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Hay ciudades que merecen ser vistas desde arriba y Barcelona es una de ellas. Desde el Tibidabo, la Torre de Collserola o la estatua de Colón se puede tener una perspectiva diferente de la ciudad. Pero si se quiere ver desde bien arriba, el teleférico nos sube como si fuéramos pájaros hasta 80 metros por encima del mar.
Recomiendan llegar a primer hora, unos minutos antes de que se abra el teleférico para no tener que hacer cola. La torre del puerto en la Barceloneta es el punto preferido de los turistas para hacer este paseo de ocho minutos. Pero otra buena manera de esquivar las largas filas es empezar el trayecto desde Montjuic y bajar en el trasbordador aéreo hasta el puerto. De esta manera, apenas hay que esperar unos minutos para subirse en una de las dos telecabinas que van y vienen sin descanso. Unos 50 viajes al día en invierno y hasta 75 en verano, cuando el horario se amplía hasta ajustarse a las horas de sol.
Alrededor vemos muchas familias con niños (algunos con bebés de pocos meses), parejas y grupos de amigos, la gran mayoría extranjeros. Cuando llega nuestro turno, subimos junto a otras 20 personas y buscamos un par de ventanillas que nos permitan ver ambos lados de la ciudad. Con los niños pegados al cristal empezamos a movernos y nada más salir de la torre se oye una exclamación generalizada, cada uno en su idioma, se felicita por tener ante sus ojos esta imagen de postal.
Empiezan las primeras fotos mientras sobrevolamos el puerto y divisamos los barcos que a esta distancia parecen de juguete. Cada hora unas 150 personas tienen la oportunidad de ver edificios emblemáticos como la torre Agbar o el edificio Mapfre y monumentos como la catedral, la Sagrada Familia (afilando bien la vista) o la estatua de Colón, que sobresalen sobre el resto de edificaciones.
Con capacidad para 20 personas, el teleférico fue ideado con la intención de unir dos puntos neurálgicos de la Exposición Universal de Barcelona, pero la falta de presupuesto y otros problemas hicieron que los ingenieros tuvieran que cambiar el proyecto inicial y no se pudiera inaugurar hasta 1932.
Durante la Guerra Civil se paró su actividad y se usaron sus torres como puntos de vigilancia estratégicos para luego quedar en estado de abandono hasta 1957. Ese año, un desgraciado accidente de un helicóptero estadounidense hizo que el gobierno de EE. UU. exigiera a Franco que se desmontara el teleférico o se arreglara y se pusiera en marcha. Se eligió esta última opción y unos años más tarde, en 1963, se volvía a poner en funcionamiento.
A medio camino de nuestro paseo, cuando llegamos a la torre de Jaume I, una niña pregunta a su madre si ya ha acabado con el tono de que todavía quiere más. Actualmente, en esta torre ni siquiera se para y se continúa directamente hasta la Estación Miramar en Montjuic. "La mayoría de los turistas aprovechan para subir por la mañana con el teleférico a Montjuic y pasar todo el día ahí y bajar por la tarde. Se puede visitar el Castillo de Montjuic, coger el otro teleférico o visitar el pueblo español", cuenta Inés Garre, encargada de las relaciones públicas en este medio de transporte.
A diferencia de los adultos, los niños tienen su propia visión y versión de estos 1.300 metros de recorrido. Un avión aterrizando y ver justo debajo de nosotros a unos bomberos subidos muy alto en su escalera es lo que más le ha gustado a mi hijo de 4 años, experto en fijarse en cosas que el resto ni siquiera vemos.
Después del trayecto, tomar el aperitivo en la terraza con vistas, que hay nada más llegar, completan el plan perfecto para pasar la mañana y disfrutar de una perspectiva diferente de la ciudad. Niños y padres felices, garantizado.