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En Santiago de Compostela, 150 es el número de días que hay de lluvia al año. Eso quiere decir que hay muchos años en los que se rozan los 200. Aunque a quien viene de fuera pueda resultarle molesto, los que somos de la ciudad lo llevamos con bastante tranquilidad, como los sorianos el frío o los cordobeses el calor. No es solo que aprendamos a convivir con ello desde pequeños. Es, sencillamente, que desarrollamos la capacidad de verle el lado positivo, de hacerlo parte de nuestra forma de ser y de crear alternativas de ocio para esas jornadas que, en ocasiones, ocupan dos tercios del año y que aparecen cuando menos te lo esperas.
Santiago se muestra en todo su esplendor en un atardecer lluvioso. Ahí es cuando muestra todo su encanto, ese carácter único que la distingue. Así que, si tienes pensado visitar la ciudad fuera de los meses de verano, no te desanimes por la previsión meteorológica y sigue estas pistas para disfrutar la ciudad como un compostelano más.
Pocas cosas se agradecen más en un día de lluvia que entrar en un local agradable, quitarte el abrigo húmedo y tomártelo con calma. Sentarse junto a la ventana del 'El Muelle' (Senra, 6), que lleva ahí desde 1934, pedir un café y mirar al mundo tras la lluvia que corre por la cristalera es lo que por aquí a veces definimos como compostelanear.
Puedes hacerlo en otros lugares como el 'Blu Café' (Caldeirería, 49), el 'Café Literarios' (Quintana de Vivos, 1) o en la mesa junto a la ventana del 'Suso' (Vilar, 65), espacios frecuentados por la clientela local que se distribuyen por todo el casco antiguo. La idea es siempre la misma: reconfortarse con una bebida caliente, charlar, encontrarse con gente, dejar que la vida pase ahí fuera y volver luego a las calles para seguir la ruta.
Esta es una ciudad pensada para la lluvia, con la que ha aprendido a llevarse bien. Por todo el centro histórico encontrarás edificios y plazas porticadas que ponen mucho más fácil lo de disfrutar del paseo, incluso cuando las condiciones atmosféricas se empeñan en hacerlo un poco más complicado.
Una buena idea es empezar por la Rúa do Vilar, que en su tiempo fue la arteria comercial más importante y el lugar de encuentro de los compostelanos. Aún hoy, es una de esas calles que esconden locales con encanto como Espadela (Vilar, 68), la tienda especializada en artesanía de países de la lusofonía, en la que puedes encontrar una chaqueta tejida a mano en Mozambique, un collar traído de Goa o un grabado de algún artista de Lisboa.
Un poco más allá, vale la pena que pares en la Sombrerería Iglesias (Vilar, 34), con 110 años de historia y esa atmósfera de otra época que ya cuesta encontrar. En la vecina Rúa Nova, una parada siempre interesante es Merlín e Familia (Nova, 8-10), especializada en diseño y cerámica. Es el sitio perfecto para comprar un grabado de alguno de los rincones mágicos de la ciudad histórica o una pieza única, obra de algún artesano local.
Si vienes entre octubre y fin de año, es muy posible que en algunas esquinas de la parte vieja te encuentres con los castañeros y con sus característicos puestos móviles con forma de locomotora antigua. Pocas cosas hay más santiaguesas que comprarse un cucurucho de castañas asadas y metértelo en el bolsillo del abrigo para calentarte las manos mientras las vas comiendo sin prisa. Al final, ya lo ves, todo aquí va a otro ritmo. Las cosas se disfrutan con calma.
La del Obradoiro es, seguramente, una de las plazas más conocidas de España. Y, aún así, guarda sus secretos, rincones que los locales conocen, pero que a los visitantes muchas veces se les escapan. Es lo que ocurre con los soportales del Pazo de Raxoi, el actual ayuntamiento, que al amanecer o durante la noche tienen una atmósfera única, al márgen de la plaza. O con el rectorado de la universidad, en el Pazo de San Xerome, con su espectacular portada y su patio cuajado de recuerdos históricos.
