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Luce el sol en la playa de San Salvador. El viento es suave y el día invita a coger la tabla de surf, la vela y lanzarse al mar. En la puerta del Club Naútico de Comarruga espera Xavier Vives, listo con el traje de neopreno para enseñar a una familia a iniciarse en el emocionante mundo del windsurf.
Protegidos junto al espigón, Xavier comienza a explicar nociones básicas sobre qué es un aparejo, una botavara o una orza. Los niños atienden mirando de reojo el mar, deseando lanzarse a ese juego que siempre prometen las olas. Pero primero toca practicar sobre la arena, cada uno con su tabla y su vela, dispuestas por tamaños según la edad. La más pequeña para Hugo de 8 años, la más grande, para el padre. "Lo primero es aprender cómo izar el aparejo. Es fundamental para poder navegar", avisa Xavier.
"Con los pies uno a cada lado del mástil y las manos agarrando fuerte la driza, el truco es mantener siempre la tabla perpendicular a la dirección del viento, formando una "T" entre la vela y la tabla. De esa forma, con las piernas un poco flexionadas, izamos la vela poco a poco", detalla mientras el pequeño de la familia intenta la maniobra en la misma orilla de la playa. Una vez arriba, toca agarrar la botavara con agilidad, cruzando las manos y jugando con el peso del cuerpo y la intensidad del viento para no caer. Difícil misión para unos principiantes.
Ya en el agua, las caídas se suceden. Al igual que las risas, los chapuzones y los nuevos intentos que terminan en pequeños avances que animan a subirse una y otra vez a la tabla. Sara, de 11 años, consigue incluso navegar mar adentro. "Es un deporte muy entretenido para las familias, porque al final acaban jugando todos, echándose unas buenas risas y celebrando los triunfos", comenta Xavier, que dejó su trabajo de informático para dedicarse a su gran pasión: el mar. "Me cansé de viajes y reuniones, y decidí dar un giro de 360 grados a mi vida. Siempre había practicado vela con mi padre, y competía en windsurf. Al final hice de mi pasión mi profesión", desvela este tarraconense de El Vendrell, que ya se divertía dando clases gratis a los niños de su barrio.
Desde 2016 lleva enseñando en esta escuela fundada hace 25 años y en la que también imparten cursos de kayak, paddle surf, surf, catamarán, vela ligera o la última novedad, wingfoil, una nueva manera de deslizarse sobre el agua utilzando una cometa. "Otra de las actividades más populares entre las familias es la de navegar en velero o kayak hasta la reserva marina de La Masía Blanca -a media milla- donde los pequeños se lanzan al agua con gafas de snorkel y ven los fondos marinos", desvela Xavier, justo antes de lanzarse al agua con su tabla.
CLUB NAÚTICO COMARRUGA. Passeig Marítim, S/N. Coma-ruga, Tarragona. Tel. 977 68 01 20
Los animales son para los niños un auténtico imán. Acariciar una cabra, ver cómo come una yegua o juguetear con un jabalí son planes a los que es difícil resistirse. Si además lo haces en un entorno donde rescatan, protegen y cuidan a los animales, la visita se convierte en toda una lección de solidaridad para muchos pequeños que, a su corta edad, aún no entienden cómo alguien puede dañar o abandonar a otro ser vivo.
En Món La Bassa, una finca situada a unos 10 minutos de Comarruga, más de 300 animales conviven en un espacio donde su bienestar es la prioridad. Todos con una historia detrás que Alex Peñaranda y Laura Torrijos, dos de los 15 voluntarios del refugio, cuentan a sus visitantes cada mañana de domingo de 11 a 13:00h, único día que permiten el acceso al público. “En este santuario damos cobijo y alimento a animales que de otra manera no podrían haber sobrevivido”, explica el tarraconense.
Fue en 2007 cuando Laia Galeano comenzó a rescatar caballos y burros abandonados. “La primera de todas fue Takas, una yegua que hoy tiene 25 años y que es totalmente ciega. La podréis identificar porque tiene una mancha blanca detrás. Cuidado de no pasar por detrás, es muy asustadiza”, alerta Alex mientras recoge los 5 euros de donativo por visitante que ayudan al mantenimiento del santuario. “También tenemos dos vacas: Mari Carmen, una frisona que es muy social; y Macarena, la que tiene cuernos y algo más de nervio”, cuenta. Hay pavos reales, gallinas, dos gatos -Chinito y Casper-, ocas y varios ponis. Todos conviven pacíficamente a la sombra de grandes algarrobos.
Alex habla de Berta, una cabra que le llevó una familia que, tras comprarla para cebarla y comerla en Navidad, acabaron cogiéndola cariño y fueron incapaces de matarla; de Choni, una cría de cabra que encontraron sola unos senderistas en plena montaña; o de Pipio, un burro que cuidaba un granjero que falleció en un accidente de tractor y se quedó "huérfano". También está George, un jabalí que no puede mover las dos patas de atrás; o Greta, una cerda que llegó al refugio hace tres años cuando un conductor la encontró tirada en la carretera, tras caerse del camión que iba camino a la granja de engorde. Hoy pesa 300 kilos.
