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Aguas color esmeralda, árboles tropicales, una cascada y una intensa vida submarina son características de una playa que parece sacada de otras latitudes. Pero pertenecen a las de Maro, un precioso pueblito blanco a las afueras de Nerja y que posee el litoral mejor conservado de toda la provincia de Málaga. Las calas que lo componen forman parte del Paraje Natural Acantilados de Maro-Cerro Gordo y, por eso, aún permanecen prácticamente intactas. Ofrecen rincones cada vez menos solitarios, pero están aún alejadas de la gran presión turística de buena parte de la Costa del Sol. Por eso, aunque quizás tras estos meses haya ganas de contacto personal, son un buen lugar para quienes sigan optando por la tranquilidad junto al mar.
Una de las playas más atractivas es, sin duda, la de El Cañuelo. Está en el límite con la provincia de Granada y sus accesos están limitados. Tanto, que se debe dejar el coche junto a la carretera y descender un kilómetro y medio de camino hasta su arena. El esfuerzo merece la pena, aunque, eso sí, hay que reservar fuerzas para la vuelta, ya que el trayecto tiene una pendiente considerable.
En la zona hay otras muchas calas, que se pueden conocer gracias a aplicaciones como Google Maps y entre las que se pueden ir ahora eligiendo aquellas a las que volveremos más pronto que tarde. Todas tienen zonas de aparcamientos junto a la carretera y senderos para descender hasta ellas, ejercicio físico que vendrá bien tras el encierro. Eso sí, muchas de estas rutas tienen un camino bien escarpado, como ocurre en la cala de la Torre del Pino o la cala de Las Alberquillas, justo las anteriores a la de El Cañuelo. Nadie dijo que llegar al paraíso fuera fácil. Tampoco imposible. Paciencia.
La Costa del Sol oriental, esa que va desde Málaga capital hasta Nerja, ofrece una versión diferente a la occidental. Hay menos ladrillo y hormigón, menos masificación y más posibilidades de encontrar playas familiares, relajadas y con chiringuitos a precios locales. Uno de esos lugares es Almayate, pedanía de Vélez-Málaga donde las tierras de labor y huertas aún llegan prácticamente a tocar las aguas mediterráneas. Y donde hay restaurantes como 'El Hornillero', que sirven lo mismo jureles a la brasa que tortilla de guisantes bajo una enorme palapa. Hay sabores que no se olvidan por muchas semanas que hayamos pasado en casa.
El sabor rural, el original, es el principal atractivo de los más de tres kilómetros de playa donde hay zonas para todos los gustos: unas más tranquilas, otras más animadas y algún rincón naturista. Chiringuitos con frituras y pescados locales, ensaladas salpicadas de muchas de las frutas tropicales que se cultivan en la zona y un mar generalmente pausado nos hacen, sin duda, soñar con volver.
Hay quien la critica por su saturación turística, por su ajetreo, por quienes ponen la música alta o quienes juegan a las palas y te salpican de arena. Todo puede ser cierto, pero tras esta primavera rara, ¿no apetece un poco de contacto humano, de sacar esa empatía que teníamos guardada en el cajón, de celebrar la vida? Solo por eso merece la pena darse un chapuzón en La Malagueta, la playa urbana de la capital malagueña por antonomasia. Una de sus ventajas, además, es que se encuentra apenas a un paseo de 15 minutos del centro. Nada mejor que caminar Málaga.
Y, más allá de la arena, también hay otras muchas razones. Los chiringuitos con pescaíto frito y espetos son una de las más potentes, pero también su cercanía al Muelle Uno –apenas hay que cruzar un par de calles para llegar hasta él– donde encontrar una amplia oferta de ocio y restauración. De hecho, ahí mismo está el restaurante 'José Carlos García' (2 Soles Guía Repsol), al que tanto se echa de menos estos días. El aroma salino, los sabores de la cocina del chef y el atardecer desde las terrazas del muelle son las guindas definitivas para desear volver a La Malagueta.
