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En Asturias, como en casi cualquier parte si así se pretende, las cosas buenas no requieren mucha complicación. Caminar entre los setos, sentir la caricia del sol que por fin se cuela entre las nubes, oler la hierba recién cortada, estirar la mano para sentir la textura de la hoja, coger un arándano y llevárnoslo a la boca. Y que todo cobre sentido. No sabemos si todos los problemas se resuelven así de fácil, pero así se hacen las cosas en ‘El Malaín’.
No es la primera vez que Emma e Inés vienen a la finca ‘El Malaín’. Ya saben cómo funciona esto. Con 10 y 11 años respectivamente han llegado desde Antromero acompañadas por unas amigas y por sus padres para jugar entre los árboles, probar arándanos y moras; para mancharse la boca, las manos y hasta la ropa, si es necesario. Han vuelto para convertirse en recolectoras de frutos rojos por un día.
Estamos en plena temporada de recogida de la mora y el arándano. En el pueblo de San Justo, en Villaviciosa, salpicado de fincas y casonas solariegas de piedra, Pablo Álvarez y Marta Serrano encontraron hace 25 años el lugar idóneo para dar un cambio de sentido a sus vidas y buscar un nuevo significado a la producción de la fruta en Asturias. Hablamos de otra manera de acercarse al campo, al mundo rural y disfrutar de los beneficios, muchas veces desconocidos, de los frutos rojos.
“El atrevimiento de la juventud, supongo”, bromea Pablo, que anteriormente se dedicaba a la publicidad. “Empezamos yendo a las tiendas a vender nuestra fruta y creían que se trataba de algo exótico que venía de muy lejos”. En aquel momento Pablo y Marta se dieron cuenta de que para mostrar que su producto era 100% asturiano debían abrir su finca al público. “Lo que empezó como una curiosidad se ha convertido en esta bola imparable”.
‘El Malaín’ es un terreno de tres hectáreas donde se cultiva frambuesa, uva espino, grosella roja, arándano, grosella negra y mora, según la época. “La temporada empieza en junio y termina en septiembre. Ahora tenemos arándanos y moras”, explica el horticultor tras el mostrador de la tienda mientras pesa, en una vieja báscula, la cesta repleta de arándanos que una pareja de madrileños acaba de traer. Sobre las paredes se muestra un catálogo con frutos típicos de Asturias y sobre el mesado de madera unas cajitas con arándanos. “Hoy ya hemos cogido algunos por si acaso”, cuenta Marta, “se avecinan dos o tres días de lluvia”.
En una vitrina se guardan las mermeladas, zumos y vinagres. Todo hecho aquí y todo hecho a mano. Sara y Julio, padres de Inés y Emma, preguntan a Pablo por las mejores zonas para recoger moras y un grupo de niños preguntan por los helados nada más llegar. Pero, ¿cómo funciona esto de ‘El Malaín’?
“Esto es autoservicio”, explica Pablo, “la gente coge una cesta, o las que necesite, sale a la finca y la llena de los frutos que ellos mismos recogen”. El precio por cada recipiente repleto de frutos, ya sea de un solo tipo o mezcla, es de 2,5 euros. Se trata de una tradición extendida en países de centro Europa como Francia o Alemania, pero no tanto en España. “No todo el mundo deja entrar a la gente en su casa”, añade Pablo.
Aunque parezca la cosa más sencilla del mundo, cada verano, época en que la finca está abierta al público, reciben más de 9.000 personas. Locales y foráneos, jóvenes y mayores, personas con problemas de salud y otras que quieren elaborar sus propias mermeladas y licores... pero sobre todo familias con niños. Los más peques exploran los pasillos de esta finca entre arbustos y árboles para descubrir un universo nuevo de sensaciones en cada visita. La felicidad guardada en un pequeño tarro de plástico. Vamos a llenar el nuestro.
“Cuando veáis un cartel que dice "Laberinto", girad a la derecha, ahí vais a encontrar arándanos a un lado, moras al otro, y grosellas negras al fondo, si siguen quedando”, explica Marta Serrano a la familia. “Ven y sírvete” es el lema de ‘El Malaín’, que entiende la recogida de fruta como una forma divertida de entrar en contacto con la naturaleza.
Emma e Inés y sus amigas Vera, Inés y Silvia, cestita en mano y entre risas, no tardan en desaparecer en esta metrópoli de avenidas de matas y arbustos. De los mismos árboles, eligen las frutas que desean comprar. Antes de cogerlas, las prueban, eso sí, “Sin abusar”, recuerda el cartel. Otros indican las diferentes zonas de recolección. Hay un sector de arándanos, que son los que más abundan, con siete variedades; otro de frambuesas, también de grosellas y de uvas espino.
En busca del fruto más dulce, recorremos la finca donde, a pesar de que en verano siempre hay gente, se puede pasear por ella como si estuvieras solo en medio del bosque. Antes, durante o después de la recolección, los niños se divierten en el laberinto de laureles o en la zona de juegos con una pradera con un par de porterías de fútbol, columpios y una casita en el árbol. Mientras, los padres esperan sentados en los bancos a la sombra de los robles. Todo rural, nada de cemento.
En medio de la naturaleza, sin ruidos ni preocupaciones. Simplemente con la misión de encontrar el fruto más maduro y sabroso. Aunque se llegue acompañado, con amigos, en familia o con niños, la recolección siempre se convierte en una actividad individual. Nada más coger la cesta y entrar en el huerto, uno se evade de todo lo que le rodea para fijarse tan solo en los pequeños detalles. Los colores, las formas, las texturas, los olores o, finalmente, los sabores. Un ejercicio de contemplación y relajación recomendable para cualquiera.
Además de por esta terapia, los frutos rojos destacan por sus múltiples propiedades beneficiosas para la salud. Según explica Álvarez, los arándanos, por ejemplo, son dulces y ricos en antioxidantes que ayudan a combatir el colesterol, a mejorar la circulación y prevenir infecciones de orina. Las frambuesas, con un punto más ácido, destacan por su alto contenido en vitamina C, como las grosellas, de sabor intenso. Las moras son más dulces y también ayudan a regular el colesterol.
Una vez terminada la recolección, las niñas, a sabiendas de lo que les espera, acuden corriendo a la tienda de ‘El Malaín’. Después de pesar la fruta, llega la hora de los helados. Artesanales, de frambuesa o arándano y elaborados por Marta y Pablo con nata, azúcar y mucha fruta. Se puede tomar en cucurucho, también artesano, o en tarrinas de medio kilo para llevar a casa. Ya hace tiempo que se han convertido en la gran atracción del lugar, donde también triunfa el vinagre de frambuesa, los zumos naturales y las mermeladas. Estas últimas, de arándano, frambuesa, grosella negra y mora, se caracterizan por su poca cocción y alto porcentaje de fruta. Otro motivo más para convertirnos aquí en recolectores por una tarde.
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