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Las oportunidades de vivir una aventura en una gran ciudad parecen pocas, a no ser que estés en medio de una película americana. Y parece más difícil aún cuando tienes que lidiar con un adolescente experto en poner los ojos en blanco y que va por la vida con la actitud de que nada puede ser más interesante que lo que aparece en su pantalla del móvil.
Pero hoy vamos a probar uno de los mejores simuladores de caída libre de Europa y tenemos la esperanza de que se olvide del WhatsApp durante al menos un par de horas y disfrute de una experiencia increíble (de las que no se pueden traducir fácilmente en una ristra de emoticonos). Una experiencia que cualquiera puede disfrutar si tiene más de cinco años.
Desde el exterior, el edificio de Madrid Fly no da ninguna pista de que albergue el mayor túnel de viento del continente, pura adrenalina. Se parece a cualquier edificio de oficinas de la zona, pero su interior es un inmenso espacio, con grandes cristaleras por las que entra la luz del sol a raudales y un espectacular protagonista: un gran tubo intergaláctico y vertical que, con la ayuda de cuatro potentes motores de avión que generan una corriente vertical de velocidad de entre 180 y 300 km/h, ha ganado por derecho propio el título de ser el mayor túnel de viento de Europa.
En él vamos a experimentar la caída libre como si nos tiráramos desde un avión o, como dice una de nuestras jóvenes acompañantes, "como si fuéramos Harry Potter y nos diéramos un paseo en una Nimbus 2000, pero sin la magia". Algo de magia sí que hay, aunque Fernando Alonso, responsable de Eventos Corporativos y de Comunicación de Madrid Fly, nos aclara que esta sensación no tiene nada que ver con el vuelo del famoso mago: "La magia es que hemos conseguido recrear la sensación de caída libre con una excepción, que es el vértigo".
De lo que también están muy orgullosos es de que se trata de tecnología 100 % española. "En vez de comprar la tecnología fuera a grandes cadenas estadounidenses, decidimos hacer un desarrollo propio de I+D. Ahora lo que estamos haciendo es vender nuestra tecnología al extranjero". Y no solo eso: también aprovechan las tripas del túnel para explicar términos físicos como la aerodinámica o las leyes de Newton a los alumnos de los colegios que les visitan.
El día de nuestra visita tuvimos la suerte de que la patrulla acrobática del Ejército del Aire estaba utilizando el túnel para entrenar y entender en la práctica las explicaciones técnicas de Alonso. Tres monitores van guiando individualmente a cada miembro de la patrulla, ayudándoles a estabilizarse y corrigiendo sus posturas. "En el fondo lo que están haciendo es exactamente lo mismo que harán cuando salten desde un avión a 4.000 metros. Todas las sensaciones son las mismas, menos la altura y el nudo en el estómago. De hecho, cada entrada al túnel equivale a un salto en paracaídas", nos aclara uno de los instructores.
Lo tienen todo pensado para que la espera al túnel no se haga muy pesada. En el mismo gran espacio se encuentra el 'Bar Fly', un restaurante-cafetería, con mesas desde las que nos podemos sentar a ver a los demás practicar el vuelo indoor,mientras nos tomamos un café, picoteamos unas tapas o disfrutamos de un cóctel. También cuentan con una terraza con vistas al túnel acristalado. Los más pequeños corretean y se tiran en los grandes cojines que hay dispersos por el espacio o juegan a hacerse fotos en un photobooth temático.
Después de rellenar unas fichas de autorización, pasamos al vestuario donde dejamos nuestras pertenencias en unas taquillas numeradas y nos colocamos el mono de vuelo. Ya habíamos leído en la página web que es recomendable llevar para esta actividad ropa cómoda y unos zapatos que se ajusten bien (atados mejor, para que no decidan salir volando por su cuenta). El mono que nos entregan es como los de los paracaidistas, de un color rojo vivo y con un enorme velcro en el centro. Además, los pantalones llevan bridas para evitar que la fuerza del viento los descoloquen.
Después del mono, nos entregan una redecilla para sujetar el pelo, lo que provoca un pequeño bufido en Julia, que no decepciona con su pose de adolescente muerta de vergüenza, y unas risas entre los demás: "El mundo me va a adorar con este gorro...", comenta por su parte Silvia, de 10 años y a punto de estallar de la emoción. También, como medida de protección, unas gafas y un casco.
Por fin la cosa parece ponerse seria y comenzamos a sentir las mariposas en el estómago. Pero antes hay que asistir a la clase teórica. Los niños que van a entrar en el simulador y unos cuantos adultos estamos listos para escuchar con mucha atención al instructor que nos han asignado. Se llama Ze Miguel Abreu, es portugués y, por lo que nos han chivado, uno de los más experimentados haciendo acrobacias, algo que nos ha prometido demostrar al finalizar nuestro vuelo.
En un aula teórica, equipada con una gran pantalla y una mesa con una extraña colchoneta, Ze nos explica que lo más importante es que no nos pongamos nerviosos y tratemos de disfrutarla con calma. Él va a estar en todo momento con nosotros, corrigiendo nuestros movimientos y dándonos pistas para sacarle más partido a nuestro vuelo indoor.
Lo primero que hay que controlar es la postura. Como somos principiantes, no podemos hacer ninguna virguería y tenemos que mantener la posición básica de vuelo. Ze se sube a la colchoneta boca abajo y levanta las piernas y las manos para enseñarnos cómo tenemos que doblarlas exactamente. Nos han comentado que a esta postura se la conoce con el nombre de belly y que lo más importante es mantenerla estable. "Imaginad que tenéis un balón en vuestras manos", nos dice Ze mientras adopta la posición en cuestión.