Ocurre también, si te asomas desde la plaza a la iglesia de San Fructuoso, que parece coronada por los palos de la baraja española (bastos, copas, espadas y oros). En realidad son las representaciones de la fortaleza, la templanza, la justicia y la prudencia, las cuatro virtudes cardinales del catolicismo, pero lo cierto es que la estampa resulta muy curiosa.
Pero si hay un rincón que deslumbra, ese es el Hostal dos Reis Católicos, el espectacular hospital renacentista que hoy pertenece a Paradores. Vale la pena entrar, aunque solamente sea para tomar un café, y preguntar si es posible visitar la capilla y los patios. No siempre están abiertos, pero se organizan visitas guiadas y, además, con frecuencia acogen conciertos, conferencias o exposiciones. Son uno de esos lugares en los que el tiempo parece haberse detenido hace siglos.
“Santiago vive un momento gastronómico dulce”. Quien lo afirma es Diego Vecino, fundador junto a César Mirás de Viños Vivos (Tránsito da Mercé, 4), una tienda abierta junto al Arco de Mazarelos, la puerta medieval por la que entraban a la ciudad los vinos del Ulla y de O Ribeiro. “La oferta de vinos es muy buena, mejor, quizás, que en ciudades más grandes. No sólo es que sea sólida”, continúa Diego, “es que veo a los locales muy comprometidos. En general está creciendo la cultura del vino en la ciudad, con profesionales jóvenes muy formados”.
Si la cultura alrededor del mundo del vino crece es, también, gracias a proyectos como el suyo, que apuesta por la importación directa y por la venta de referencias que se salen de lo habitual y hacen que este pequeño espacio sea lugar de encuentro de profesionales y amantes del vino llegados de toda Galicia, e incluso de más allá. “Cuando abrimos, el cliente eran los restaurantes gastronómicos y los bares de vinos. Al ir creciendo, crecimos también con el público doméstico, el no profesional, que antes era mucho más conservador y hoy busca más el tipo de vinos que trabajamos”, termina.
Apenas a 200 metros desde Viños Vivos -en Santiago nada está muy lejos- se encuentra la zona del Distrito Altamira, el nombre de una asociación de comerciantes de estas calles que, en los últimos años, se ha visto inmersa en una reinvención gastronómica que ha ido más allá de los restaurantes. Un buen ejemplo es el puesto de David Sueiro dentro del mercado. David es el responsable de Galo Celta, una empresa que cría aves en libertad en un bosque autóctono -a 20 minutos de Santiago- y que surte a algunos de los mejores restaurantes de España.
“Estar en la plaza de abastos nos permitió seguir con la actividad comercial incluso durante los momentos más complicados de la pandemia”, defiende David. “Casi todos los cocineros vienen a diario por el mercado: Marcelo (Tejedor; 'Casa Marcelo'; 2 Soles Guía Repsol), Lucía (Freitas; 'A Tafona'), nuestros amigos de 'Abastos' (Iago Pazos y Marcos Cerqueiro; 'Abastos 2.0'), Tomás (Rubio; 'A Viaxe'; Recomendado Guía Repsol)... Pero no sólo ellos. La tienda nos da visibilidad también de cara al visitante a la ciudad y al cocinero de fuera que visita Galicia”.
Este espacio, en el lugar por el que toda la ciudad -visitantes y locales- pasa, permite a David y a Patricia Lorenzo, su pareja, “cerrar el círculo. Hacemos el despiece a mano, escapamos del uso de plásticos. Nos faltaba un punto físico de encuentro con el cliente. Y ese es el espíritu del mercado”.
Olvídate de hojaldres industriales rellenos con tomate frito y poco atún. La empanada es otra cosa. Una cosa que aquí, en Santiago de Compostela, se toma muy en serio. No tienes más que acercarte al escaparate de 'Victoria' (Hórreo, 53), un colmado de toda la vida que trae a diario empanadas de distintas comarcas, para disfrutar de los diferentes estilos y sorprenderte con su diversidad.