Al fondo de la finca tenemos “Cerdilandia”, anuncia Alex. “Damos cobijo a unos 150 cerdos de distintas razas: de granja, ibéricos, jabalíes, vietnamitas, mezclas… La mayoría abandonados de esos hogares que, por moda, adoptaron vietnamitas como si fueran perros, cuando este animal llega a alcanzar los 80 kilos”, lamenta el voluntario que lleva dos años en el refugio. “Esto originó una nueva especie cruzada que también acogemos. Castramos a los machos y les damos una segunda oportunidad”, explica. Además de donativos personales, reciben ayuda de productoras que donan pienso para los animales y comercios que ceden la comida que está a punto de caducar para el consumo humano.
-MÓN- LA BASSA. 43700 El Vendrell, Tarragona.
Pau Casals marcó un antes y un después en el arte de tocar el violonchelo. Considerado uno de los músicos más importantes del siglo XX, su casa de verano construida frente a la playa de San Salvador, en El Vendrell -donde nació-, permite descubrir la figura de este gran compositor que llegó a tocar ante grandes personalidades como John Fitzgerald Kennedy. Fue además un acérrimo defensor de la paz que utilizó su arma más poderosa, la música, para defender sus convicciones a favor de la libertad.
Judith Morro, de la Schola Didàctica Activa, inicia la visita por las diferentes estancias de la casa que nos transportan hasta 1910. A través de varios vídeos proyectados en las paredes es posible conocer de forma lúdica las diferentes facetas del músico. En una de las salas, una vitrina muestra el primer instrumento que tocó Pau Casals. “Su padre era carpintero y le hizo una pequeña guitarra con una calabaza y una cuerda”, cuenta la guía. Allí también se encuentran las seis suites de Bach, unas partituras rescatadas del olvido por el catalán. “A los 10 años, comienza a tocar un chelo de tres cuartos y es en Barcelona, donde estudia, cuando empieza a destacar”, desvela Judith.
La rigidez que imponía la técnica académica a la hora de tocar el chelo frenaba la expresividad natural de Pau Casals. “En su época, se tocaba de pie y con dos libros bajo los brazos para mantener la postura. Él rompe con esa norma y empieza a desarrollar un estilo propio libre de movimientos y en el que el chelo se toca sentado. Con 23 años triunfa en París junto al gran director Charles Lamoureux, dando comienzo a una brillante carrera”, relata la catalana, que prosigue con la visita.
En otra de la estancias, aparece el piano de su padre -tocaba en la iglesia- con el que el músico ejercitaba cada día sus dedos; mientras que en el dormitorio del músico, la cama donde descansaba mira directamente a ese mar Mediterráneo que tanto amaba. Hay partituras y pósters de cuándo viajaba alrededor del mundo, incluso anotaciones del músico sobre los horarios de los trenes europeos. Desde otra de las ventanas, se observa el jardín francés que construyó en 1930 en honor a su madre, gran amante de la naturaleza, que fallece un año antes.
La ampliación de la casa, la más ostentosa, es la que muestra la figura de Pau Casals como gran músico del siglo XX. Allí encontramos grandes obras de arte de su colección privada, como las pinturas murales que trajo del Palau Güell y para las que construyó una habitación a medida; o las pinturas y esculturas de artistas como Ramon Casas, Eliseu Meifrèn, Eugène Carrière, Lluïsa Vidal o Josep Clarà, entre otros muchos. Uno de los últimos chelos que tocó el compositor o el piano de la orquesta Pau Casals se exponen en la misma sala.
Llama la atención la carta escrita de puño y letra por el músico negándose a tocar en Rusia tras estallar la Segunda Guerra Mundial. Un arma de protesta que Pau Casals utilizó para defender las libertades en un momento en el que, también en España, había estallado la Guerra Civil. “Pau Casals se exilia en 1939 -primero a Prada de Conflent y después a Puerto Rico- y se pasa cinco años sin tocar el chelo ante el público, de 1945 a 1950. No es hasta el bicentenario de la muerte de Bach, en Francia, cuando vuelve a sonar su música”.
Fiel a sus convicciones, el compositor catalán ayudó económicamente a personas confinadas en campos de concentración. Sus nombres y apellidos aparecen en una lista expuesta en otra de las vitrinas, al igual que la medalla de la Paz que le otorgó la ONU a los 94 años y cuyo himno lo firma el músico tarraconense. "Sin descendencia, su tercera mujer, Marta Montañez, con la que se llevaba 60 años, es hoy la persona al frente de la fundación que gestiona el museo", cuenta Judith, que da por concluida la visita con una de las canciones más famosas del músico: 'El cant dels ocells', una partitura del siglo XVIII readaptada al chelo que pone las emociones a flor de piel.
MUSEO PAU CASALS. Av. Palfuriana, 67. Sant Salvador, El Vendrell. Tel. 977 684 276
Visitar la Ciudadela Ibérica de Calafell es una auténtica lección de historia para toda la familia. Un yacimiento arqueológico del siglo VI a.C. único en la Península Ibérica por ser el primero en reconstruirse sobre las ruinas originales con técnicas de arqueología experimental. Situada en una colina a poca distancia del mar, el historiador Manel Gómez invita a los visitantes a un viaje en el tiempo que nos lleva 2.500 años atrás, para descubrir la vida de la tribu íbera cossetana que habitaba en estas tierras.
