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"¿Aquí nos vamos a quedar a dormir hoy?", dice mi hijo sorprendido nada más bajar del coche. Ha venido durmiendo y juraría que piensa que no se ha despertado y sigue dentro de un sueño. Cuatro carros cíngaros con llamativos colores y cada uno con su nombre y su entrada particular nos dan la bienvenida. Estamos en un entorno único, en medio de un bosque de Zeanuri (Vizcaya) rodeados de montañas y arboles. "¡Qué chulo!", exclama unos segundos más tarde mientras sale corriendo para descubrir la zona.
Atravesamos una alfombra de hojas secas para llegar a la recepción del hotel. Ahí nos espera María Torres, la responsable de explicarnos las peculiaridades de este "hotel" con ruedas. Nos da una cesta con un mapa y un frontal para tener luz en caso de que necesitemos salir del carromato en medio de la noche. Algo probable ya que los carromatos no tienen baño propio y comparten unos aseos comunes situados al lado del caserío.
"Todos los carros tienen electricidad", explica cuando atravesamos la pasarela para entrar en el nuestro. La habitación está pensada como si fuera un tren, con la cama al fondo a media altura, una pequeña mesita con taburetes a la entrada y un par de sillones. Al fondo, justo encima de la cama, una ventana redonda perfecta para que los niños espíen los alrededores. "Cuando llueve mucho parece que estas en un submarino", comenta entre risas la propietaria y creadora de este sitio, Karin Van Veen.
Esta holandesa junto a su pareja, Emmanuel Grymonpré, salieron de Suiza con la idea de montar su propia empresa y fueron ellos mismos los que diseñaron los carros y los mandaron construir; "luego el montaje fue muy sencillo", dice Karin, acostumbrada a montar cabañas encima de los árboles.
Y es que esta pareja pensó en un principio establecerse en el sur de Francia pero saltaron los Pirineos y acabaron en Cataluña construyendo un parque de aventuras. "Luego pensamos lo genial que sería que la gente pudiera dormir entre árboles y no solo pasar unas horas encima de ellos", explica, y así empezaron a construir cabañas en los árboles. Algo demasiado novedoso en España hace 12 años: "Íbamos a pedir los permisos y nos decían 'esto no existe, no se puede hacer'. Pero demostramos que sí se podía".
Más tarde, se dieron cuenta de que muchos de sus clientes venían del País Vasco y, por eso, decidieron crecer ahí, donde también han montado sus alojamientos sobre ramas. "Los carromatos se nos ocurrieron para dar colorido a una explanada muy grande que tenemos en frente del caserío. Era una buena manera de poder albergar a familias o grupos grandes en unos alojamientos poco comunes que hacen explorar el lado alegre y volver a ser niños aunque seamos adultos".
Las camas son de 2x2 y si vienen niños hay dos de los carros que esconden otra cama igual de grande en la que caben dos o tres niños más sin problema. "El espacio es un poco pequeño para cuatro personas, pero nos parece que, precisamente, estar una noche unos un poco encima de otros también es divertido", explica Karin. Además, en el caserío hay una zona común con un salón grande, columpio, chimenea, biblioteca, juegos de mesa y una pequeña cafetería.
Otra de las curiosidades es cómo llega el desayuno o la cena a la habitación: en una cesta de mimbre, que aparece en la terraza del carro, está todo lo necesario para empezar (o acabar) bien el día y sentirte un poco como caperucita roja, pero sin lobo que se coma a la abuela.
Aquí se viene a descansar y a conectar con los que tienes al lado o, como nos dice Karin, a "aprovechar la energía de la naturaleza para cargar energías. Así es como vemos que sale la gente de aquí".
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