Aunque, si no quieres complicarte en la cocina, aquí tienes una pequeña guía de algunas de las mejores empanadas de restaurante de la ciudad: empieza, por ejemplo, por 'La Radio de Pepe Solla' (praza de San Fiz de Solovio, 2; Recomendado por Guía Repsol). Las empanadas de este cocinero son famosas -y con razón- desde hace décadas. Además, desde aquí sólo tendrás que moverte unos metros para probar las de 'Abastos 2.0' (Ameas, 13-18; Recomendado por Guía Repsol), ya sea la versión tradicional, que suelen ofrecer como tapa de cortesía, o su célebre empanada abierta del pescado del día.
Sin moverte del barrio, puedes optar por la versión de alta cocina de la empanada de maíz que Lucía Freitas ofrece en su restaurante 'A Tafona' (Virxe da Cerca, 7; 2 Soles Guía Repsol), toda una sorpresa; o, unos pasos más allá, ya en el barrio de San Pedro, probar las empanadas que Alén Tarrío sirve en su 'Pampín Bar' (Fontiñas, 4; Recomendado por Guía Repsol), un canto a los sabores de las casas de comidas de antaño.
Aún hay más. No te vayas sin probar la empanada de maíz de la cocinera Ana Portals en su restaurante 'Solleiros' (praza de Mazarelos, 18), porque ese es el auténtico sabor de las rías. Y si quieres acabar volviendo a la tradición, dos pistas más: 'A Noiesa' (Franco, 40), en plena subida a la catedral de Santiago; o 'O Ferro' (Sempre en Galiza, 1) que, sí, está un poco lejos, pero está tan buena que merece el desvío. Y así ves el Santiago que hay más allá de la ciudad vieja.
La capital del Xacobeo es conocida por su patrimonio histórico, por eso mucha gente no se detiene a explorar su faceta más contemporánea. Y es una lástima, porque hay bastantes cosas interesantes en las que sumergirse. El Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC) deslumbra ya desde fuera con sus volúmenes limpios, proyectados por el arquitecto Álvaro Siza. Una vez dentro, las propias salas, que suelen acoger exposiciones interesantes, son una obra de arte en sí mismas, espacios únicos capaces de crear atmósferas hipnóticas.
No mucha gente sabe que en la praza do Toural, en el meollo del centro histórico, está la Fundación Eugenio Granell, un pequeño museo dedicado a la vida y obra de este pintor surrealista nacido en A Coruña y criado en Santiago de Compostela. Granell se exilió durante cuatro décadas en las que vivió en Francia, Guatemala, República Dominicana y Nueva York, lo que hizo que se codease con artistas como Marcel Duchamp, Wifredo Lam o el escritor Juan Ramón Jiménez, y su obra, que donó a la ciudad al fallecer, se impregnase de un estilo único.
El paseo puede seguir por la Fundación Abanca (praza de Cervantes, 19), una de las salas de exposiciones más activas de la ciudad, o por galerías especializadas en arte contemporáneo como Trinta (Virxe da Cerca, 24) o la diminuta Cuarto Pexigo (Ameas, casetas 3-4), un reducto para la fotografía y la ilustración en el que es fácil encontrar algo que llevarse a casa.
"Mientras Vigo trabaja y A Coruña pasea, Santiago reza". Eso afirma el dicho. Y eso ha permitido que, a lo largo de la historia, la ciudad se fuese llenando de iglesias. De edificios medievales a la arquitectura del cemento, hay un templo para cada gusto en Santiago y, más allá del credo de cada uno, son el lugar perfecto para cobijarse un día de lluvia, empaparse de compostelanismo y descubrir que son mucho más que lugares para rezar y constituyen, en realidad, un auténtico museo de la historia de la arquitectura.
Podemos empezar por la capilla de A Corticela que, aunque hoy está integrada en la catedral, sigue siendo una parroquia aparte y es, además, el único templo de la ciudad que aún conserva su traza prerrománica. Desde aquí a San Paio de Antealtares hay apenas un puñado de pasos. Y la iglesia, discreta por fuera, sorprende por su esplendor barroco. Por ella se entra al pequeño Museo de Arte Sacro y, si tienes suerte, podrás asistir a una de las misas cantadas o a un ensayo de las monjas de clausura, que cantan desde detrás de la reja.
