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"Bienvenidos". Quien habla es Chorche, un señor grande, fuerte, de voz rotunda, y aunque estemos en el frío invierno, él viste su uniforme de manga corta. "Ya me perdonaréis algún error, porque no he estudiado Historia, ni Turismo, ni Bellas Artes, ni tenía previsto convertirme en guía de museo. Yo he sido bombero toda mi vida, desde hace más de 30 años; y aunque ahora ya no salgo a apagar fuegos, os puedo enseñar todo lo que aquí guardamos", explica.
El personal del Museo del Fuego son bomberos. Personas que han actuado en todo tipo de servicios a la ciudadanía, desde sofocar incendios o rescatar a accidentados de tráfico hasta mover peligrosos panales de abejas o recuperar gatitos de los más recónditos lugares. Muchas de estas faenas requieren de estupenda condición física, algo que todos perdemos con la edad "hasta los bomberos, por eso a partir de los 55 años tenemos que reubicarnos en otros servicios, y a mí me ha tocado ser una pieza del museo, y guiaros en esta visita. Algo que hago con mucho gusto".
En realidad nos acompaña él, y también su compañero Eduardo, otro veterano. Con ambos vamos a recorrer este museo que ocupa lo que fue un viejo convento del siglo XVI, cuyo claustro, los sótanos y algunas dependencias monacales hoy acogen esta fantástica colección de objetos relacionados con el oficio de bomberos: "¡Un oficio muy antiguo! El mismo romano que fundó Zaragoza hace 2.000 años, César Augusto, fue el primer jefe de bomberos en Roma. Creó el cuerpo de vigiles, o sea vigilantes en latín, que recorrían de noche la ciudad para comprobar que no había fuegos peligrosos".
Ante el busto del emperador, las maquetas que dan la bienvenida a los visitantes y la cálida acogida de los bomberos, cualquiera está preparado para la visita. Y más aún los peques. Los niños disfrutan de lo lindo viendo los grandes camiones rojos, las escaleras, las mangueras... todo les encanta. Pero sobre todo les impresiona recibir las indicaciones precisas de estos profesionales. Más aún cuando los van poniendo a prueba y les dicen: "Todos podemos ser bomberos. Cualquiera que apague un fuego se convierte en bombero. Os vamos a enseñar a manejar un extintor, por si hace falta que un día lo uséis". Esa no es más que una de las recomendaciones que aderezan el recorrido, porque el carácter formativo y preventivo durante la visita es constante. "¿Quién sabe cómo apagar el fuego de una sartén con aceite en llamas?", o "¿Qué es más peligroso: el fuego o el humo?".
Niños y también mayores están muy atentos a todas esas indicaciones, incluso al atravesar el llamado Túnel del Fuego. En él, varias pantallas muestran el comportamiento variable de las llamas según el combustible o las condiciones. Algo que los bomberos deben conocer a la perfección, y por ello hacen arriesgadas prácticas con fuego real, como se contempla en los vídeos de esta parte del museo.
En ese momento son ellos los que reciben las preguntas. Los niños ya están fascinados por el tema y les acribillan con las cuestiones más dispares. "¿Cuánto mide la escalera más alta de un camión?", "¿Cuánto pesa un traje de bombero?", "¿Cuál ha sido el peor incendio de Zaragoza?".
Y para todo hay una respuesta que deja boquiabiertos a los visitantes. "En Zaragoza tenemos una escalera que sube 50 metros, ¡tiene hasta ascensor!". "Un traje completo pesa 22 kilos, y hay que sumar herramientas como el hacha o la fuerza que hay que hacer con las lanzas de las mangueras". "El peor incendio en la ciudad, o al menos el más conocido, se produjo muy cerca de aquí, a menos 200 metros en línea recta. Fue en el 'Hotel Corona de Aragón', en 1979. Hoy en día está reconstruido y se llama Meliá Innside Zaragoza".
Aquella tragedia vuelve a salir en el recorrido. Fue un punto y aparte en la historia de los bomberos de Zaragoza, ya que se vio la necesidad de dotarlos de medios y formación para los muchos tipos de trabajos que acometen. También son expertos en gases peligrosos y tienen que hacer rescates acuáticos, por eso entre su flota de vehículos poseen embarcaciones para navegar por el Ebro o el Canal Imperial. Hasta tienen sus propios médicos y enfermeros.
"Tenemos que especializarnos", cuenta Eduardo, "y para cada servicio necesitamos los trajes y las herramientas apropiadas". Eso se aprecia en la exposición que hay en las salas abovedadas del viejo convento. Ahí convive el material antiguo y el moderno. "Fijaos qué máscaras de cuero llevaban los viejos bomberos, ¡ellos sí que eran héroes!". La verdad es que antaño estos servidores públicos vestían trajes inflamables, acudían a los incendios con escaleras de madera y tenían que bombear a mano el agua para las mangueras. Sin duda lo mejor de su equipamiento era el valor que aportaban.
Ocurre lo mismo con los actuales, que siguen poniendo su experiencia y audacia al servicio de la comunidad. Y también su pasión, como cuentan charlando junto a los antiguos vehículos aparcados en el claustro. Camiones que hicieron miles de kilómetros por la ciudad, no solo para actuar en grandes tragedias, también para solucionar episodios más cotidianos como recuperar alguna serpiente huida o atender a personas mayores desvalidas. "Todo es importante. Y ese es nuestro trabajo. Así que… ya hemos acabado la visita. Esperamos que os haya gustado".
Por supuesto que nos ha gustado. Pero no ha acabado. Entonces aparece un tercer bombero, Meti, y con su enorme sonrisa nos recomienda entrar a una pequeña exposición temporal. Se trata de una selección de dibujos hechos por Rafa Marrón, médico de urgencias del Hospital Miguel Servet. Un médico que aprovecha los pocos descansos que le ha brindado la pandemia para plasmar de forma artística su visión del COVID-19. Meti nos invita a recorrer esta parte del museo: "Nos gusta mucho montar exposiciones temporales, y ahora no podía ser otra cosa que del dichoso coronavirus. Pero tranquilos, ya queda poco de este rollo". Si lo dice un bombero, ¡habrá que hacerle caso!
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