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Seguro que alguna vez de niño has sentido ese miedo que te paraliza, esa sensación de no estar solo en tu habitación, de sentir una presencia a punto de tocarte mientras te cubres con la sábana de los pies a la cabeza, como si con ello estuvieras a salvo de cualquier cosa. Ese miedo, que te reseca la boca y hace que el corazón te lata a mil por hora es el mismo que, en un momento u otro, te empuja a ser valiente y a asomar la vista sobre la sábana para ver si el monstruo sigue ahí. ¿Recuerdas esa sensación?
Los monstruos siempre viven en la cabeza de un niño, a veces dentro de un armario, debajo de la cama o al final de un pasillo oscuro. A la hora de viajar, ocurre algo parecido: todo lugar tiene su historia, su misterio y su monstruo. Solo hay que saber dónde encontrarlo y transmitir esa fantasía, ese morbo y ese miedo que a los niños les despierta todos los sentidos. Y aquí tenemos ocho ejemplos de sitios en España donde viven esos temidos monstruos.
¿Qué ocurre en la habitación 712 del 'Parador de Cardona'? ¿Por qué solo se abre bajo petición expresa? ¿Vive en ella algún fantasma? Con estas preguntas pueden ocurrir dos cosas: que tus hijos no peguen ojo en toda la noche o que estén locos por descubrir el misterio. O ambas cosas. Para más datos, la habitación embrujada se encuentra en el ala oeste, en la séptima planta de este castillo medieval del siglo IX. Dicen que en su interior se mueven los muebles solos, los grifos se abren y se oyen ruidos y voces cuando la estancia está totalmente vacía. Es tal el miedo que hay en torno a esta habitación que el personal de limpieza accede a ella siempre de dos en dos. Las leyendas hablan de varios espíritus que rondan la estancia, entre ellos el de Adalés, la hija del vizconde Raimón Folch, una joven cristiana que se enamoró en el siglo XI de un musulmán y fue condenada por su padre a vivir encerrada en la Torre Minyona, donde murió de pena. Desde entonces su alma vaga por los muros de este castillo que bajo la luz de la luna llena es aún más impresionante y tenebroso.
Dicen que en los pueblos embrujados de Navarra aún se escuchan los susurros del diablo. En ellos, los lugareños aún creen que la flor de cardo en las puertas de las casas ayuda a espantar a los malos espíritus. Y es que, aunque Zugarramurdi se lleve toda la fama –Alex de la Iglesia puede que tenga algo que ver en ello–, son muchas las comarcas que vivieron el fenómeno de la brujería durante la Edad Media, como la de Sangüesa y Lumbier, Améscoa, Viana y Bargota, enclaves de gran belleza impregnados por un halo de misterio que pueden recorrerse en familia a través de cuatro rutas.
Y sí, Zugarramurdi es parada obligada. Enmarcado en un hermoso paisaje de pinos y castaños, este pequeño pueblo de apenas 250 habitantes sufrió en 1610 una importante caza de brujas por parte de la Inquisición, una locura que condenó a la hoguera a muchos inocentes. Aquí descubrimos la cueva de Sorginen Lezea, una cavidad esculpida por el agua que impone mucho, tanto que hay quien se refiere a ella como la "catedral del mal" por sus techos abovedados y sus piedras en forma de altares. Dicen que en este lugar se adoraba al diablo y las brujas formaban sus temidos aquelarres. Basta con pisar en ella para que un escalofrío te recorra toda la espalda.
Las gárgolas son figuras grotescas que siempre relacionamos con bestias y seres fantásticos. Muchas toman la forma de seres humanos, otras de animales o, las más enrevesadas, son una mezcla de ambos. Lo cierto es que hay gárgolas que dan auténtico miedo. Solo hay que ver las del Monasterio de San Juan de los Reyes de Toledo, un panteón real construido en la época de los Reyes Católicos, cuyas gárgolas neogóticas son capaces de estremecernos. Se encuentran en el claustro y son figuras fantásticas con formas estrambóticas que van desde leones alados a dragones y otros seres monstruosos con patas de anfibios. No dejan a nadie indiferente, y menos aún a los niños. Es tal la fascinación que levantan estas gárgolas que incluso encontramos un libro publicado sobre ellas: Las Gárgolas de San Juan de los Reyes (2007), de Alejandro Vega Merino. Por si te interesan sus historias.
