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Manos infantiles y risas ruidosas llenan las mañanas de fin de semana a la orilla del embalse de Pinilla (Madrid). Sucede cada vez que un fruto rojo va a la bandeja donde recogen la cosecha. Es un paisaje único, con un espejo de agua azul como fondo. Enmarca la finca El Puente del Molino (Lozoya del Valle). Aquí, Anneleen (belga) y Jorge (español) regentan Ecos del Lozoya, un proyecto agroecológico para disfrutar en familia y para aprender pedagogía alimentaria.
Tres deditos bastan para agarrar una frambuesa con mimo, tirar de ella y que la cara de Miguel, 4 años, se ilumine al ver que la fruta cae en la palma de su mano. No da tiempo a decirle que no se la coma. En segundos la engulle, chuperretea y enseña la lengua a su madre, manchada de rojo. El niño ha cumplido con la primera norma que Jorge, el señor de Ecos del Lozoya, les ha recomendado: “Coger la planta con cuidado, si se desprende sola es que está madura. Si no lo hace, es que aún quiere estar unos días más entre las hojas para madurar. No la arranquéis”.
Es una mañana radiante al pie del embalse del Lozoya, en el pueblo de idéntico nombre y con el Pico Peñalara presidiendo el valle. Ha llovido, por eso las frambuesas, las fresas, los arándanos, las moras lucen como perlitas de colores bermellón, rojo y morado, entre sus hojas. Enganchadas entre los surcos que Anneleen y Jorge -la pareja que hace tres años reflotó la finca de los frutos rojos- pasean familias con niños, grupos de adolescentes, jubilados y discapacitados que se acercan hasta el lugar.
Cada mañana, desde junio hasta inicios de noviembre, Anneleen y Jorge reciben a los grupos que llegan. Tras la bienvenida y el reparto de bandejas de cartón, la primera instrucción es para los más enanos. Es la frase de que se recoge la fruta con tres “deditos”, suavemente, sin tirar. Otro descubrimiento para los chicos es que la fruta debería estar roja, madura. No hay que arrancar si la fresa no quiere desprenderse.
Asombran las instrucciones tan básicas, pero rápidamente se comprende lo necesarias que resultan. La mayoría son niños urbanos, llegados del asfalto de la capital, donde pasan la mayoría de su tiempo. Los padres observan satisfechos, a los abuelos se les cae la baba con los nietos atendiendo y, enseguida, las manos se disputan las cestas que se incluyen en la bandeja de cartón donde se va a recoger la cosecha.
“Los pequeños se convierten en agricultores por un día. Los frutos rojos son fáciles y deliciosos. Corren tiempos para que estos chicos aprendan y sepan de dónde vienen los alimentos y el trabajo que hay detrás de cada cosa que se llevan a la boca” cuenta Jorge, ante la atenta mirada de Anneleen. Vivieron en Bélgica, luego se trasladaron a Madrid y hace tres años, con sus criaturas ya criadas, decidieron recuperar el sueño que siempre han querido: meter las manos en la tierra, vivir en la naturaleza, cultivar.
Se conocieron en diferentes granjas de Europa, haciendo voluntariado; les encanta cultivar la tierra y devolver lo que esta les da. Como cualquier tipo responsable y con hijos, son conscientes de los importante que es la agricultura, la biodiversidad, la cultura y extensión de todo ello. “No utilizamos ni pesticidas ni fertilizantes de síntesis, por eso el Comité de Agricultura Ecológica de la Comunidad de Madrid nos ha dado el certificado”, explican orgullosos.
Mientras Jorge recibe, Anneleen pesa y cobra con una sonrisa amable. “En invierno, cuando tenemos que cerrar -porque aquí hace mucho frío y la tierra descansa- me dedico a la repostería, que me encanta. Hago tartas y mermeladas. Hay un bizcocho de arándanos con harina de almendras que me sale muy rico; y otra de chocolate y crema de cacahuete vegana, sin azúcar. Todo lo que sean tartas y bizcochos me encanta hacerlo. Y también las mermeladas”. La prueba de las mermeladas es la de frambuesa, que vende bajo su etiqueta Ecos del Lozoya. También tienen chocolate y helados, todo vinculado al comercio justo.
La finca tiene dos hectáreas, de las que una y media está dedicada a los frutos del bosque y el resto a la huerta. Es un trabajo duro y no tienen una inversión como para desperdiciar los esfuerzos. Con pesar, dedican unos mil metros cuadrados a la huerta. “Al principio abrimos la huerta también, pero es más difícil. Sin querer, la gente arranca las plantas. Se llevan la mata del tomate o de la berenjena”, cuenta Jorge con cierta penita.
Pero están dispuestos a recuperar los productos de huerta del Valle, desde la calabaza -algunas ya lucen a la venta- al calabacín, las cuatro o cinco variedades de tomates que han introducido, berenjenas, aromáticas -perejil, tomillo, romero, albahaca- y la judía verde, que hace 40 años se ofrece como producto del Lozoya en los grandes mercados mayoristas, como Legazpi. La pareja recuerda, sin quejas, lo dura que es la tierra, tan ácida, por eso tienen que tener paciencia con los experimentos. Por ejemplo, plantaron entre las aromáticas cilantro sabiendo que sería muy complicado. Y no ha salido, pero probarán más.
“Vamos a hacer miel con los dientes de león. Nos encanta, es una receta de la tierra de Anneleen y de Francia. También vamos a trabajar con el saúco. Somos los únicos agricultores recolectores del Valle de Lozoya y no tenemos invernaderos. Siempre es difícil hacer huertos cultivados en ecológico, pero así es la tierra y nos gusta” añade Jorge.
Además de vender en la finca, que está en el camino natural del Valle del Lozoya, a la altura del pueblo, sus productos también se encuentran en dos tiendas de “Espacio Orgánico”, tanto en Alcobendas como en Majadahonda. En la finca, los sábados y los domingos no hace falta reservar. Basta con ir. Eso sí, si avisas pueden organizar actividades para grupos, porque colaboran con asociaciones de discapacitados. Por ejemplo.
“Mirad, tenemos cuatro variedades de arándanos, dos de moras, frambuesa roja y amarilla… Dirigíos hacía los surcos del fondo, donde aún encontrareis frutos, estos de más arriba fueron recogidos ayer, que vinieron también muchas visitas…”. Todo lo explican con extrema amabilidad. La misma que para recordar que las bandejas primero se pesan y se pagan. ¡Pero antes de sentarte a comerlas! Hay algunas mesas para disfrutar de la degustación y para observar a los chicos, mientras tomas una bebida Eso sí, ecológica.
En el fresno que hay detrás del mostrador de Jorge y Anneleen, una frase en inglés recibe a los visitantes: “Eating is an agricultural act” -Comer es un acto agrícola- una máxima de Wendell Berry, el padre de la agricultura ecológica. Salir de la finca sabiendo que unos cuantos niños esa mañana han aprendido dónde nace lo que comen es reconfortante, además de un planazo.
ECOS DEL LOZOYA - Camino Natural s/n. Lozoya (Madrid). Tel: 605 095 662