Hubo un día en el que la naturaleza llegaba hasta la arena, las dunas eran parte del paisaje y la vista se perdía más allá del horizonte. Hoy Marbella es muy diferente, tiene un cinturón de hormigón junto a la inmensa mayoría de playas y apenas existen rincones que no estén colonizados por el turismo. Aún así, existen pequeñas victorias ecologistas que permiten visitar lugares que han conseguido mantener cierto nivel de conservación. Por eso a la playa de Cabopino es otro de los lugares a los que siempre retornaremos, da igual antes o después de visitar 'El Lago' (1 Sol Guía Repsol).
El acceso se realiza por pasarelas de madera, una rareza en la Costa del Sol que devuelve a los orígenes. La vegetación cubre algunas de las únicas dunas que se preservan en el litoral malagueño. Su arena fina hace el resto. Aquí no hay ruido de coches y sí la posibilidad de encontrar zonas de especial tranquilidad. El sitio es también un buen lugar para los amantes del surf. Sobre todo, entre el puerto deportivo y el primer espigón, donde las largas olas permiten practicar cabriolas y dejarse llevar: sentir el vértigo de cabalgarlas nos hará, sin duda, volver.
Otra playa a la que volver es la de Los Álamos, en Torremolinos. Kilómetro y medio de un ancho arenal, que a veces se acerca a los cien metros. En este pedacito de Mediterráneo hay espacio para todo y, especialmente, para una amplia variedad de beach clubs en los que disfrutar de las olas con sesiones de música electrónica y cócteles.
El abanico es bastante variado: la zona más oriental es más tranquila y la más occidental acumula mayor número de chiringuitos y restaurantes. Esta es una de las playas con ambiente más juvenil de toda Málaga y la preferida por miles de turistas que se alojan en los hoteles torremolinenses. Tras acumular muchas ganas de darlo todo, Los Álamos es el lugar al que iremos. Para comer, apuntamos dos recomendaciones cercanas. A un paso, 'Frutos' . A dos, 'Especia', ubicado en el 'Parador de Golf', en Málaga. Ambos son Recomendados por Guía Repsol.
Este es uno de los barrios marineros con más personalidad de Málaga. Su historia está ligada a jábegas, sardinas, redes marineras, hombres de mar. Hoy aún quedan muchas de sus huellas junto a unas playas que llegan, en algunos casos, hasta prácticamente la puerta de las viejas casas de pescadores. Regresar a su arena es sinónimo de bullicio, jarana y olor a pescaíto frito. De tomar una ensaladilla rusa de 'Juanito Juan', un espeto de sardinas en 'El Zagal' o unos calamaritos en el restaurante 'Gabi'. O las exquisiteces que Javier Hernández prepara en 'Candado Golf' (Recomendado por Guía Repsol).
Pero en estas playas hay muchos motivos más para acercarse. Entre ellos, las tardes eternas al sol en 'La Casita' o los paseos sobre el agua a bordo de un kayak o una tabla de paddle surf para mirar Málaga desde el mar.
A partir de su proyecto Jardín de la Costa del Sol, Estepona ha sido uno de los municipios que más crecimiento turístico ha vivido en los últimos años. Más de un centenar de calles peatonalizadas y adornadas con más de 10.000 macetas han atraído a quienes buscan los lujos del litoral malagueño pero con los encantos de los pueblos que un día eran todas sus localidades. Y 23 kilómetros de playas son la guinda ideal para, de paso, olvidar aquel mal episodio del tobogán que se pasó de innovador.
Una de las playas menos conocidas es la playa del Arroyo de las Cañas, en la zona más al este de Estepona y ya muy cerca del límite con Marbella. Está escondida entre urbanizaciones, su conexión con la autovía no es cómoda y probablemente no sea la más bonita de la zona. Sin embargo, rezuma tranquilidad, sus aguas están limpias y alrededor hay negocios que invitan a practicar paddle surf o kayak con tranquilidad. Además, en ella se encuentra el chiringuito 'Sonora', uno de los más atractivos de toda la Costa del Sol y donde se puede pasar todo el día desde el desayuno hasta la madrugada. También hay conciertos. Y, aunque bailar sea una de esas alegrías que nos podamos dar en casa, pensar en hacerlo con música en directo y sobre la arena junto al mar es el motivo principal por el que volver a esta playa esteponera.
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