Dentro del túnel hay muchísimo ruido, por lo que es obligatorio el uso de tapones, lo que hará casi imposible entender lo que nos diga. "Por ello, os voy a explicar unas señas secretas" –las palabras secretas generan entusiasmo entre los menores de edad, que tienen pinta de no haber jugado jamás al mus–. Se trata de un conjunto de signos muy sencillos,para que entendamos sus instrucciones cuando tengamos que doblar más las piernas, estirarlas un poco, levantar la barbilla… "Pero el truco más importante es mantener la postura", insiste.
Como nos ha comentado nuestro instructor, cada salto tiene una duración aproximadamente de dos minutos y medio. Y en todo momento, durante cada segundo, él va a estar pendiente de nosotros para ayudarnos a corregir la postura y a ganar en estabilidad. Y si somos buenos, al final habrá un regalo. ¿Qué será, será...?
En la sala de espera, sentados en unos bancos apoyados en la cristalera, podemos notar el viento que generan los motores del túnel. Afortunadamente el ruido no, pues ya nos hemos colocado los tapones. En una cabina anexa, vemos al técnico que maneja toda la tecnología, preparado para recibir las señales de nuestro instructor.
Ze nos comenta que cuando nos acerquemos a la puerta del túnel nos tenemos que dejar caer (exacto, como cuando saltas desde un avión) y él nos ayudará a colocarnos en la posición belly. La primera de nuestro grupo en probarlo es Silvia, apenas treinta kilos de peso y una energía que no puede contener. Está tan excitada que lleva aporreando el banco los últimos cinco minutos. Una excitación que crece cuando nuestro instructor le ayuda a entrar en el túnel y la sujeta para conseguir estabilizar su postura. Desde fuera no parece tan fácil. Las piernas se le van todo el rato y se desequilibra, pero Ze no la suelta ni un momento y ella parece estar disfrutando como nunca. La expresión de su cara es pura magia, no precisamente del tipo de Harry Potter. "Se me estaba saliendo la baba todo el rato", comenta más tarde entre risas.
La siguiente en entrar es Julia, que parece algo reticente al principio, pero consigue estabilizar el vuelo y salir del túnel tras unos dos minutos y las ganas de volver a repetir. "Ha sido increíble. ¿Lo estaba haciendo mal?", nos pregunta por señas. Le aseguramos que no, para nada, pero mantener la postura estable frente a 170 km/h de aire no parece tan sencillo.
Y es que se trata de un deporte muy físico, donde lo que prima es la coordinación. "Huimos de la definición de deporte extremo. Lo podemos comparar, por la preparación física y la coordinación, con el ballet clásico. Porque todo aquí es combinación. El movimiento de una mano más rápido que el de la otra puede hacer que te caigas o que subas más alto", asegura Fernando Alonso.
Uno a uno todos los miembros del grupo pasamos por el túnel y Ze ejerce de guardián protector, aunque siempre que puede nos suelta para que disfrutemos de esa sensación de libertad absoluta. Efectivamente, es como te imaginas que se sienten los paracaidistas cuando saltan desde el avión. Aunque, vale, seamos sinceros, apenas nos levantamos un par de metros del suelo.
Hay segunda ronda y, como nos habían prometido, va con regalo por portarnos bien. La más pequeña vuelve a ser la primera en entrar y de la mano de Ze consigue estabilizarse durante unos segundos. Es entonces cuando el monitor la rodea con un brazo desde el lateral y comienzan a girar los dos hasta que ascienden varios metros, hasta la parte más alta del túnel y muy por encima de nuestras cabezas. Con un pequeño movimiento de la pierna de Ze, vuelven a bajar y repiten la subida una vez más. Si pudiéramos oír algo, seguro que escuchábamos sus carcajadas.
Todos tenemos derecho a regalo, aunque algunos con más mariposas en el estómago que otros. "Se me ha puesto el estómago hecho un nudo", reconoce Julia al finalizar la experiencia. ¿Volverías a repetir?, le preguntamos. "Por supuesto que sí". De hecho, la única crítica que le hace a la experiencia es que se le ha hecho "muy, pero que muy corta" (spoiler: en los dos días siguientes se quejará de unas tremendas agujetas en los brazos).
Lo mismo estamos siendo testigos del nacimiento de una afición y preguntamos si en Madrid Fly hay espacio para evolucionar y cursos para especializarse. Los hay. Los más pequeños, entre 5 y 12 años, pueden apuntarse a la Flying Academy: un programa semanal con entrenamientos de 90 minutos para aprender distintas posiciones de vuelto: "Desde el básico, que es el belly, hasta el más avanzado, que se conoce como head down (cabeza abajo)", nos cuentan. También hay cursos específicos para mayores. "Depende del nivel que tengas y el nivel al que quieras evolucionar. Por ejemplo, los jueves tenemos un curso para mujeres voladoras. También tenemos un afterwork, que lo hemos orientado para que la gente venga a volar y luego se tome una copa. Y además, hay empresas muy específicas orientadas a la aviación y a la aerodinámica, como la Agencia Espacial Europea, que tienen su propio club de vuelo y vienen cada dos jueves".
Son instalaciones cien por cien accesibles, equipadas para el acceso de personas con discapacidad. Fernando Alonso apunta a que cooperan con programas de responsabilidad corporativa para traer a personas con distintas discapacidades a practicar este tipo de vuelos indoor. "Hemos colaborado con asociaciones de niños que tienen cáncer, por ejemplo, y hemos visto que la sensación y la reacción que provoca en los niños poder volar a nivel psicológico es fantástica, aunque no tenemos ningún estudio".
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