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No hay nada más satisfactorio que terminar una visita cultural a una institución de renombre que hacer una paradita en la tienda del establecimiento. Llevarse a casa el catálogo de la exposición de ese artista inmortal por la que has estado en la cola durante un par de horas y que se puede revisitar en casa las veces que se desee; admirar el cuadro favorito cada vez que se abre la nevera o regalar una camiseta difícil de encontrar en tiendas convencionales. Todo hay que decirlo. Salvo en las pequeñas boutiques multimarca o en los talleres artesanales, actualmente es muy difícil encontrar un recuerdo diferente y sorprendente por la globalización, causante de que se encuentran las mismas tiendas en todas las grandes ciudades.
Aunque se encuentran limitadas por el espacio, para las propias instituciones, tener una tienda supone dar otro tipo de servicio y sumar puntos positivos a su imagen, pero la tienda de un organismo de peso es una gran responsabilidad porque no solo depende de los metros disponibles, también de los fondos de la institución y del público que los visitan. "El edificio Sabatini del Reina Sofía tiene más de un millón y medio de visitantes, mientras que el Monasterio de las Descalzas tiene alrededor de 50.000. Eso afecta al tamaño de la tienda, claro –argumenta José María Moreno, responsable de ventas de Palacios & Museos–. La tienda no solo depende de su ubicación dentro del edificio, también de los iconos artísticos y del atractivo que conserve el museo. El Reina Sofía sin Picasso, Miró o Dalí no tendría las mismas visitas. El Arqueológico, por ejemplo, necesita las exposiciones temporales para mantener el nivel de visitantes".
Las tiendas, como contenedores en sí, están limitadas por el entorno arquitectónico donde se ubican y concebidas de forma neutra. "Lo normal es que el mobiliario y la decoración sea un soporte bonito y equilibrado para resaltar el producto personalizado, que es la auténtica atracción del espacio", recalca José María. Y es lógico, teniendo en cuenta que la mercancía que ofrecen se caracteriza por su diseño y exclusividad. "Contamos con historiadores y diseñadores que seleccionan las obras, piensan en el producto y dónde se va a reproducir. Tenemos proveedores que materializan una idea en un objeto que se puede vender. Además, contamos con compradores profesionales que conocen el mercado y buscan productos ya fabricados que entonan bien con cada espacio".
Y la oferta se está diversificando a conciencia, con objetos útiles para el día a día (desde botellas para el agua hasta fundas para el móvil), moda y accesorios (desde la básica camiseta hasta joyería de autor), gastronomía (vino, chocolate, mermeladas…), decoración (reproducciones de cuadros a diversos tamaños, cojines, vidrio…). Por supuesto, los lápices y postales siguen siendo perseguidas por el fan de los artículos de papelería. Al igual que ocurre con los catálogos, porque como apunta José María "hay mucha mitomanía con los artistas y sus obras".
Algo mucho más destacable cuando se celebra una exposición dedicada a un nombre mundialmente reconocido. "Crear producto para una exposición temporal es igual que para la colección permanente –apostilla José María–, salvo que la temporal tiene un timing muy justo, tanto en preparación como en duración de la venta, y eso hace medir mucho más las tiradas, los precios de venta o el tipo de objeto". Y hay que correr porque vuelan. Aunque son poco conocidas por los propios madrileños, estas boutiques resultan perfectas a la hora de comprar un regalo original y diferente. Pero ojo, para no tener que pasar por taquilla, lo mejor es acudir a esas horas (normalmente de 18 a 20 h.) en las que no se cobra entrada.
La tienda del Real Jardín Botánico es ese lugar donde puedes comprar la esencia de los rincones del Empordá en tarros de fragancia y delantales de algodón orgánico, botijos de Angost y mermeladas de Vicente Todolí. Pero también semillas, bulbos y libros de instrucciones para principiantes si la visita les estimula el espíritu jardinero y publicaciones más técnicas si son más expertos. Esta boutique, en la que las publicaciones del fondo Mutis ocupan un lugar imporante, integra también una cafetería donde durante este verano se puede degustar un picnic elabarado por Jesús Sánchez, el chef de 'El Cenador de Amós' (3 Soles Guía Repsol).
Aunque la visita al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía es mucho más que recomendable, no es obligatoria para curiosear en su tienda, ya que cuentan con accesos independientes. Una vez dentro, los diseños llamativos y actuales pondrán muy difícil al visitante no acabar cayendo en comprar algún capricho, y las bandejas de porcelana Limoges y los cojines Jules Pau, son solo un ejemplo. En un establecimiento donde el Guernica de Picasso, es el rey indiscutible, tampoco faltan originales artilugios inspirados en Miró o Dalí. Ni tampoco objetos que van más allá, como las reinterpretaciones de máscaras africanas y los abanicos y yoyós inspirados en el dadaísmo ruso.
El museo más grande y prestigioso de Madrid debe tener una tienda a la altura. Y vaya sí la tiene. Todos los productos a la venta en la tienda del Museo del Prado son "objetos culturales", osea, basados en una obra de arte. Pero eso no se traduce en aburridas postales, la camiseta del Caballero de la mano en el pecho del Greco y el playmobil de Durero son prueba de ello. Los artículos que reposan en sus estanterías y vitrinas son apetecibles para visitantes de culturas diversas y diferentes presupuestos, pero todos ellos, con mucho estilo y una calidad indiscutible.
El Museo Arqueológico Nacional, MAN desde 2014, cuenta con un espacio diáfano y luminoso para que el visitante culmine su experiencia llevándose un recuerdo. Los artículos relacionados con la Egipto, la Dama de Elche o las réplicas romanas son los más vendidos, pero la tienda también cuenta con un rincón de lectura en el que aprenderás que ya existían recetas en la prehistoria, y que los niños pueden ser fans de la arqueología. Entre otras muchas, muchas cosas.