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A Palma de Mallorca le sobran los argumentos para ser una referencia del turismo a nivel europeo. Un clima excepcional durante gran parte del año, cultura a raudales en una de las ciudades con más historia del país y una oferta gastronómica para todos forman un conjunto irresistible para un verano de ensueño. Las opciones parecen inacabables…
Pasear y contemplar edificios icónicos como la La Seu, que continúa ampliando su patrimonio desde el siglo XIV, la Lonja gótica, el Palacio Real de la Almudaina o llegar hasta el castillo de Bellver; dedicar un día a degustar los restaurantes y terrazas que pueblan el centro de la ciudad, con propuestas económicas de cocina de autor, o visitar algunos de los museos más interesantes del archipiélago como el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo Es Baluard o la Fundación Pilar y Joan Miró. Como apunte para una jornada inolvidable, es conveniente acercarse hasta el barrio de Portitxol para contemplar una de las puestas de sol más bonitas de toda la isla.
El litoral de Santanyí es uno de los más codiciados de Mallorca para disfrutar de una jornada de sol y playa. Aquí se distribuyen varias calas donde las aguas turquesas y limpias son una constante, como poder realizar el mejor selfie del verano durante tu estancia en la isla.
Las hay para todos los gustos: de arena fina o rocas; en las que puedes andar decenas de metros sin que el agua suba de la cintura o con profundidad a escasos pasos de la playa; abiertas al Mediterráneo o circundadas por rocas… Lo que es común a todas ellas es la recomendación de levantarse temprano para poder hacerte con un hueco en el arenal, ya que su popularidad en redes sociales las han convertido en las más codiciadas.
Con la historia que corresponde a la antigua capital de Mallorca, Alcúdia se muestra al mundo como una de las ciudades más antiguas de las Islas Baleares. Por aquí han pasado fenicios, griegos y romanos -de quienes aún se conservan restos del antiguo anfiteatro, el foro o las residencias de cuando a la ciudad se la conocía como Pollentia-, siendo objetivo de ataques de piratas durante siglos hasta la conquista cristiana del territorio. A este periodo corresponde la muralla de la localidad, sin duda uno de los mejores lugares para tener una imagen panorámica del pueblo y su entorno.
Sus playas también son motivo de peregrinaje del turismo mallorquín, contando con varios kilómetros de arenal entre los que destacan la propia playa de Alcúdia y otras como la de Muro, Can Picafort o cala San Vicente. En cuanto a sus virtudes gastronómicas, aquí se ubica uno de los mejores restaurantes de toda la isla: ‘Maca de Castro’ (3 Soles Guía Repsol). La chef mallorquina ejerce de embajadora de los sabores más identificativos del este de Mallorca a través del paladar con platos como la llampuga a la parrilla con pera limonera, la cigala al punto con hierbas y mantequilla de oveja o la raya con espardeñas al laurel y confit. Un despliegue de técnica absoluta y producto de calidad que garantiza conocer el valor gastronómico del territorio.
En el extremo oriental de la isla se sitúa la icónica localidad de Capdepera, uno de esos tesoros no tan conocidos de las Baleares. Aquí se combinan algunas de las mejores playas de todo Mallorca (cala Rajada, cala Mesquida, Font de sa Cala y Canyamel) con el legado histórico de una zona en permanente alerta por su ubicación estratégica. Prueba de ello son el castillo de Capdepera, construido por orden de Jaume II, o la Torre de Canyamel, de origen musulmán, muestra de que las disputas por el territorio preceisaban de fortificaciones por parte de sus pobladores.
Hoy en día y con el pueblo como uno de los destinos turísticos más solicitados de la isla, lo cierto es que caminar por sus inclinadas calles empedradas resulta de lo más agradable. Su oferta gastronómica ha situado a Capdepera como una de las paradas favoritas del turismo foodie en Mallorca y no es para menos, ya que cuenta con restaurantes de alta cocina, como ‘Voro’ (2 Soles Guía Repsol), en los que se desarrolla un discurso gastronómico que se hunde en las raíces del territorio tanto como el patrimonio que lo rodea.