Los bosques son por definición lugares misteriosos, incluso siniestros si los visitas a horas de poca luz. En muchos habitan brujas, en otros malos espíritus, y en algunos pequeños seres como duendes y gnomos. Es lo que ocurre en el Bosque de Orrius.Sí, los duendes existen, o al menos eso es lo que hay que transmitir a los niños, esa magia de un lugar fantástico donde ellos pueden ser protagonistas, buscando entre árboles, cuevas y pequeños recovecos el refugio de estos traviesos seres.
Situado a tan solo media hora en coche de Barcelona, este bosque es en sí mismo un museo al aire libre. Sus senderos nos descubren entre pinos y abetos esculturas talladas en granito que muestran rostros humanos similares a los Moais de la Isla de Pascua; y animales como elefantes y tortugas (otro plus para todo niño). El lugar está envuelto en una atmósfera mágica, misteriosa y enigmática. Pero aún hay más: este bosque también fue refugio de bandoleros famosos, como Perot Rocaguinarda, un asaltador de caminos del siglo XIV-XV que aparece en el Quijote de Cervantes. Cuenta a tus niños su historia o pregunta a los lugareños que seguro tienen alguna anécdota que narrar. Y un consejo: nunca bajes la guardia en este bosque, en ocasiones los duendes se divierten lanzando piñas desde los árboles.
¿Sabías que en la Catedral de León cuelga el pellejo de un topo maligno? Se encuentra sobre la puerta de San Juan, por la zona interior. Fíjate bien, resalta por ser algo más oscura. Su historia cuenta que un pequeño animalillo minaba cada noche los cimientos del templo destruyendo lo que los canteros construían durante el día. Hartos de los problemas que causaba, algunos canteros le esperaron durante la noche hasta que consiguieron atrapar al animal matándolo a garrotazos. Después dejaron su piel colgada como recuerdo de la proeza. Hoy es toda una anécdota que añade ese toque de misterio a esta joya arquitectónica declarada Patrimonio de la Humanidad.
Pasear por el viejo Belchite es hacer un viaje en el tiempo, a ese verano de 1937 en el que las bombas de la Guerra Civil caían del cielo masacrando un pueblo entero de 5.000 habitantes. Belchite es hoy un pedazo de nuestra historia, un lugar desolado que nos pone los pelos de punta con tan solo imaginar todo lo que que ocurrió allí. Caminar entre su calles rotas, sus fachadas llenas de metralla, sus coches quemados y las cuevas que cavaron sus habitantes para protegerse del bombardeo nos hace sentir como si estuviéramos en una película de terror. Quizás los niños aún no entiendan de guerras, pero este escenario tan inquietante da mucho juego a la hora de inventar historias que capten su atención. ¿Son fans de los zombis? Belchite podría ser perfectamente un escenario al estilo The Walking Dead, un mundo a medio camino entre la vida y la muerte.
Una cama de forja, una mesilla, un palanganero y unos espejos asimétricos en la pared decoran la austera habitación de los huéspedes de la Casa Museo José Zorrilla, un palacio renacentista del siglo XVI donde el poeta pasó gran parte de su vida. Popularmente conocida como la habitación del fantasma, basta abrir su puerta para darse cuenta de que no es una estancia más. El propio Zorrilla relata en su obra Recuerdos del Tiempo Viejo que, entre estas cuatro paredes, tuvo un encuentro con el espíritu de su abuela materna doña Nicolasa cuando él tan solo tenía cinco años. La historia fue escrita hacia 1880, y aunque ha pasado mucho tiempo desde entonces, la presencia de la mujer aún se siente en la casa en diferentes manifestaciones, como espejos que se caen y cajones que se abren solos. Los trabajadores del museo lo saben muy bien. Una historia que puede transmitir temor, pero también ese amor y ternura entre abuela y nieto con el que todo niño se identifica.
Descender varios metros bajo tierra y explorar galerías donde la oscuridad lo cubre todo es una experiencia que te acelera el pulso. Una aventura que te hace ser más consciente que nunca de cada bocanada de aire que respiras, de cómo tus pies se resbalan al caminar por suelos húmedos o de cómo el eco de tu voz choca contra las estalactitas y estalagmitas que vas dejando por el camino. Sientes momentos de claustrofobia, te pones nervioso pero sigues adelante. Estás viajando a la entrañas de la Tierra, una aventura como pocas que te ofrecen cuevas como la del Soplao, en lo alto de la Sierra de Arnero. Esta antigua mina de plomo y zinc ofrece, además de la visita tradicional, una ruta de espeleología de dos horas y media. Considerada una auténtica maravilla geológica, el recorrido es sobrecogedor. Y da mucho juego para pensar en monstruos que se esconden tras la oscuridad.