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RECORRIDO: De Muñorrodero (Val de San Vicente) a Puertas de Vidiago.
20,9 km por la N-634
Se trata de un buen punto de partida por su situación. A las orillas del Nansa, la cruza la CA-181 que lleva a El Soplao y está a 2,5 km de la N-634, columna vertebral de este camino sobre cuatro ruedas. Es un pueblo llano –una rareza en la zona– besado por el agua, de donde parte una estupenda ruta fluvial, que uno se topa en el paseo hasta las orillas, tras dejar las maletas en la 'Posada Muño'.
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El amanecer y el desayuno servido en el patio por las hijas de Amalia, la fundadora de la posada, –tirando del sobao y las corbatas, un clásico de la zona– el yogur y la fruta, ponen las pilas para empezar la jornada al más pintado. Verde, mucho verde lo inunda todo, junto con el campanario de la iglesia pegada a la posada. Al fondo, paredes cubiertas de eucalipto y avellanos que se pierden en el río y campos de maizales. En la carretera, peregrinos del Camino de Santiago que agradecen la suave temperatura. (Aviso, los días lluviosos la carretera tiene más actividad porque son clásicos para visitar El Soplao).
A 2,2 km de Muñorrodero, aún en la CA-181, el Nansa se abre para parir a la Tina Menor. Aparcar al pie del puente, cerca del antiguo 'Hotel Venecia' –todo rural vintage– y contemplar las familias de patos que avanzan entre los juncales y las barcas. ¿La corriente sube o baja? Si en el puente hay varios pescadores, casi seguro será subiendo. Es el mejor momento para pescar, sin ánimo para debatir con los técnicos del cebo y las corrientes. Los paisanos del 'Bar La Barca' (el 'bar de Luismi' para los locales) son excelentes informadores, da igual que seas peregrino sobre ruedas o sobre pies.
Satisfechas las primeras necesidades fotográficas y los "¡qué bonito!" sobre el Puente de la Barca, la incorporación a la N-634 es cuestión de metros. Camino a Prellezo, en dirección a San Vicente de la Barquera. Son 8,2 kilómetros a este pueblito de carreteras por los altos para perderte, más allá de la playa de Berellín o playa Barnejo para los locales. Los "ohhh" o "ahhh" del viajero obligan a parar en la campa, que en julio y agosto aloja un parking. Los móviles queman en las manos, lugar para marcarse el primer selfie de la jornada. Las formaciones kársticas sobre este arenal con forma de lengua, con una puerta labrada en la roca para entrever el Cantábrico, justifican el autorretrato. Si la marea está alta, la playa es chica, pero la belleza enorme.
Prellezo goza de la peculiaridad de que sus prados más altos, los que miran al mar y ofrecen el espectáculo, están llenos de terrazas que hace siglos albergaron viñedos. En el centro del pueblo, el 'Mesón Quintana' –de los de toda la vida– ofrece el aperitivo digno y el menú del día, durante todo el año. La tapa está asegurada.
De vuelta a la N-634 con el mar y los prados húmedos clavados en la espalda, dirección Los Tánagos y Pesués, hacia la poco conocida playa de El Sable (8,9 km). Hay que desviarse a la derecha, enfrente del local del polígono industrial rotulado como Meroni. No hay ninguna otra indicación que avise de que a través de ese desvío, se accede al corazón de la Tina Menor, la desembocadura del río Nansa.
Se puede entrar con el coche casi hasta el pie de la playa, pero conviene aparcar a la derecha, en una zona habilitada, porque una parte del camino se cubre con las mareas altas y las piedras están descarnadas. Esta balsa o tina maravillosa –más si se accede a ella con marea alta– está rodeada por la sierra de Jerra y los acantilados cortados a cuchillo bien afilado. En el corazón de esta piscina natural, paraíso de moluscos, peces y aves, con la brisa moviendo el agua en retirada, da para capturar el momento y almacenarlo para mindfulness. De hecho, algunas yoguis de la zona llegan al Sable a meditar.
El tamaño de este embalse natural permite un baño con la familia al completo, incluidas las mascotas. De aguas tranquilas, excepto en el curso del Nansa, que sale al mar pegado al acantilado y que en marea alta da respeto. En bajamar, permite asomarse a las rocas del fondo, que esconden una cueva algo más profunda que las que rodean el resto de la tina.