Pegado al mar y manteniendo la tradición mallorquina más esencial, Pollença es uno de esos pueblos en los que se ha sabido integrar el turismo que recibe la isla con el día a día de los vecinos. La tranquilidad que se percibe nada más llegar al municipio contrasta con su pasado como tierra de Templarios y donde los piratas ponían el foco para sus fechorías. Como testigo de los primeros destaca El Calvario, una enorme escalinata que corona la colina que fue propiedad de la orden y en la que se ahorcaba a aquellos que no cumplían con sus designios. En el montículo también se ubican los Jardines de Joan March y el Museo de Pollença, con obras de artistas internacionales y una interesante sección de prehistoria.
La localidad de Puerto Pollença, con Vora Mar, al final del paseo marítimo, como zona más auténtica, cuenta con una buena cantidad de alojamientos coquetos y restaurantes junto a la playa. La oferta gastronómica es tan variada como el origen de sus comensales, con sabores italianos en ‘Casa Vila di Mare’ o ‘Celler El Molí’, con predilección por arroces y carnes. Una de las mejores combinaciones para disfrutar del sol mediterráneo sin salir de los arenales de Pollença.
Sóller se descubre como una pequeña joya modernista en la montaña mallorquina. La mejor forma de llegar hasta esta delegación del art nouveau francés es hacerlo desde el tren que parte de Palma, atravesando los campos de cultivo y culminando en la estación de la localidad, que hace las veces de museo con sus salas dedicadas a Joan Miró y Pablo Picasso. Ya apeados del ferrocarril, el primer destino ineludible es la plaza de la Constitución, con la iglesia de San Bartolomé y el edificio del Banco de Sóller como foco de todas las miradas. Desde aquí se puede comenzar el itinerario por sus calles, en las que las casas de indianos y sus hermosos jardines van asomando en cada esquina.
Mención especial merece el museo modernista de Can Prunera, donde se atisban las diferencias entre la corriente modernista que impera en Sóller con respecto al catalán y sus exposiciones acercan la obra de, entre otros, Joan Miró, Toulouse Lautrec o Paul Klee. Tras la visita, no hay que dejar escapar la oportunidad de probar las tartas del ‘Café Scholl’ o comprar alguna delicia en ‘Colmado la Luna’ antes de poner rumbo a Son Sang, el cementerio del municipio, en el que los elementos decorativos fúnebres también siguen esa línea de arte modernista.
Inserto en plena Sierra de Tramuntana, el camino hacia Valldemossa muestra cómo la recoleta isla de Mallorca ofrece paisajes antagónicos con apenas unos kilómetros de distancia. Los olivares que rodean la localidad anticipan que se trata de un pueblo en el que la tranquilidad y el modo de vida de antaño aún perduran, un ritmo pausado que, unido a las virtudes de su clima, han atraído durante siglos a personajes ilustres. Sancho I, nieto del fundador de Mallorca Jaime I de Aragón; Frédéric Chopin y la escritora George Sand, cuya experiencia en la isla quedó plasmada en Un invierno en Mallorca; Rubén Darío, o Azorín han sido algunos de los huéspedes del gran icono arquitectónico de Valldemossa: la Cartuja. Aunque estas calles empedradas han seguido atrayendo a artistas durante las últimas décadas, con especial mención para Coll Bardolet, cuya fundación cultural tiene sede en el municipio.