As Ánimas, con toda la sobriedad del neoclásico; San Bieito, con sus pinturas murales; San Martiño Pinario, con su escala monumental y ese delirio que son los retablos barrocos. Los compostelanos nos criamos buscando los ángeles con gafas de la iglesia de Santa María Salomé -una pista: están en uno de los retablos que se ubican, según entras, a la izquierda-. Santa María do Camiño, San Fiz de Solovio, O Pilar, Santa Susana, Santa Clara, O Carme de Abaixo, San Roque, A Pastoriza, San Agostiño, San Domingos de Bonaval, San Miguel dos Agros, la iglesia de la universidad… Una gran variedad de edificios religiosos que bien merecen una ruta planificada.
Lo habrás visto mil veces en imagen, pero ten la seguridad de que verlo allí, en persona, no es lo mismo. Vale la pena comprar la entrada, hacer cola si fuera preciso -aunque fuera de temporada alta no es lo común- y deslumbrarse ante esa maravilla con más de 800 años de historia. Lo primero que llama la atención es la intensidad de sus colores, recuperados tras la restauración. Luego, poco a poco, el ojo va descubriendo detalles y personajes del Pórtico de la Gloria. Hay apóstoles y profetas; un Árbol de Jesé que trepa por una columna de mármol como una hiedra; unos músicos que parecen a punto de ponerse a tocar.
Hay ángeles y demonios, pecadores en el infierno condenados para siempre a tratar de comerse una empanada como castigo a su gula; un profeta Daniel que sonríe, las malas lenguas afirmaban que mirando a la Reina de Saba, a quién, por si acaso, se dice que en algún momento del siglo XIX los responsables de la catedral le limaron el pecho. Y del otro lado, mirando hacia el altar, el Maestro Mateo, el autor de aquel despliegue increíble, a quien la tradición popular bautizó como O Santo dos Croques y contra cuya cabeza los peregrinos pegaban su frente -por eso sus rizos están gastados-, a ver si les transmitía algo de su sabiduría.
Es uno de los conjuntos escultóricos más impresionantes de la transición del románico al gótico, un espacio único que te recomendamos complementar con la visita al Pazo de Xelmírez, al lado de la catedral, donde podrás descubrir su influencia en la escultura de los siglos siguientes. Y, si buscas, verás que aquí también hay una empanada en piedra. Es una obsesión que tenemos desde hace siglos.
No puedes irte de la ciudad sin hacer una ronda por sus bares y tabernas. Pueden ser de los de toda la vida o más actuales, pero siguen preservando esa atmósfera característica que va pasando de generación en generación. Entre los clásicos está la 'Viñoteca Ventosela' (Raíña, 28), un gran sitio para probar vinos gallegos por copas y acompañarlos con una tosta de rixóns (chicharrones) y queso fundido. En esta línea, con la atmósfera de las taberna de siempre, 'A Tasquiña de San Pedro' (Cruz de San Pedro, 2) nunca defrauda, como tampoco lo hacen 'Casas Chico' (Casas Reais, 23), ubicada en una antigua ferretería del siglo XIX, o 'A Gamela' (Oliveira, 5; Solete Guía Repsol), un local pequeño en una calleja aún más pequeña, famoso por sus chacinas leonesas y por el ambiente, siempre animado.
Si lo que buscas es algo más actual, tampoco te van a faltar opciones. El 'Café de Altamira' (Ameas, 9) es un sitio perfecto para tomarse un primer vino. Quizás decidas luego quedarte e ir curioseando en su carta. La recién inaugurada 'Entreportas' (Troia, 4) es un local contemporáneo, con puerta a dos calles, ubicado en el espacio de una de aquellas viejas tabernas históricas de la ciudad. Es el Santiago que se reinventa sin perder su esencia. 'Madia Leva' (Rodrigo de Padrón, 2) es uno de esos sitios frecuentados por los amantes de los vinos interesantes, que disfrutan también con la cocina de Vera y Federico, su mano derecha.
Por terminar donde empezamos, en la Rúa do Vilar, 'Comovino' (Vilar, 47), un espacio en el que Miguel te guiará por vinos diferentes y Manuel te convencerá, con su cocina, de que pidas algo de picar para acompañarlos. No es una mala forma de acabar una tarde de lluvia en Santiago de Compostela.
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