Con el sabor del salitre de El Sable, de vuelta a la ya muy amiga N-634, dirección Los Tánagos y Pechón, hasta llegar a Pimiango. Son 11,8 kilómetros al tomar el desvío a Pechón por la CA-380 para poder disfrutar de las dos Tinas, la Menor desde arriba. Atravesamos Pechón –en verano, mejor ni pararse– y bajamos al fondo verde y azul de la Tina Mayor, con las casas de pescadores del pueblo de Bustio enfrente. A sus puertas aún se puede ver a hombres y mujeres cosiendo las redes.
En la rotonda donde acaba la carretera, la N-634 ha cedido su antiguo trazado a uno de los lados de la autovía, dirección Oviedo, unos pocos kilómetros. Nada más encarar la carretera, un cartel advierte de que acabas de entrar en el Principado de Asturias. A siete kilómetros, en la salida de la 277, está indicada la Cueva de El Pindal, una de las catedrales de la Prehistoria. Aún no tiene reproducción, se visita sin aditamentos artificiales (no se sabe durante cuánto tiempo) y tanto los caballos como bisontes y el mamut allí dibujados, trasladan inmediatamente a las primeras páginas de nuestros libros de arte. Las paredes que chorrean agua y musgo ayudan. Para visitar El Pindal –Patrimonio de la Humanidad– hay que solicitar cita, pero si la tarea resulta complicada en agosto, conviene no rendirse. No por la cueva en sí, que también, pues solo pensar que era hogar del hombre hace la friolera de 22.000 años produce mareos. Es que su entorno lo merece.
Situada en la cavidad que se cuelga sobre un acantilado estrecho, el Cantábrico ruge o suspira –depende de su ánimo– como le apetece ese día. El recuerdo de aquellos hombres de las cavernas, que con armas de chiste luchaban contra semejante tierra, emociona. Un paseo por el bosque de encinas que circunvala la cueva guía los pasos hasta las ruinas del Monasterio cisterciense de Santa María de Tina, por debajo de la ermita de San Emeterio. Es un lugar rodeado de sombras con rayos de luz que se cuelan entre las ramas de las encinas, utilizado en el rodaje de El Abuelo. En la entrada al bosque, hay un centro de información inaugurado no hace mucho.
De regreso a la carretera, en el camino hacia Pimiango se levanta una estructura de dudoso gusto, solo disculpable por la belleza del lugar para el que se ha elevado: es el mirador de El Picu Cañón, un sitio para reafirmarse en los privilegios del camino elegido. Los Picos de Europa al fondo, con el coloso Naranjo de Bulnes y los cabos al mar de la costa cantábrica, si el día es despejado.
De Pimiango a Buelna, 8,1 kilómetros entrando y saliendo de la A-8, porque la N-634 ya no se entrega con facilidad a la autovía. Buelna, además de un par de casas preciosas para ver, sus espaldas dispuestas para disfrutar del mar y pistas que bajan a prados y playa, tiene un secreto genial: El Cobijeru. La Cueva del Cobijero, una pequeña playa interior, bufones y vistas, además de vacas que han dejado embarrado el camino si ha llovido. Todo el esfuerzo del escaso kilómetro que separa Buelna de su cobijo merece la pena, más si hay marea alta y los bufones respiran.
Aparcando al pie de Buelna (en la misma acera de la N-634), cerca de una magnífica casa indiana y una iglesia, el camino andando está marcado. La experiencia de darse otro chapuzón en las pozas que forma el Cantábrico al entrar a través de rocas tan calizas, mientras chorrean agua las paredes que cercan la piscina natural, hace época. Trepar a la parte alta del "puente", sobre alguna huella de dinosaurio visible para quienes disfrutan de imaginación y pasión por aquellos bichitos, transmite la sensación de que se ha cumplido con el esfuerzo físico del día. La vista sobre el mar, los cabos escarpados y el anuncio de que el sol comienza a ponerse, rematan la escena.
El colmo, si uno espera a la marea alta oirá respirar por los bufones a esos monstruos maravillosos que esconde el mar. Imagínalos como quieras, son sus entrañas.
Este último tramo son 4,4 km por la N-634. Vidiago es un lugar interesante para cerrar una jornada a caballo entre las fuerzas de la naturaleza y la lucha del hombre para vivirla, e incluso domesticarla. La cena en 'Casa Poli' resarce ampliamente del ajetreo del día. Como no aceptan reservas, al mediodía en fin de semana o verano es más complicado, pero de noche es más sencillo.
Un paseo por la parte alta del pueblo vuelve a ofrecer la belleza de los cabos rocosos y alguna sorpresa, como los bufones de Arenillas, a los que hay que ir a la mañana siguiente.
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