"Fijaros bien en esa línea roja pintada sobre los muros. Identifica muy bien qué parte es la original y cuál es la reconstruida", señala este tarraconense que de pequeño jugaba en esta finca antes invadida por la vegetación. Fue durante la construcción de unas viviendas, cuando descubrieron las primeras ruinas. "La reconstrucción -que se llevó a cabo entre 1992 y 1994- parte de una hipótesis, es arqueologia experimental. No sabemos si era exactamente así, pero es como creemos que era en base a las excavaciones y estudios científicos".
La aventura comienza con el ascenso por la torre de asalto de madera, imaginando esos asedios romanos que, en este caso, no lograron tomar la ciudad con violencia, ya que antes fue abandonada por sus ocupantes. Dentro, aparece un laberinto de casas, silos, talleres, almacenes y otras dependencias recreadas de manera meticulosa que van descubriendo poco a poco la forma de vida de este fascinante pueblo prerromano.
Varias réplicas de objetos originales encontrados durante las excavaciones decoran las estancias como si estuvieras en una auténtica casa íbera. Encuentras desde ánforas de distintas formas que viajaban por el Mediterráneo llenas de aceite, vino o cerveza; a enseres y objetos hechos con cerámica negra, resultado del comercio con fenicios y griegos. Hay restos de un horno donde elaboraban el pan -entonces sin levadura- y hasta una réplica de un curioso sistema de cierre de puertas -hecho a partir de una llave encontrada- que podrían haberse usado en las casas aristócratas.
Un telar ayuda a imaginar cómo elaboraban sus vestimentas; al igual que varias réplicas de escudos, lanzas y hondas dan pistas de cómo se defendían. Objetos con los que pueden interactuar los visitantes, incluso disfrazarse, metiéndose por un momento en la piel de aquellos íberos enigmáticos. Hay réplicas de monedas, y un abecedario -ya fuera del recinto- que anima a los más pequeños a escribir su nombre. "El lenguaje íbero es todo un misterio. Sólo sabemos cómo se pronuncia, pero no su significado", desvela Manel.
Para los niños, ofrecen una amplia oferta de talleres y actividades que anuncian en su página web, además de celebrar cada verano el Festival de divulgación de la cultura de los íberos Terrá Ibérica.
CIUDADELLA IBÉRICA DE CALAFELL. C-31, km 141. Calafell, Tarragona. Tel. 977 69 46 83
Inmerso en un pequeño bosque de pinos, el Calafell Aventura Park propone una tarde llena de aventuras en sus cuatro circuitos de tirolinas. Hay para todas las edades: desde los pequeños que comienzan a caminar, a los adultos más valientes que no dudan en tirarse al vacío -con freno- desde una altura de cuatro metros. Cuatro colores -lila, verde, azul y rojo- marcan la dificultad de cada circuito, según la altura de cada niño. No hay excusa para no trepar hasta las alturas y compartir juego con la familia de seis ardillas que corretean de rama en rama.
“Lo primero es preparar la equipación y dar una pequeña charla de seguridad“, anuncia Lluís, al mando del parque. “Para los niveles altos, los mosquetones están preparados de forma que no puedes abrir uno sin haber enganchado el otro. La seguridad es primordial”. A su lado, varios niños se abrochan el casco para iniciar el recorrido azul, “el más emocionante de todos porque sale fuera del parque”, pasando junto al gran gorila que recibe al visitante en la entrada.
Tablas que se mueven, túneles por los que hay que cruzar agachado, escaleras piratas, redes suspendidas… El circuito pone a prueba la habilidad y el equilibrio de niños y mayores que, atentos a cada paso, van superando todos los obstáculos hasta llegar a la gran tirolina de 150 metros que les devuelve de nuevo al suelo a toda velocidad.
Desde lo alto, se observan los 18 hoyos del campo de minigolf tematizado con las figuras más representativas de Calafell, como su castillo medieval o su histórica barca de rescate, el Bot salvavides. También hay un Neptuno o una gran cascada que hay que superar a golpe de palo. “El campo se incluye dentro de los cuatro mejores de Europa por las diferentes dificultades que ofrecen sus hoyos”, cuenta Lluis orgulloso.
Pero aún hay más: en este mini parque de atracciones también se puede escalar en un rocódromo, subirse a un toro mecánico o hacer volteretas en sus camas elásticas. Un circuito de motos, Jeeps 4x4, pistolas láser, sillas voladoras o un Cine 5D son otras opciones que harán que los más pequeños no quieran marcharse nunca de allí. Para hacerlo todo más cómodo, no hay intercambio de dinero, todo funciona a través de una tarjeta de recarga con puntos Kongs.
'CALAFELL AVENTURE PARK'. Ctra. Estació, 2. Calafell, Tarragona. Tel. 635 24 72 09
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