Paseando entre las casas señoriales de Valldemossa o sus agrestes alrededores, uno entiende el por qué de esta elección. Naturaleza, historia y la calma propia del rural mallorquín se conjugan en armonía en este rincón de la sierra. Además, a este destino de slow travel se suma una cara gastro que promete satisfacer todos los paladares, como en su día hicieron con otros insignes. Cada pocos pasos se pueden degustar especialidades como la coca de patata -receta típica del pueblo y cuya mejor versión se encuentra en la panadería ‘Ca’n Molinas’-, un delicioso arròs brut o una pieza de porcella (cochinillo). En caso de querer alargar la escapada, el pueblo también cuenta con un buen puñado de hoteles aptos para todos los bolsillos, convirtiéndose en el campo base ideal para tomar cualquiera de las rutas de senderismo que cruzan las montañas.
Como si de una escalera se tratase, los bancales de Banyalbufar conducen la mirada directamente desde la colina sobre la que se distribuye el pueblo hacia las aguas mediterráneas. Con esta imagen recibe la localidad a los turistas que se acercan a conocer su encanto, que no se limita a este sistema de cultivo originario de los tiempos de población musulmana en la zona. Su colección de edificios históricos como la iglesia de Santa María (siglo XVII) y la casa de la Baronia se aúnan con sus calles empedradas y plazuelas en las que pararse a descansar y dejarse imbuir por su esencia particular.
Apenas unos minutos bastan para llegar hasta la cala y puerto de Banyalbufar por el conocido como el Camí d’es Molí. Se trata de una de las zonas más especiales de todo el pueblo por sus aguas claras en las que disfrutar de una buena jornada de snorkel, eso sí, hay que llevar el calzado adecuado ya que se trata de una playa de rocas.
Al igual que otras localidades al este de Mallorca, Artá se ha visto condicionada a lo largo de su historia por los frecuentes ataques de piratería, condicionando su estructura y dejando un buen puñado de estructuras defensivas. La gran muralla que rodea el cerro de Sant Salvador y su fortaleza, del siglo XVI, son el mejor ejemplo de este pasado turbulento. Allí se encuentra también el santuario de Sant Salvador, uno de los imprescindibles del municipio, construido en el siglo XIX. Sin embargo, si hay un inmueble que acapara las miradas en Artá es, sin duda, la iglesia de Transfiguración del Señor, cuya larga construcción durante más de tres siglos ha resultado en una variopinta combinación de estilos arquitectónicos.
El pequeño núcleo de Deià resulta idílico para quienes quieren desconectar en un entorno en calma y rodeado de la naturaleza icónica de la Sierra de Tramuntana y las mansas aguas del Mediterráneo. A pesar de situarse a unos diez minutos a pie, la cala Deià es uno de los lugares más populares entre los vecinos y los turistas de la localidad. Ya el escritor inglés Robert Graves supo ver las virtudes de esta playa pedregosa a la que acudía a diario cuando se retiraba a Mallorca para buscar la inspiración -de hecho, sus restos se encuentran en el cementerio municipal-, un espacio en el actualmente reinan sus dos bares-restaurante, donde disfrutar de una comida o cena en un enclave privilegiado.
A pesar de que la oferta hotelera o de alquiler suele estar copada por europeos pudientes, el refugio ‘Can Boi’, adscrito a la red de refugios de Mallorca, se yergue como una alternativa asequible en la que descansar tras una jornada descubriendo el pueblo o tras una de las rutas que recorren la sierra.
Al abrigo de la sombra del Puig Mayor, el monte más alto de toda la Tramuntana, se ubica Fornalutx, uno de los pueblos con más encanto de la isla. Las clásicas calles empedradas y casas de roca de los pueblos serranos crean una estampa idílica propia de otras generaciones. Lo mejor es improvisar y pasear por las calles de uno de los Pueblos más bonitos de España para descubrir su iglesia medieval o la torre de defensa, del siglo XVII, que custodia el actual ayuntamiento. Aunque si se quiere profundizar en la historia de este municipio, el casal de Can Xoroi hace las veces de museo local y muestra a través de diversas fotografías cómo era la vida en este rincón de Mallorca en los siglos XIX y XX.
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