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No importa que esté en mitad de la selva grabando un programa o en una cafetería en el centro de Madrid, siempre recuerda su tierra y Pantín, la pequeña aldea en la que se crió. El terruño tira y Paula reconoce que la morriña le asalta cuando menos se lo espera.
No es para menos, Galicia es un gran destino turístico y a la vez una gran desconocida. Todos han oído hablar de nuestra gastronomía, nuestro clima, nuestros paisajes… Pero solo si vas puedes dormir con edredón en agosto, respirar por las mañanas una mezcla de eucalipto y salitre, desayunar café de pota, escuchar leyendas de pescadores de camino a la lonja de Cedeira o dejarte agasajar por platos y bandejas rebosantes, no importa lo humilde que sea el lugar. ¡Madre mía, podría no parar nunca!. Quiero mucho a mi tierra.
Siempre hemos veraneado en Pantín, en la costa Ártabra -entre las rías altas y las rías bajas-. En la playa de mi aldea se celebran los campeonatos mundiales de surf masculinos y femeninos. En mi memoria guardo recuerdos como el olor a caldo, al pan de bolla, hasta a xurro, la bosta de las vacas, un olor a priori desagradable para mucha gente, pero conozco a pocos gallegos que no les guste.
Todos los veranos fueron maravillosos porque cada verano sucedía algo nuevo. En cada uno de ellos escribí capítulos imborrables en mi vida. Como el primer beso, jugar en una aldea, las fiestas del pueblo, las sardiñadas, mis abuelas, la playa, aquella leche que me di en bicicleta… Eso sí que es un recuerdo imborrable en mis rodillas.
En los 80 todo era más precario y más rural, sobre todo por la incomunicación. Ahora, gracias a las infraestructuras y a la tecnología, estamos más comunicados con el resto del mundo, pero no hemos perdido la esencia de ser aldeanos. Algo que me ha acompañado siempre.
Es un paisaje espectacular. El territorio se fue amoldando a lo largo de los siglos a las personas que viven en él y el resultado es un patrimonio rico en naturaleza, cultura y sociedad. Puedes hacer un verdadero viaje al interior de la tierra en un espacio que se elevó hace miles de años y en el que te encuentras los acantilados más altos de la Europa Continental (Herbeira), castillos medievales como Moeche o Narahío, o una playa de arenas negras no volcánicas dónde perderte para disfrutar de las olas y del paisaje.
Los gallegos son luchadores, siempre bregando con el clima, el cultivo, el ganado, la mar… Son mujeres y hombres duros e íntegros.
Mira, te va a dar igual, lo vas a terminar haciendo todo porque al final quedas a comer con unos amigos y la comida siempre termina con un paseo por la playa, por la montaña o por el pueblo. Si te descuidas terminas haciendo surf.
He viajado mucho sola y cuando he viajado acompañada ha sido con equipos grandes, en grandes producciones. La verdad es que soy muy disfrutona, me adapto a todo y es raro que cuando viajo sola, esté sola.
¡No quiero! (risas).
¡Sí! En Pantín, disfrutando de un atardecer precioso, no podéis dejar de visitar el restaurante ‘O’Castro’ (O Castro, 1). La comida de Nuria es excelente, pero el entorno y la familia que te recibe… ¡eso no tiene precio!
Si sus anfitriones le han puesto cariño se nota en cada detalle, por pequeño que sea, pero es verdad que un buen colchón, unos buenos cojines y una buena lencería, sábanas y toallas, me fascinan. Si, además, se come bien, es muy probable que vuelva y que lo haga más de una vez.
Sin lugar a dudas, en ‘A Quinta da Auga’ (Paseo da Amaia, 23B), de la cadena Relais and Chateaux, en Santiago de Compostela.
Yo diría que Álvaro Cunqueiro, Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán o Torrente Ballester. Sería difícil elegir a uno solo. Antes de viajar a cualquier punto de la península me gusta comprar una guía de viaje en la que anoto fechas, anécdotas, lugares... Me gusta conservarlas y, con el tiempo, repasarlas y rememorar los momentos vividos.
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