la cantidad de flores que hay en ellas. Abuelas sentadas a la puerta de las casas, algunas ataviadas de negro de pies a cabeza, contrastan con el blanco inmaculado de las fachadas. Miradores, terrazas, plazuelas... cada rincón es una estampa deliciosa. Dan ganas de pintarlo. No es de extrañar que haya sido siempre un refugio de artistas y bohemios de todo el mundo. En la calle Alta, Klaus Hinkel, pintor de origen alemán, ofrece cursos de acuarela y apartamentos a decenas de extranjeros.
En su taller, una antigua casa del pueblo, lleva 20 años mostrando su trabajo. “A mí siempre me ha gustado vivir aquí y el contacto con la gente de todo el mundo. Llegué a Frigiliana con mi mujer y un bebé hace dos décadas... y tampoco ha cambiado tanto", explica el artista. Sus acuarelas son escenas costumbristas que se observan por las calles.
Justo en la misma calle Alta, 'El Adarve' es perfecto para almorzar. Una terraza con vistas espectaculares, la confianza de un cocinero nacido en esta misma casa del pueblo, que trabaja una cocina tradicional de la región, y la relación justa de calidad precio (que no siempre es fácil encontrar por esta zona).
Para ver caer la tarde sobre las casitas blancas y a lo lejos, sobre el mar, la terraza del restaurante 'The Garden' es otro acierto. Después ya de vuelta, abajo del pueblo, puedes comprar algunos productos típicos en 'El Lagar', como el vino dulce de la zona, y quedarte así con un buen sabor de boca de la región.