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RECORRIDO: De Nueva a la Cuevona de Cueves.
17,6 km por AS-263.
Comenzar el día con un empujón de media hora sobre esas cuatro ruedas, que aliadas con una vieja nacional tanto ofrecen, es un aperitivo de una jornada más corta en un lugar que se merece una estancia muy calmosa. Además, conviene iniciar el regreso a casa sin agotamientos y después de un banquete bien ganado, como broche a tres días sensoriales.
CUADERNO DE VIAJE: CONSEJOS | DORMIR Y COMER | COMPRAS | SELFIES | PLAYLIST
Entrar con el coche en una cueva es una pasada. El trayecto de 300 metros está iluminado y las formaciones kársticas, estalactitas, estalagmitas coladas y columnas, además de las altas bóvedas, convencen al viajero del coche a revisitarla como peatón. Es un lugar especial.
La gran caverna fue durante siglos la única entrada al pueblito de Cuevas del Agua (Ribadesella). El tren hacía más fácil la comunicación y, aún hoy, es utilizado por los vecinos y los turistas, más bien montañeros o peregrinos.
Atolondrados aún por la entrada a la aldea, el paseo por sus calles lleva al visitante maduro a pensar que en realidad su coche era el del científico Doc saltando al pasado y está a punto de toparse con el bisabuelo de Marty McFly. Para otra generación es una puerta tan hermosa como la del armario de Narnia o un lugar alrededor Hogwarts, el cole de Harry Potter. Los hórreos bien conservados; las casas con sus ristras de maíz en las solanas; las vacas que pacen entre los picos y el Sella, al pie del tren, son de otro mundo. Una estación de Renfe que se abre a un pequeño valle, donde los Picos de Europa tratan de tú a tú al paseante, llevan a los visitantes a flipar en colores, como murmuran "los mochileros" que regresan hacia la cueva para salir del lugar encantado.
Por el contrario, el viajero sobre las cuatro ruedas sí puede tomarse un café en el hotel, bar y restaurante 'Cuevas del Mar', para asimilar dónde ha entrado. Después, con el ánimo recompuesto, lanzarse por las calles estrechas y llegar hasta el fondo del valle. No hay cámara ni móvil capaz de captar todo eso, pero sí las nubes modelo telaraña, que se enganchan en los picos y humedecen el pequeño valle.
Acabado el deambular por el lugar, si es posible con calma porque lo merece, a la intención y el tiempo del viajero queda el intento de visitar la cueva de Tito Bustillo, a la puerta de Ribadesella.
Fijada la panorámica en las retinas y repletos de recuerdos que ya almacena nuestro neocórtex, la aventura merece un final feliz. El restaurante 'Arbidel', en Ribadesella, suele ser una elección interesante para ayudar a fijar tanto recuerdo.
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